AÑORADOS ENCUENTROS
SACERDOTALES
Una vez al
mes nos reuníamos, durante unas horas, en Barruelo de Santullán, los sacerdotes
del Arciprestazgo. A media mañana, llegaban, en distintos medios de locomoción,
los curas de Porquera de Santullán, del Santuario del Carmen, de Vallejo de Orbó,
de Cillamayor y Matabuena, de Villavega y de Néstar. Con los tres que residiámos
en Barruelo, formábamos un importante grupo.
Eran aquellos
encuentros para mí, encuentros esperados con especial interés y alegría. Ahora
las recuerdo con cierta nostalgia y una pizca de añoranza, quizás porque tengo
la seguridad que al revés que “las obscuras golondrinas” “aquellos encuentros jamás
volverán”.
Estaban programados en tres partes diferenciadas, pero
complementarias. Una parte, dedicada a la oración y meditación, que hacíamos en
la Parroquia; otra de estudio que solíamos tener en la casa parroquial, y la tercera,
reservada para el almuerzo, que hacíamos en el Colegio de los Hermanos Maristas o en el Hotel
Navamuel.
Todo me
parecía importante, lleno de valor. Pero quiero recordar de modo especial el aspecto formativo. Consistía éste, en presentar un tema doctrinal de interés
y la resolución de algún caso de moral.
Sobrealían
en estas reuniones, además de Don Manuel que era el Arcipreste, los sacerdotes
de Vallejo de Orbó y de Cillamayor, Teodoro Mayo y José Antonio Abad,
respectivamente. Los dos, después me enteré, pertenecían a la Sociedad
Sacerdotal de la Santa Cruz, Opus Dei.
Muy pronto advertí que estos sacerdotes destacaban en virtudes humanas y sobrenaturales. Virtudes que se advertían a la hora de
presentar los temas doctrinales y a la hora de dar respuesta a los diferentes
interrogantes de los casos presentados.
Muy pronto
comencé a tratar personalmente con uno de ellos. Trato personal que me ayudó,
no sólo a mantener el plan de vida que traía del Seminario, sino a reforzarle y
consolidarle. Pero esto es otra historia.