miércoles, 30 de junio de 2010

DÉCIMA TERCERA SEMANA DEL T. O.

JUEVES
SAN MATEO 9, 1-8

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.infinitomasuno.org/
Subió a una barca, cruzó de nuevo el mar y vino a su ciudad. Entonces, le presentaron a un paralítico tendido en una camilla. Al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico:
—Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados.
Entonces algunos escribas dijeron en sus adentros: «Éste blasfema». Conociendo Jesús sus pensamientos, dijo:
—¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? Qué es más fácil, decir: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate, y anda? Pues pa-ra que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar los pecados —se dirigió entonces al paralítico— levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.
Él se levantó y se fue a su casa. Al ver esto, la gente se atemorizó y glorificó a Dios por haber dado tal potestad a los hombres.

No sé de quién era la barca, Señor, pero parece que estaba a tu servicio. Con naturalidad te subiste a ella y en ella pasaste a esta orilla. En esta orilla estaba tu ciudad y a tu ciudad venías. Ya en casa, entre “los tuyos”, adoctrinabas a los que te seguían. Ellos te escuchaban y algunos te suplicaban actuases en su favor.

Te trajeron un paralítico. Y Tú, Señor, que veías el interior de las personas, que conocías la fe de aquel hombre enfermo, le dijiste: “Tus pecados te son perdonados”. ¡Qué alegría debió sentir aquel paralítico! Pide la curación del cuerpo y le curas el alma; pide la salud material y le concedes la alegría interna.

Pero ciertos escribas, en su interior, te tildaron de blasfemo. Y Tú, con paz y serenidad, les preguntaste: ¿el que puede hacer lo fácil (curar el cuerpo), no pude hacer lo difícil (dar salud al alma)? Pues, para que veáis que tengo poder para regalar gracia y salud, dijiste al enfermo: “levántate, toma tu camilla y echa a correr a tu casa”.

Y aquel paralítico, que tenía fe, que era humilde, que era pobre y obediente, “se levantó” y corrió con rapidez a su casa. Y hasta llevó a cuestas la camilla, como Tú lo habías mandado.

Y la gente, la buena gente, llena de emoción, comenzó a glorificar a Dios y a darte a Ti las gracias. ¡No salían de su asombro! ¡No se explicaban que Dios te hubiera dado tanto poder! Aún no sabían que, aunque eras hombre, también eras Dios.

martes, 29 de junio de 2010

DÉCIMA TERCERA SEMANA DEL T. O.

MIÉRCOLES
SAN MATEO 8, 28-34

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK  http://www.osma-soria.org/

Al llegar a la orilla opuesta, a la región de los gadarenos, vinieron a su encuentro dos endemoniados, que salían de los sepulcros, tan furiosos que nadie podía transitar por aquel camino. Y en esto, se pusieron a gritar diciendo:
—¿Qué tenemos que ver contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí antes de tiempo para atormentarnos?
Había no lejos de ellos una gran piara de cerdos paciendo. Los demonios le suplicaban:
—Si nos expulsas, envíanos a la piara de cerdos.
Les respondió:
—Id.
Y ellos salieron y entraron en los cerdos. Entonces toda la piara se lanzó corriendo por la pendiente hacia el mar y pereció en el agua. Los porqueros huyeron y, al llegar a la ciudad, contaron todas estas cosas, y lo sucedido a los endemoniados. Así que toda la ciudad vino al encuentro de Jesús y, cuando le vieron, le rogaron que se alejara de su región.

Señor, habías llegado a la otra orilla. Junto a la región de los gadarenos. Como en otras ocasiones te seguían tus discípulos. Ibais siempre juntos por pueblos y aldeas. Quizás pensabais descansar allí unos instantes, para seguir después la ruta establecida.

Pero en esto, muy cerca, se oyó un ruido inmenso. Un grupo de hombres furiosos corrían hacia Ti. Un griterío enorme estalló a tu lado. ¡Qué tenemos que ver contigo! Los gritos cada vez eran más fuertes y más secos. ¿Por qué actúas —te dijeron—, tan pronto, tan pronto? Nadie podía caminar tranquilo por el camino.

En una zona cercana, una piara de cerdos hozaban en el suelo y gruñían. Entre los gritos y los gruñidos, el ambiente se hacía insoportable. De súbito, los demonios te pidieron que, si ibas a expulsarlos, les permitieras meterse en los cerdos. Tú, Señor, se lo permitiste. Al instante, los cerdos se lanzaron pendiente abajo y se precipitaron en el mar. Se ahogaron todos.

Los porqueros, que hasta entonces habían estado tranquilos y serenos, al ver aquel espectáculo, huyeron despavoridos a la ciudad. Y contaron a sus vecinos lo que había sucedido. No querían creerlos. Al fin aceptaron el relato. Poco después, una gran muchedumbre, la ciudad entera, llegó hasta donde Tú estabas. Y uno de ellos, quizás el jefe, hablando en nombre de todos, te dijo que te alejaras de sus dominios.

Aquellos hombres, durante años, vivieron con menos bienes y, lo que es peor, sin tu presencia. Es posible que algunos murieran en la desgracia de haberte excluido de sus territorios, de haberte declarado persona incómoda para sus intereses.

Hoy, Señor, queremos decirte: quédate con nosotros, en nuestra región, en nuestra tierra, en nuestra vida, aunque para ello haga falta sacrificar bienes, tierras, amores. Tú vales más, Tú eres el mejor vecino.

lunes, 28 de junio de 2010

DÉCIMA TERCERA SEMANA DEL T. O.

MARTES
SAN MATEO 8, 23-27

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://unav.es/

Se subió después a una barca, le siguieron sus discípulos. De repente se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca; pero él dormía. Y se le acercaron para despertarle diciendo:
—¡Señor, sálvanos que perecemos!
Jesús les respondió:
—¿Por qué os asustáis, hombres de poca fe?
Entonces, puesto en pie, increpó a los vientos y al mar y sobrevino una gran calma. Los hombres se asombraron y dijeron:
—¿Quién es éste, que hasta los vientos y el mar le obedecen?

Aunque Tú, Señor, y tus discípulos erais pobres, ¡os faltaban tantas cosas!, disponíais de una barca para hacer las travesías necesarias. A lo mejor, la barca que Tú usabas, Señor, era prestada o de algún discípulo tuyo. Para el caso, da igual, lo que Tú nos enseñas es: a la hora de usar las cosas, lo que importa es usarlas como medios, no como fines. Para Ti, Señor, la barca propia o prestada era un medio para realizar la misión que te habías programado: predicar la buena noticia a los hombres.

Y tus discípulos, Señor, te siguieron. Iban contigo a casi todos los sitios. Aprendían de tus enseñanzas, tus consejos y, sobre todo, aprendían a vivir desprendidos, fijándose en tu vida. Te veían Señor de todas las cosas, pero despegado de ellas; lleno de sabiduría, pero acudiendo a ejemplos sencillos; lleno de virtud, pero presentándote humildemente.

Así caminabais en la barca: hablando unos con otros; quizás descansando del trabajo del día; acaso programando nuevos proyectos, nuevas rutas. En esto, “de repente se levantó en el mar una tempestad tan grande que las olas cubrían la barca”. Y Tú, Señor, dormías.

¡Cuántas veces, a lo largo de la historia de los hombres, la barca de tu Iglesia se ha visto sacudida por las olas de las persecuciones; por las dificultades internas de sus miembros; por los ataques del enemigo malo y por los perversos ejemplos y actitudes de hombres malvados. Y Tú, Señor, mientras, haciendo como que duermes, como si contigo no fueran las cosas!

Y entonces —el viento arreciaba—, tus discípulos te despertaron; y a gritos, llenos de miedo, acudieron a Ti: Señor, sálvanos que perecemos. Así ha sido siempre nuestro comportamiento: acudir a Ti llenos de miedo ante las dificultades y pedirte intervengas con tu ayuda, y nos eches una mano.

Hoy como entonces llegó tu corrección: ¿Por qué os asustáis, hombres de poca fe? Nos falta fe, Señor; nos falta seguridad. Y a continuación, Tú, Señor, “puesto de pie” interviniste: y las dificultades desaparecieron y llegó la calma.

domingo, 27 de junio de 2010

DÉCIMA TERCERA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN MATEO 8, 18-22

CON SOLO GOLPE DE CLIC  http://www.opusdei.org/

Al ver Jesús a la multitud que estaba a su alrededor, ordenó pasar a la otra orilla. Y se le acercó un escriba.
—Maestro, te seguiré adonde vayas —le dijo.
Jesús le contestó:
—Las zorras tienen sus guaridas y los pájaros del cielo sus nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza.
Otro de sus discípulos le dijo:
—Señor, permíteme ir primero a enterrar a mi padre.
—Sígueme y deja a los muertos enterrar a sus muertos — le respondió Jesús.

Una gran multitud te seguía, Señor. Pero Tú ordenaste pasar a la otra orilla. Y allí, en la otra orilla, se te acercó un escriba. Y él —no sabemos su nombre— te dijo: Te seguiré adonde vayas. ¡Qué disposición más generosa, qué actitud más noble y desinteresada! ¡Qué habría visto en Ti!

Y Tú, Señor, le contestaste: Las zorras tiene sus guaridas y los pájaros del cielo sus nidos, pero yo no tengo donde reclinar la ca-beza. Y cuando dormías “bajo teja”, era porque Pedro, Juan u otros discípulos te ofrecían sus casas. Tú tenías casa en Nazaret, pero un día la dejaste.

Tú, Señor, no buscabas poder, ni dinero, ni fuerza. Los que te siguieran deberían prescindir también de honores terrenos, hasta del cobijo de una casa. Tú después les darías el ciento por uno.

Llegó otro —éste era discípulo— y te dijo que su padre acababa de morir, que iría a enterrarle y que luego te seguiría. Y Tú, Señor, le dijiste: Sígueme y deja a los muertos enterrar a sus muertos. ¿Pero Señor, no es una obra de misericordia enterrar a los muertos? ¿Qué querías decirnos?

Deja a los muertos enterrar a sus muertos. “Esta frase, a primera vista dura, responde al lenguaje que a veces empleaba Jesús. En ese lenguaje se entiende bien que sean llamados “muertos” los que se afanan por las cosas perecederas, excluyendo de su horizonte la aspiración a las perennes” .

Una cosa quedaba clara, que Tú, Señor, exigías pobreza y sacrificio para seguirte; y quedaba claro también, que con estos ejemplos se entendían mejor las cosas.

sábado, 26 de junio de 2010

XIII DOMIGO TIEMPO ORDINARIO CICLO C
EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS 9, 51-62

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.adelante-juego.com/

Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envío mensajeros por delante. De camino entraron en una aldea de Samaría para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, le preguntaron.
-- Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?
El se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea. Mientras iban de camino, le dijo uno:
-- Te seguiré adonde vayas.
Jesús le respondió: -- Las zorras tienen madriguera y los pájaros nido, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.
A otro le dijo: -- Sígueme. Él respondió: -- Déjame primero ir a enterrar a mi padre.
Le contestó: -- Deja que los muertos entierren a tus muertos; tú vete a
anunciar el Reino de Dios.
Otro le dijo; -- Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi
familia. Jesús le contestó: -- El que echa mano al arado y sigue mirando atrás, no vale
para el Reino de Dios.

Las lecturas de este domingo nos hablan de vocación, de paciencia ante el mal, de seguimiento. Eliseo desea seguir a Elías y ponerse a su servicio; San Pablo nos recuerda que estamos llamados a servir a Dios, por amor, en libertad, empujados no por los deseos de la carne sino del espíritu; y el evangelio nos refiere, la petición que le hicieron a Jesús los hermanos Santiago y Juan, pidiendo a Jesús que enviase fuego a aquel pueblo de samaritanos que no había querido recibirles, y también nos refiere las falsas condiciones de algunos que desean seguir al Maestro.

Y Jesús, por una parte, corrige el deseo de venganza de aquellos dos discípulos, diciéndoles “no sabéis a que espíritu pertenecéis”, “el Hijo del Hombre no ha venido a perder a los hombres sino a salvarlos”. Y les da una hermosa lección, de modo que los Apóstoles vayan aprendiendo que el celo por las cosas de Dios no debe ser áspero y violento.

Y por otra parte , Jesús, ante aquellos judíos que le piden seguirle, pero que le ponen determinadas condiciones: tales como despedirse de los de su casa, enterrar a sus muertos, mirar hacia atrás, les expresa claramente las exigencias que comporta seguir al Maestro.

Y es que, entonces, como hoy, seguir a Jesús, ser cristiano, no es tarea fácil ni cómoda; para seguir al Señor, es necesario huir de la indignación y el deseo de venganza, por ingratos que sean los demás; y es necesario también, para seguir al Señor, poner el amor a Dios antes que ninguna otra cosa. Es decir, a Dios no podemos ponerle condiciones.

Nuestra lealtad a la tarea que Dios nos confía debe superar todo obstáculo: “No existe jamás razón suficiente para preferir otras cosas a Dios. Dios es lo primero. Así esta escrito: “Amarás a Dios sobre todas las cosas”.

“Hemos de ser fieles, leales, hacer frente a nuestras obligaciones, encontrando en Jesús el amor y el estímulo para comprender las equivocaciones de los demás y superar nuestros propios errores. (Es Cristo que pasa n.160)

El seguimiento de Cristo, en efecto, lleva consigo una disposición rendida, una entrega inmediata de lo que Jesús pide, porque esa llamada es un seguir a Cristo al ritmo de su mismo paso, que no admite quedarse atrás: a Jesús o se le sigue, o se le pierde.

En qué consiste el seguimiento de Cristo lo ha enseñado Jesús en el Discurso de la Montaña, y nos lo resumen los catecismos más elementales de la doctrina cristiana: cristiano quiere decir hombre que cree en Jesucristo y está obligado a su santo servicio.

Cada cristiano debe buscar, en la oración y el trato con el Señor, cuáles son las exigencias personales y concretas de su vocación cristiana. Acudamos a Nuestra Madre la Virgen, Santa María.

lunes, 21 de junio de 2010

DE NUEVO EN CASA

CON UN SOLO GOLPE. http://www.iglesianavarra.org/


He tenido la suerte de volver de nuevo a casa. Desde mi habitación habitual, un saludo para todos. Dentro de unas horas, vuelvo otra vez a Aranbide. Cuatro días más y seguiré con mi blog diario. De todas formas, ya avisé anteriormente, los comentarios de estos días, se pueden seguir acudiendo al día quince, allí están todos juntos, empezando de abajo a rriba y siguiendo los días de la semana. Un saludo muy cordial. JMC

sábado, 19 de junio de 2010

Un saludo

He vuelto a casa. Un par de horas. Sólo tengo tiempo para saludar a mis seguidores. Me alegra que lo paseis bien. Mañana se consagra Navarra entera al Corazón de Jesús. Espero sea una grandiosa ceremonia. Un saludo muy cordial. JMC

viernes, 18 de junio de 2010

Un saludo para todos
los que seguís este blog

CON UN SOLO GOLPE DE BLOG: http://www.laultimacima.com/

Sigo de convivencia. Un saludo para todos los que seguís este blog. Dentro de unos días nos volveremos a encontrar con la cita diaria. El esquema del blog es muy sencillo: El texto del evangelio del día y una breve reflexión.

Un abrazo
JMC

martes, 15 de junio de 2010

Hoy te ofrezco, amigo blogero que me sigues, varios COMENTARIOS JUNTOS. Concretamente los que van desde el día 16 de junio hasta el día 26 del mismo mes. Puedes leerlos de arriba hacia abajo. Ya me disculparás, pero voy a estar fuera estos días. Os dejo en compañía de este sacerdote que recientemente coronó "la última cima"  de su vida y goza ya de Dios en el cielo. Un saludo muy cordial. Pido vuestra oración, yo rezaré por vosotros.

CON UN SOLO GOLPE DE CLIC:   http://www.laultimacima.com/


UNDÉCIMA SEMANA DEL T. O.

MIÉRCOLES
SAN MATEO 6, 1-6, 16-18

»Guardaos bien de hacer vuestra justicia delante de los hombres con el fin de que os vean; de otro modo no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos.
»Por tanto, cuando des limosna no lo vayas pregonando, como hacen los hipócritas en las Sinagogas y en las calles, con el fin de que los ala-ben los hombres. En verdad os digo que ya recibieron su recompensa. Tú, por el contrario, cuando des limosna, que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha, para que tu limosna quede en oculto; de este modo, tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensará.
»Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que son amigos de orar puestos de pie en las Sinagogas y en las esquinas de las plazas, para ex-hibirse delante de los hombres; en verdad os digo que ya recibieron su recompensa. Tú, por el contrario, cuando te pongas a orar, entra en tu aposento y, con la puerta cerrada, ora a tu Padre, que está en lo oculto; y tu Padre que ve en lo oculto, te recompensará. (...)

»Cuando ayunéis no os finjáis tristes como los hipócritas, que desfi-guran su rostro para que los hombres noten que ayunan. En verdad os digo que ya recibieron su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lávate la cara, para que no adviertan los hombres que ayunas, sino tu Padre, que ve en lo oculto; y tu Padre, que ve en lo oculto, te recompensará.

Nos has enseñado, Señor, a hacer muchas cosas. Y también a cuidar el modo de realizarlas. Hacer el bien, sin buscar el aplauso de las gentes. Hacer el bien, esperando sólo la recompensa del cie-lo. Un hermoso —aunque difícil— estilo de vida. Un consejo lleno de sabiduría y saber.

Luego, Señor, nos señalaste tres momentos concretos que había que cuidar: la hora de hacer limosna, la hora de orar; la hora de ayunar. Tres momentos importantes y básicos en la vida del hom-bre.

Ayúdanos, Señor, a hacer nuestras tareas por Ti. A cumplir nuestras obligaciones sin buscar aplausos humanos, a realizar nues-tras obras buenas, sin esperar parabienes pasajeros; a trabajar cada día, sin anhelar homenajes fugaces. Esperar sólo tu aprobación, tu premio, tu recompensa.

Que cuando demos limosna, no busquemos que la cantidad en-tregada figure en las listas de los bienhechores; que cuando haga-mos oración, no indaguemos por ver si nuestro nombre figura en el grupo de los piadosos; que cuando ayunemos no pretendamos que el dolor y el sacrificio se reflejen en nuestro rostro.

Que cuando demos limosna, oremos y ayunemos lo hagamos para la mayor gloria de Dios, para el bien de los demás, para repa-rar por nuestras faltas; que cuando ayudemos a los demás, recemos por ellos, nos sacrifiquemos por ellos, sepamos decir: siervos inúti-les somos, lo que teníamos que hacer eso hemos hecho.

Sólo así, Dios nuestro Padre que ve lo escondido, que habita en lo oculto, que advierte todas las cosas, nos recompensará. Y con creces. El nunca se deja ganar en generosidad.


UNDÉCIMA SEMANA DEL T. O.
JUEVES
SAN MATEO 6, 7-15

Y al orar no empleéis muchas palabras como los gentiles, que piensan que por su locuacidad van a ser escuchados. Así pues, no seáis como ellos; porque bien sabe vuestro Padre de qué tenéis necesidad antes de que se lo pidáis. Vosotros, en cambio, orad así:
Padre nuestro, que estás en los cielos,
santificado sea tu Nombre;
venga tu Reino;
hágase tu voluntad
como en el cielo, también en la tierra;
danos hoy nuestro pan cotidiano;
y perdónanos nuestras deudas,
como también nosotros perdonamos
a nuestros deudores;
y no nos pongas en tentación,
sino líbranos del mal.
»Porque si les perdonáis a los hombres sus ofensas, también os per-donará vuestro Padre celestial. Pero si no perdonáis a los hombres, tam-poco vuestro Padre os perdonará vuestros pecados.

Orar es hablar contigo. Y para hablar contigo, Señor, no es ne-cesario emplear muchas palabras. Los gentiles sí las usan. Piensan ellos que así serán mejor escuchados. Vosotros no debéis actuar de esa manera. No debéis ser como ellos.

Vosotros orad como Yo os he enseñado. Y esta fue la oración que Tú nos regalaste: una oración sencilla, pero completa; breve, pero intensa; espiritual, pero terrena. Quiero contigo, en este rato, repasar su contendido, y destacar algún aspecto. Tú harás el resto, como siempre.

Padre nuestro, aunque no te haya visto nunca; aunque todavía no conozca tu casa. Padre nuestro, y de todos; de los hombres y de las mujeres de los de hoy, y de los de ayer, y de los de todos los tiempos. Padre nuestro, ahora en la sombra de la fe, y un día en la contemplación de la gloria.

Que estás en los cielos, y entre nosotros; que estás en la gloria celeste y que entre los avatares de este mundo; que estás junto a Dios y en todo lugar y sitio; que estás en los cielos y en el fondo de nuestras almas en gracia.

Santificado sea tu nombre, santificado sea por nosotros y por los ángeles y por los santos de Dios; por las obras por Ti creadas y por las palabras creadas por nosotros: santificado sea tu nombre, ahora y por todos los siglos.

Venga tu reino, y se haga tu voluntad, así en la tierra como en cielo; y danos, Señor, el alimento del pan; y perdona nuestros pe-cados; y ayúdanos a perdonar; y no nos dejes caer en la idolatría y líbranos de ser aplastados por el mal y el maligno. Amen.

UNDÉCIMA SEMANA DEL T. O.
VIERNES
SAN MATEO 6, 19-23

»No amontonéis tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los corroen y donde los ladrones socavan y los roban. Amontonad en cambio tesoros en el cielo, donde ni polilla ni herrumbre corroen, y don-de los ladrones no socavan ni roban. Porque donde está tu tesoro allí es-tará tu corazón.
»La lámpara del cuerpo es el ojo. Por eso, si tu ojo es sencillo, todo tu cuerpo estará iluminado. Pero si tu ojo es malicioso, todo tu cuerpo esta-rá en tinieblas. Y si la luz que hay en ti es tinieblas, ¡qué grande será la oscuridad!

¡Amontonar tesoros! ¿Qué es un tesoro? ¿A qué llamamos teso-ro? Tesoro es un conjunto de perlas, de collares, de anillos de oro o de plata, todo ello encerrado en un cofre misterioso. Tesoro es una cartilla depositada en un Banco; tesoro es un bloque de pisos ubi-cados en una ciudad; tesoro un grupo de fincas localizadas en un campo; tesoro es una obra de arte perteneciente a un autor famoso, una biblioteca repleta de libros, un coche superlujoso, un jardín inmenso, un huerto sembrado de azafranes. ¡hay muchas clases de tesoros!

A todos estos tesoros los corroe la polilla, los roban los ladro-nes. En el mejor de los casos, los pueden heredar los hijos, recibir los sobrinos, el Convento, la Administración. Ninguna de las ri-quezas antes dichas es carga posible del viaje definitivo. Ninguno de esos tesoros se pueden llevar a la otra vida. Todo hay que dejar-lo aquí en la tierra. También los tesoros que consideramos peque-ños, la pluma de escribir, el libro preferido, la paleta de tenis, el cuadro del pasillo, todo.

Importa, pues, obtener tesoros para el Cielo, donde ni la polilla llega, ni donde acuden los ladrones. ¿Y cuáles son esos tesoros? Aunque en este texto evangélico nada se dice, por otros lugares de la Escritura, sabemos que los tesoros que interesa almacenar y guardar para el Cielo son las buenas obras: las corporales y las es-pirituales.

Incumbe, pues, poner el corazón en estas obras valiosas y con valor permanente. Poner el corazón, donde está el tesoro verdade-ro. Allí donde está el auténtico tesoro, allí hay que poner el cora-zón. El tesoro de la tierra es frágil, caduco, perecedero; el tesoro del cielo estable, permanente, eterno.

UNDÉCIMA SEMANA DEL T. O.
SÁBADO
SAN MATEO 6, 24-34

»Nadie puede servir a dos señores, porque o tendrá aversión al uno y amor al otro, o prestará su adhesión al primero y menospreciará al se-gundo: no podéis servir a Dios y a las riquezas.
»Por eso os digo: No estéis preocupados por vuestra vida, qué vais a comer; o por vuestro cuerpo, con qué os vais a vestir. ¿Es que no vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad a las aves del cielo, no siembran, ni siegan, ni almacenan en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿Es que no valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Quién de vosotros por mucho que cavile puede añadir un solo co-do a su estatura? Y sobre el vestir, ¿por qué os preocupáis? Fijaos en los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan ni hilan, y yo os digo que ni Salomón en toda su gloria pudo vestirse como uno de ellos. Y si a la hier-ba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios la viste así, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe? Así pues, no andéis pre-ocupados diciendo: ¿qué vamos a comer, qué vamos a beber, con qué nos vamos a vestir? Por todas esas cosas se afanan los paganos. Bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso estáis necesitados.
»Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os añadirán. Por tanto, no os preocupéis por el mañana, porque el maña-na traerá su propia preocupación. A cada día le basta su contrariedad.

Naciste, Señor, en la pobreza de un establo vacío. Fuiste arru-llado por los brazos de una mujer pobre y sencilla. Dormiste al compás del serrucho de un modesto carpintero. Viviste en el am-biente pobre e indigente de una familia de trabajadores. En tu casa, en tu familia, en tu vida prevaleció la austeridad, la necesidad, la escasez.

Comenzaste la vida pública, sin medios, sin poder, sin riquezas. “Ni siquiera tenías donde descansar”. A tus primeros discípulos les sorprendió especialmente esta faceta. A la vez, a los que iban a ser tus amigos, el mundo les mostraba otros valores, otras fuerzas, otros poderes. Y ahí andaban, arrastrados por el imán de la riqueza y atraídos por la fuerza divina de tu ejemplo.

Un día, ante esta lucha interna y externa, quisiste enseñarles a ellos y a todos nosotros, el verdadero valor de la pobreza. Dijiste: “no se puede servir a dos señores”; no se puede “servir a Dios y a las riquezas”. Tus discípulos, Señor, ante estas palabras, quedaron gratamente extrañados.

Entonces, Tú, con ellos y junto a ellos, diste un repaso a sus vi-das. Y les hablaste de la comida, de la bebida, del vestido, de las cosas más urgentes. Y les hablaste de las aves del cielo y de la hierba del campo. Y les dijiste: una sola cosa es necesaria: buscar el Reino de Dios y su justicia; lo demás es añadidura, es algo acci-dental.

La pobreza como simple carencia de bienes es mala y Tú no la quieres y nosotros debemos luchar contra ella. Pero la pobreza co-mo virtud es admirable y los bienes externos e internos (salud, sa-biduría, inteligencia, etc.) puestos al servicio de tu Reino son nece-sarios. Esta pobreza que Tú quieres, Señor, yo también la quiero.

DUODÉCIMA SEMANA DEL T. O.
DOMINGO (A)
SAN MATEO 10, 26-33

No les tengáis miedo, pues nada hay oculto que no vaya a ser descu-bierto, ni secreto que no llegue a saberse. Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a plena luz; y lo que escuchasteis al oído, pregonadlo desde los terrados. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo pero no pueden matar el alma; temed ante todo al que puede hacer perder alma y cuerpo en el infierno. ¿No se vende un par de pajarillos por un as? Pues bien, ni uno solo de ellos caerá en tierra sin que lo permita vuestro Padre. En cuanto a vosotros, hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos con-tados. Por tanto, no tengáis miedo: vosotros valéis más que muchos paja-rillos.
»A todo el que me confiese delante de los hombres, también yo le con-fesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Pero al que me niegue delante de los hombres, también yo le negaré delante de mi Padre que es-tá en los cielos.

Seguimos a la escucha de tus instrucciones. De aquellas ins-trucciones que un día ofreciste a tus discípulos y que son útiles hoy también para nosotros. Son instrucciones, al parecer, elementales, sencillas, pero llenas de profunda sabiduría. Ayúdanos a entender-las, a practicarlas a lo largo de nuestra vida.

Nos pides, Señor, que huyamos del miedo; que tengamos valor a la hora de predicar tu mensaje; que salgamos airosos a la calle a pregonar tu doctrina; que no temamos a quienes nos pueden dañar el cuerpo. Que sólo temamos a quien puede matarnos el alma.

Ayúdanos a ser valientes, Señor; a desterrar de entre nosotros el miedo al fracaso; a huir del temor a quedar mal, de hacer el ridícu-lo; de pensar que algunos podrán reírse de nosotros; de ser despre-ciados.

Hermosa y clara lección. Y para que mejor se nos grabara, acu-diste, Señor, a dos ejemplos de la vida ordinaria: el cuidado que Dios dispensa a sus criaturas y el conocimiento que tiene de todas las cosas, hasta de las mínimas. Ni un solo pajarillo caerá en tierra sin que Dios lo permita; ni un solo cabello de la cabeza pasa des-apercibido para Dios.

Por tanto, guerra al miedo. A procurar vivir felices, contentos, llenos de optimismo, alegres. Cada uno de nosotros valemos más que mil pajarillos; somos amados por Dios. Y añadiste: quien me ame y me dé a conocer a los demás, recibirá el premio del cielo; quien se acobarde y me niegue también Yo le negaré.

DUODÉCIMA SEMANA DEL T. O.
LUNES
SAN MATEO 7, 1-5

»No juzguéis y no seréis juzgados. Porque con el juicio con que juz-guéis se os juzgará, y con la medida con que midáis se os medirá.
»¿Por qué te fijas en la mota del ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en el tuyo? O ¿cómo vas a decir a tu hermano: “Deja que saque la mota de tu ojo”, cuando tú tienes una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás con claridad cómo sacar la mota del ojo de tu hermano.

Siguen tus instrucciones. A ellas volvemos de nuevo. ¡Nos son tan necesarias! ¡Nos son de tanto provecho! ¡Nunca podremos de-cir que las hemos entendido del todo, y menos aún, afirmar que las hemos cumplido al detalle!

Hoy nos recuerdas la necesidad de no juzgar a nadie; de ser compresivos ante los fallos ajenos; de saber disculpar los errores extraños; de buscar atenuantes a las cosas del prójimo; de no sen-tenciar con precipitación; de saber escuchar las dos partes; de dar tiempo al tiempo.

Si no juzgamos, tampoco nos juzgarán; la medida que usemos con los demás la usarán con nosotros; si queremos justicia, haga-mos justicia; si queremos piedad, seamos piadosos; si queremos misericordia, seamos misericordiosos; si queremos ser amados, amemos primero nosotros.

Y como siempre, Señor, para que mejor entendiéramos tu doc-trina, acudiste a un símil. Esta vez, la semejanza iba cargada de cierta exageración: señalaste la diferencia entre una mota y una vi-ga. Para mejor entender la cuestión, he acudido al diccionario. Dice el diccionario: mota: pequeña partícula de cualquier materia per-ceptible sobre un fondo; viga: pieza horizontal de una construc-ción, destinada a soportar una casa.

La aplicación era clara: Primero eliminar el grueso defecto pro-pio, y luego tratar de corregir el defecto pequeño del hermano; primero juzgar el grave comportamiento propio, y luego ayudar a eliminar el defecto mínimo del hermano; primero mirarse a uno mismo y cambiar, y luego ayudar a cambiar al hermano.

¡Nos conviene tanto volver a meditar tus instrucciones!

DUODÉCIMA SEMANA DEL T. O.
MARTES
SAN MATEO 7, 6.12-14

“No deis las cosas santas a los perros, ni echéis vuestras perlas a los cerdos, no sea que las pisoteen con sus patas y revolviéndose os despeda-cen. (..) »Todo lo que queráis que hagan los hombres con vosotros, hacedlo también vosotros con ellos: esta es la Ley y los Profetas. »Entrad por la puerta angosta, porque amplia es la puerta y ancho el camino que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por ella. ¡Qué an-gosta es la puerta y estrecho el camino que conduce a la Vida, y qué po-cos son los que la encuentran!

Más preceptos. Cortos, precisos, útiles. Tu misión era enseñar. La realizabas con el ejemplo de tu propia vida, con la predicación de tu exquisita doctrina. Unas veces, a través de extraordinarias pa-rábolas; otras, con extensos discursos; en ocasiones, con breves consejos, con normas sencillas, con preceptos atinados.

Acudías, para ello, a la vida ordinaria. Vida en la que habías vi-vido durante treinta años. En Nazaret, a buen seguro, habrías cono-cido el valor de las tierras, la grandeza de sus gentes; sus viejas costumbres y sus normas más recientes; la geografía de sus campos y el comportamiento de sus ganados. No es de extrañar que allí ad-virtieras la conducta del perro y el proceder de otros animales do-mésticos.

En esta ocasión, para adoctrinar a “los tuyos” con el objeto de que no malgastasen las cosas santas, de que no utilizasen los obje-tos santos de forma indecorosa, de que no malbarataran los recuer-dos de familia, acudiste al modo de ser de ciertos animales. No deis las cosas santas a los perros, ni echéis vuestras perlas a los cer-dos. Las destrozarán.

Y tras apuntar hechos evidentes, de sentido común, nos ofrecis-te un consejo extraordinario, una regla de oro inolvidable. Regla a la que debemos estimar más que a las perlas preciosas; más que a las cosas de magnífico valor. Fue está: Todo lo que queráis que hagan los hombres con vosotros, hacedlo también vosotros con ellos.

Luego añadiste otra enseñanza tomada de la vida urbana: lo de las dos puertas: la angosta y la amplia. Aunque parecía un juego de palabras, encerraba una sublime lección: la necesidad de elegir el camino, la puerta para entrar.


DUODÉCIMA SEMANA DEL T. O.
MIÉRCOLES
SAN MATEO 7, 15-20

»Guardaos bien de los falsos profetas, que se os acercan disfrazados de oveja, pero por dentro son lobos voraces. Por sus frutos los conoce-réis: ¿es que se recogen uvas de los espinos o higos de las zarzas? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, y todo árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto se corta y se arroja al fuego. Por tanto, por sus frutos los conoceréis.

Seguiste con otros preceptos. Qué necesarios iban a ser para tus discípulos —dispuestos como estaban a predicar tu doctrina— es-tos consejos de hoy: Guardaos bien de los falsos profetas, que se acercan disfrazados de oveja, pero por dentro son lobos voraces.

Era necesario salir a predicar la Buena Nueva a las gentes; era imperioso seguir en la tierra la obra por Ti iniciada; era ineludible llegar hasta el último rincón del mundo y bautizar a todas las gen-tes; pero era indispensable también vigilar, cuidar de no ser enga-ñados por los falsos profetas en esa hermosa tarea.

Para que conocieran la autenticidad de la predicación de otras personas, les diste una prueba definitiva, una medida exacta: la existencia de frutos. Las palabras, las promesas, los juicios habría que contar con ellos, pero lo que importaba examinar eran los fru-tos. La calidad de los frutos, porque la cantidad sería otra cosa.

Acudiste a una comparación. Esta vez tomada de la vida del campo: hablaste de espinos y de higueras; de zarzas y de vides; de uvas y de higos, de frutos sabrosos y de frutos silvestres. Y dijiste: a árbol bueno, frutos buenos; a árbol malo, malos frutos.

Y a lo largo de la historia, esta regla, esta forma de medir los resultados de cualquier acción apostólica, se ha hecho realidad: la medida de la eficacia han sido los frutos. Ahí están las vidas de los santos y santas: llenas de buenos frutos; ahí están los méritos de cuantos nos han precedido en el camino de la fe y duermen en el sueño de la paz: los frutos.

DUODÉCIMA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO
JUEVES

SAN MATEO 7, 21-29

»No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el Reino de los Cielos; sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no hemos profetizado en tu nombre, y hemos expulsado los demonios en tu nombre, y hemos hecho prodigios en tu nombre?” Entonces yo declararé ante ellos: “Jamás os he conocido: apartaos de mí, los que habéis obrado la iniquidad”.
»Por tanto, todo el que oye estas palabras mías y las pone en prácti-ca, es como un hombre prudente que edificó su casa sobre roca: y cayó la lluvia, llegaron las riadas y soplaron los vientos: irrumpieron contra aquella casa, pero no se cayó porque estaba cimentada sobre roca.
»Pero todo el que oye estas palabras mías y no las pone en práctica es como un hombre necio que edificó su casa sobre arena: y cayó la llu-via, llegaron las riadas y soplaron los vientos: se precipitaron contra aquella casa, y se derrumbó y fue tremenda su ruina.
Cuando terminó Jesús estos discursos las multitudes quedaron admi-radas de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene potestad y no como los escribas.

A lo largo de tu vida terrena, Señor, nos hablaste muchas veces de tu Reino, de arriba, del Cielo. “Hoy estarás conmigo en el paraí-so dijiste al buen ladrón”. Voy a prepararos un sitio en mi Reino, prometiste a tus Apóstoles cuando ibas a dejarlos. El Reino de los cielos es como un tesoro, una perla, una red barredera, y con estas comparaciones nos hablabas del Reino futuro.

Hoy nos recuerdas que para entrar en ese Reino —en el Reino de los Cielos— hay que cumplir la voluntad de tu Padre, “que está en los cielos”. ¡Qué interés mostraste en la enseñanza de esta ver-dad, de obra y de palabra! Tu ejemplo y tu doctrina, Señor, fueron y son una permanente llamada de atención sobre la necesidad de cumplir la voluntad de Dios para vivir eternamente en la felicidad de su compañía.

Llegará un día —“aquel día”— en el que se inclinará la balanza hacia un lado o hacia otro. Llegará un día —“aquel día”— en el que se nos dará la entrada o el billete para pasar al Reino de los Cielos ¡Qué triste será, Señor, que al llegar a tu presencia, mires hacia otro lado, o simplemente digas: “jamás os he conocido”, “apartaos de mí”!

Te empeñaste en que fuéramos prudentes, sensatos, cuerdos. Que en estos temas nos comportáramos, al menos, con el mismo interés y la misma prudencia que nos comportamos en las cosas materiales: en la construcción de una vivienda, un puente, una es-cuela, una catedral, un palacio, a saber, buscar los cimientos, pro-fundizar en la verdad, ser verdaderamente auténticos, fieles, cum-plidores de los deberes de Dios.

Tu explicación, tu enseñanza fue tan profunda, que cuando ter-minaste de hablar, “las multitudes quedaron admiradas de tu ense-ñanza. Percibían con claridad que enseñabas como quien tiene po-testad y no como los escribas”.

Ojalá, Señor, que tu doctrina cale hondo en nuestros corazones y con tu ayuda podamos cumplir la voluntad de tu Padre, de suerte que “aquel día”, nos puedas decir: venid benditos de mi Padre, en-trad en el Reino de los cielos que os tenía preparado desde toda la eternidad.

DUODÉCIMA SEMANA DEL T. O.
VIERNES
SAN MATEO 8, 1-4

Al bajar del monte le seguía una gran multitud. En esto, se le acercó un leproso, se postró ante él y dijo:
—Señor, si quieres, puedes limpiarme.
Y extendiendo Jesús la mano, le tocó diciendo:
—Quiero, queda limpio.
Y al instante quedó limpio de la lepra.
Entonces le dijo Jesús:
—Mira, no lo digas a nadie; pero anda, preséntate al sacerdote y lle-va la ofrenda que ordenó Moisés, para que les sirva de testimonio.

Habías bajado, Señor, del monte de tu divinidad y te habías acercado a la vida de los hombres. Una gran multitud de gente te seguía alborozada. Alguna cosa esperaba de Ti, siempre dispuesto a dar algo. Entre la gente que te escuchaba enardecida, se encon-traba un leproso. Un personaje infestado.

Aprovechando el gentío, y saltándose las leyes en uso, aquel le-proso intentó acercarse hasta Ti. Al llegar a tu lado, se postró en tierra y te dijo: Señor, si quieres puedes limpiarme. Él sabía que Tú podías; sólo hacía falta que quisieras. Él quería que Tú quisieras, pero no te pidió que le curases, sino que te dijo: si quieres puedes limpiarme.

Tú, Señor, extendiendo tu mano poderosa, le tocaste en sus lla-gas, a la vez que decías: Quiero, queda limpio. Y al instante aquel hombre quedó limpio de la lepra. ¿Qué dijo la gente? ¿Qué dijo el leproso? ¿Qué me atrevo a decir yo? La gente no dijo nada; nada manifestó tampoco el leproso; yo, lleno de admiración, me atrevo a proclamar y proclamo la fuerza de tu mano poderosa.

Y Tú dijiste al leproso: No lo digas a nadie, como queriendo decir, no te entretengas ahora por el camino; entiende que la cura-ción no es mérito tuyo, sino que ha sido un don de Dios, una gracia del cielo. Por eso, no hables, sino calla y obedece. Vete y presénta-te al sacerdote y llévale una ofrenda.

El leproso, obediente, iría a presentarse al sacerdote y le llevaría una buena ofrenda y te daría gracias. Y después, —me lo dice el corazón— seguiría detrás de Ti, hasta la muerte.

Yo, por mi parte, ahora me acerco hasta Ti, Señor, y postrado a tus pies, te pido, como aquel leproso: si quieres, puedes cambiar lo torcido de mi corazón; si quieres puedes, aclarar los pasos obscuros de mi camino; si quieres, puedes allanarme la senda escabrosa de mi vida.

¡Hermosa la petición del leproso: Señor, si quieres puedes lim-piarme. Y más hermosa tu divina respuesta: Quiero, queda limpio.


DUODÉCIMA SEMANA DEL T. O.
SÁBADO
SAN MATEO 8, 5-17
Al entrar en Cafarnaún se le acercó un centurión que le rogó:
—Señor, mi criado yace paralítico en casa con dolores muy fuertes.
Jesús le dijo:
—Yo iré y le curaré.
Pero el centurión le respondió:
—Señor, no soy digno de que entres en mi casa. Pero basta que lo mandes de palabra y mi criado quedará sano. Pues también yo soy un hombre que se encuentra bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes. Le digo a uno: vete, y va; y a otro: ven, y viene; y a mi siervo: haz esto, y lo hace.
Al oírlo Jesús se admiró y les dijo a los que le seguían:
—En verdad os digo que en nadie de Israel he encontrado una fe tan grande. Y os digo que muchos de oriente y occidente vendrán y se senta-rán a la mesa con Abrahán, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielos, mientras que los hijos del Reino serán arrojados a las tinieblas de afue-ra: allí será el llanto y rechinar de dientes.
Y le dijo Jesús al centurión:
—Vete y que se haga conforme has creído.
Y en aquel momento quedó sano el criado.
Al llegar Jesús a casa de Pedro vio a la suegra de éste en cama, con fiebre. La tomó de la mano y le desapareció la fiebre; entonces ella se le-vantó y se puso a servirle.
Al atardecer, le trajeron muchos endemoniados; expulsó a los espíri-tus con su palabra y curó a todos los enfermos, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías: Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades.

Otra vez camino de Cafarnaún. Durante el trayecto, quiero pen-sar así, irías contestando a preguntas de tus discípulos. Y en tus respuestas les descubrirías aspectos nuevos de tu doctrina. Al fin llegasteis a la ciudad. Allí, podrías descansar un poco. Más tarde habría que preparar nuevas correrías, atender problemas atrasados. Pero la cosa no fue así. Apenas entraste en Cafarnaún “se te acercó un centurión”. Algo quería de Ti: la curación de su criado.

De inmediato Tú le dijiste: iré, y le curaré. Y él: no soy digno, Señor; basta que lo mandes para que suceda. Yo así lo hago, te di-jo. Y Tú contéstate: ¡qué gran fe! Y a continuación añadiste: vete y que se haga conforme has creído. Y fue.

El centurión estaba feliz, el siervo curado, tus discípulos apren-dieron a confiar y Tú te admiraste de la fe de aquel hombre. Y acto seguido, Señor, anunciaste: vendrán muchos de fuera al banquete del Reino y los de dentro serían arrojados. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¡Misterio!

Tras esta curación, seguisteis el camino emprendido. Poco des-pués llegasteis a la casa de Pedro. La suegra de éste estaba con fie-bre. Tú la tomaste de la mano y quedó curada al instante. Ella se levantó y se puso a serviros. Hubo una gran alegría en aquella casa. Y fuera, en la calle, un enorme jolgorio. Y a cada instante iba au-mentando el número de visitantes. Al atardecer, te presentaron, Se-ñor, endemoniados y enfermos. Y Tú, con la fuerza de tu palabra expulsabas los malos espíritus y curabas a los enfermos.

Así se cumplió lo dicho por el profeta Isaías: Él tomó nuestras dolencias y cargó con nuestras enfermedades.

lunes, 14 de junio de 2010

UNDÉCIMA SEMANA DEL T. O.

MARTES
SAN MATEO 5, 43-48

CON UN GOLPE DE CLIK:  http://www.diocesisdesalamanca.com/

»Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre buenos y malos, y hace llover sobre justos y pecadores. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tenéis? ¿No hacen eso también los publicanos? Y si saludáis solamente a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen eso también los paganos? Por eso, sed vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.

Se dijo también: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Amar y odiar. Amar al próximo, al cercano, al que piensa y vive como nosotros; y odiar al extraño, al lejano, al que mantiene modos distintos de vivir o de pensar. Era la Ley Antigua.

Y llegaste Tú, Señor, y nos dijiste: amad a vuestros enemigos, rezad por los que os persigan o calumnien. El cambio era radical. Un nuevo salto de calidad en tu doctrina. Seguía en pie, por supuesto, amar a los amigos, a los hermanos; pero había que querer también a los enemigos. Ya no se trataba de no odiarlos, ni siquiera de tolerarlos por virtud, o de aguantarlos por obligación, sino que había que amarlos, quererlos; más aún, rezar por ellos. Era la Ley Nueva.

Así actúa Dios: hace salir el sol sobre buenos y malos; hace llover sobre justos e injustos; quiere, perdona y ama a todos. Así debemos actuar también nosotros: querer al que piensa de forma distinta; compartir amistad con quien milita en otro partido; aceptar al que presume de tener gustos, aficiones, distracciones distintas.

Amar a quien te ama, hacer el bien a quien te lo hace, saludar a quien te saluda; ayudar a quien te ayuda; perdonar a quien te perdona; ¿qué mérito tiene? Hasta los paganos lo hacen.

Nosotros, los hijos de Dios, tenemos, debemos dar un paso más: amar a todos; como Dios ama a todos; ser perfectos como Dios es perfecto. Amar al pecador siempre, aunque odiando, eso sí, el pecado.

domingo, 13 de junio de 2010

UNDÉCIMA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN MATEO 5, 38-42

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK:  http://www.archivalladolid.org/

»Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: No repliquéis al malvado; por el contrario, si alguien te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Al que quiera entrar en pleito contigo para quitarte la túnica, déjale también el manto. A quien te fuerce a andar una milla, ve con él dos. A quien te pida, dale; y no rehuyas al que quiera de ti algo prestado.

Decía la Antigua Ley: Ojo por ojo y diente por diente. Ni más, ni menos. Sin pasarse, ni por carta de más, ni por carta de menos. Ojo por ojo y diente por diente. Sin abusar; sin ir más allá en la venganza, pero sin quedarse atrás por cobardía. Ojo por ojo, diente por diente: la Ley del Talión.

Sin embargo, Tú nos dices: no repliquéis al malvado; no os de-fendáis ante el agresor injusto; al que te pida la túnica, dale también el manto; al que te requiera recorrer una milla, acompáñale dos; al que te suplique dale algo; a quien te pida algo prestado, entrégale más: la Ley del Amor.

Ley del amor que, en ocasiones, nos llevará a no exigir derechos; a aguantar calumnias y agravios; a tirar del carro en silencio; a hacer y desaparecer; a colaborar sin esperar nada en cambio; a ser pararrayos de ofensas ajenas; a trabajar sin esperar el aplauso de las gentes. Y algunas veces: a dar la vida.

En ocasiones, Señor, habrá que exigir responsabilidades, cuando lo exijan derechos sagrados; derechos humanos; cuando lo de-mande la verdad; cuando lo reclame la justicia, el bien, la caridad.

Al final de la vida, el día de las cuentas definitivas, nos alegra-remos de haber seguido la Ley del Amor (la Nueva ley) y haber olvidado la Ley del Talión (la Vieja ley).

http://venidalmas.blogspot.com/

sábado, 12 de junio de 2010

XI DOMINGO TIEMPO ORDINARIO
EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS
7, 36—8, 3


CON UN SOLO GOLPE DE CLIK:  http://www.diocesispalencia.org/

En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo:
—«Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora.»
Jesús tomó la palabra y le dijo:
—«Simón, tengo algo que decirte.»
Él respondió:
—«Dímelo, maestro.»
Jesús le dijo:
—«Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más?»
Simón contestó:
—«Supongo que aquel a quien le perdonó más.»
Jesús le dijo:
—«Has juzgado rectamente.»
Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón:
—«¿Ves a esta mujer? Cuando yo entré en tu casa, no me pusiste agua para los pies; ella, en cambio, me ha lavado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con su pelo. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor; pero al que poco se le perdona, poco ama.»
Y a ella le dijo:
—«Tus pecados están perdonados.»
Los demás convidados empezaron a decir entre sí:
—«¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?»
Pero Jesús dijo a la mujer:
— «Tu fe te ha salvado, vete en paz.»
Después de esto iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, predicando el Evangelio del reino de Dios; lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que él había curado de malos espíritus y enfermedades: María la Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, intendente de Herodes; Susana y otras muchas que le ayudaban con sus bienes.

1.- Volvemos al tiempo ordinario. Atrás quedan la Pascua, la Ascensión, Pentecostés, Santísima Trinidad y Corpus Christi, Corazón de Jesús…. Las lecturas de este domingo podrían quedar resumidas en estas dos grandes frases de los propios textos bíblicos: he pecado contra el Señor, que dice el rey David, y no soy yo, es Cristo quien vive en mí, que proclama San Pablo.

2. La gran figura del rey David quedó llena de tinieblas, tras su pecado. Pero su dignidad perdida se rehace al arrepentirse sincera y profundamente. Y Dios, que siempre está dispuesto al perdón, porque es eterna su misericordia, le tiende la mano y le dice por medio del profeta: porque has pedido perdón, el Señor perdona tu pecado. No morirás.

3.- La mujer pecadora perdonada por Jesús, de la que nos ha hablado el evangelio, es otro ejemplo claro de que Dios siempre está dispuesto al perdón del que se arrepiente. Por eso, Jesús, a pesar de la incomprensión de quien le había invitado, dice a aquella mujer: Tus pecados están perdonados… vete en paz.

4. Aunque hoy en muchos sectores se ha perdido el sentido de pecado y, por ello, el sentido de culpa, y por lo mismo la necesidad del arrepentimiento, del pedir perdón y de recibir el sacramento de la confesión, conviene, repetir a tiempo y a destiempo, siempre con caridad y claridad, que el pecado ha existido, existe y existirá, porque el hombre es débil –a veces también malo- y, como consecuencia de eso, hará el mal moral, ofendiendo a su Dios y ofendiendo a sus hermanos.

5. Pero a la vez conviene recordar también que Jesús nos muestra este rostro misericordioso de Dios, dispuesto siempre al perdón. Y aunque esta actitud de Cristo despierta la crítica de los fariseos, Jesús insiste en perdonar a todos los que se acercan a él y se arrepienten de sus pecados; entrega su vida misma en la Cruz para el perdón de los pecados.

6.- Y lo que Él hizo se lo manda hacer a la Iglesia. El propio Señor da a los apóstoles, a sus sucesores y a todos los sacerdotes el poder de perdonar los pecados: A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos. En este texto la Iglesia reconoce la institución del Sacramento de la Penitencia, medio ordinario para recibir el perdón de nuestros pecados.

7. “No soy yo, es Cristo quien vive en mí, que proclama San Pablo”. Para ir en esa dirección, hay que reconocer que somos pecadores y acercarnos con frecuencia al sacramento de las misericordias de Dios, que es la confesión, es de absoluta necesidad. La Iglesia nos hace esta invitación: Recomendamos con entrañable encarecimiento la práctica frecuente de la confesión, también de las faltas veniales.

8.- Que la Virgen Santísima nos alcance esta gracia. Así sea.

viernes, 11 de junio de 2010

DÉCIMA SEMANA DEL T. O.

SÁBADO
SAN MATEO 5, 33-37

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK:  http://www.obispadoalcala.org/

»También habéis oído que se dijo a los antiguos: No jurarás en vano, sino que cumplirás tus juramentos que le hayas hecho al Señor. Pero yo os digo: no juréis de ningún modo; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del Gran Rey. Tampoco jures por tu cabeza, porque no puedes volver blanco o negro ni un solo cabello. Que vuestro modo de hablar sea: “Si, sí”; “no, no”. Lo que exceda de esto, viene del Maligno.

Sigues, Señor, con tus enseñanzas. Como en intervenciones anteriores, fundamentas tus palabras en la Ley —que no habías venido a abolir, sino a dar plenitud—. Se había dicho..., pero Tú decías. Con esta fórmula admitías la Ley Antigua, pero estabas estableciendo la Ley Nueva.

Te fijaste en el juramento. La ley Antigua mandaba que no estaba permitido jurar en vano; que había que cumplir los juramentos hechos a Dios. “No juraréis en falso por mi nombre”, se decía en el Levítico 19, 11; “si un hombre (...) se compromete a algo con juramento no violará su palabra; cumplirá todo lo que ha salido de su boca”, se decía en Números, 30, 3.

Pero Tú dijiste: “No juréis de ningún modo”, ni por el cielo, ni por la tierra, ni por Jerusalén, ni por la cabeza propia. Y lo explicaste: el cielo es el trono de Dios; la tierra es el estrado de sus pies; Jerusalén es la ciudad del Gran Rey; la cabeza es criatura de Dios, ni siquiera el cabello puede cada uno cambiar. Por lo tanto: “no ju-réis de ningún modo”.

Vuestro modo de hablar sea “sí, sí; no, no”. Porque “lo que ex-ceda de estos viene del maligno”. El Catecismo de la Iglesia Cató-lica n. 2153 enseña “que todo juramento implica una referencia a Dios y que la presencia de Dios y de su verdad debe ser honrada en toda palabra. La discreción del recurso a Dios al hablar va unida a la atención respetuosa a su presencia, reconocida o menospreciada en cada una de nuestras afirmaciones”.

Decir sí, sí, no, no, es decir la verdad. Tú, Señor, eres la verdad “seguirte a Ti, Señor, es vivir del Espíritu de la Verdad que el Padre envía en tu nombre y que conduce a la verdad completa”. Catecismo de la Iglesia Católica n. 2466.

En muchas ocasiones, ahora también, Tú, Señor, enseñaste a tus discípulos y con ellos a nosotros “el amor incondicional a la Verdad”, a entender la sentencia: que “sea vuestro lenguaje sí, sí, no, no”.

Con el Catecismo de la Iglesia Católica n. 592 podemos decir que Tú, Señor, no aboliste la Ley del Sinaí, sino que la perfeccionaste, de tal modo, que revelaste su más profundo sentido y satisficiste por las transgresiones contra ella. Hazme un cumplidor de tu Ley.


jueves, 10 de junio de 2010

DÉCIMA SEMANA DEL T. O.

VIERNES
SAN MATEO 5, 27-32

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK: http://WWW.CASABLAN.ORG/

»Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio en su corazón. Si tu ojo derecho te escandaliza, arráncatelo y tíralo; porque más te vale que se pierda uno de tus miembros que no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha te escandaliza, córtala y arrójala de ti; porque más te vale que se pierda uno de tus miem-bros que no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno.
»Se dijo también: Cualquiera que repudie a su mujer, dele libelo de repudio. Pero yo os digo que todo el que repudie a su mujer —excepto en el caso de fornicación— la expone a cometer adulterio, y el que se casa con la repudiada comete adulterio.

Tú, Señor, conocías bien a los que habían llegado de distintos lugares a escucharte. Sabías datos de su nacimiento y de su formación religiosa, de sus costumbres y de sus comportamientos habituales. Sabías la influencia que tenía para ellos la fuerza de la Ley de Moisés, que desde pequeños habían aprendido y habían tratado de vivirla.

Tú mismo, Señor, cuando querías enseñar una cosa apelabas a la Ley. “Habéis oído que se dijo”: “pero yo os digo”. Y a continuación, proponías tu doctrina con plenitud. No habías venido “a abolir la Ley o los Profetas”, sino a darles plenitud.

En este caso les recordaste un mandato del Decálogo: “No cometerás adulterio”. Mandamiento que seguía en vigor y que Tú, Señor, en otras ocasiones habías comentado y aclarado a los que, para tentarte, te habían tendido una trampa con aquella pregunta: “¿le es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier cosa?”.

Ahora, proponías más. Te fijabas en el hecho y en el deseo. No bastaba con parecer que se cumplía la Ley, sino que había que cumplirla en su integridad. Por eso aclaraste hasta dónde pedías se cumpliese la Ley que proponías.

Y hablaste del ojo derecho y de la mano derecha como valores secundarios ante el cumplimiento de la Ley. Y hablaste de sacrificio, de entrega, de amor. En alguna ocasión dirías que había que dar hasta la vida por ser fieles.

Y recordando la antigua ley: “cualquiera que repudie a su mujer, que le dé libelo de repudio”, Tú exigías más, exigías cumplir la Ley Nueva que tú proponías: la Ley que ayuda a llegar a la perfección y a la santidad de Dios.

miércoles, 9 de junio de 2010

DÉCIMA SEMANA DEL T. O.

JUEVES
SAN MATEO 5, 20-26

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK: http://www.tresmasdos.es/

Os digo, pues, que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.
»Habéis oído que se dijo a los antiguos: No matarás, y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: Todo el que se llene de ira contra su hermano será reo de juicio; y el que insulte a su hermano será reo ante el Sanedrín; el que le maldiga será reo del fuego del infierno. Por tanto, si al llevar tu ofrenda al altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar, vete primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve después para presentar tu ofrenda. Ponte de acuerdo cuanto antes con tu adversario mientras vas de camino con él; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al alguacil y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que restituyas la última moneda.

Entrar en el Reino de los Cielos es la meta que el hombre debe conseguir. Para eso, hemos sido creados por Dios. Para servirle en esta vida y después gozar de su compañía en la vida eterna. Pero para entrar en el Reino de los Cielos —según tus palabras— debemos superar en “justicia” a los escribas y a los fariseos.

Señor, para eso, nos recordaste una serie de peldaños a subir, una serie de acciones a realizar, unos mandamientos imprescindibles que cumplir. Habéis oído que se dijo..., pero yo os digo. Esta era la fórmula que acababas de introducir para establecer las diferencias entre tu programa y el Antiguo. Habías afirmado que llevarías a plenitud la Ley Antigua, y comenzabas a establecer las bases para realizarlo, a marcar las diferencias. Se dijo..., os digo.

Y hablaste del “no matar antiguo”, que seguías manteniendo. Pero ahora reforzabas su exigencia. Exigías: no sólo no hacer daño sino amar al hermano; no sólo no quitar la vida sino demostrar comprensión con el hermano; incluso exigías rehacer la fraternidad si esta se hubiera roto o quebrado; exigías hasta dejar la ofrenda ante el altar e ir primero a reconciliarte con el hermano.

Exigías no sólo no matar, sino perdonar, querer, amar al hermano. Con tu vida y con tus palabras, Señor, habías dado un salto gigantesco en la historia de la salvación. Algo importante acababa de empezar.

martes, 8 de junio de 2010

DÉCIMA SEMANA DEL T. O.

MIÉRCOLES
SAN MATEO 5, 17-19

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK:  http://www.elizagipuzkoa.org/

»No penséis que he venido a abolir la Ley o los Profetas; no he venido a abolirlos sino a darles su plenitud. En verdad os digo que mientras no pasen el cielo y la tierra, de la Ley no pasará ni la más pequeña letra o trazo hasta que todo se cumpla. Así, el que quebrante uno solo de estos mandamientos, incluso de los más pequeños, y enseñe a los hombres a hacer lo mismo, será el más pequeño en el Reino de los Cielos. Por el contrario, el que los cumpla y enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos.

Siempre hablaste claro, Señor. También ahora. Nos dijiste que tu llegada al mundo no traía la misión de abolir la Ley ni los Profetas. Que habías venido a la tierra a dar plenitud a la Ley de los Antiguos, a las palabras de los Profetas.

Y tan verdad era lo que decías que pusiste por señal al cielo y a la tierra. Ellos serían testigos de que tus promesas iban a cumplirse hasta en el más mínimo detalle. Tú, Señor, eres la Verdad.

Dijiste también que quien quebrantase uno solo de esos mandamientos o enseñase a los demás a quebrantarlos, sería el más pequeño en el Reino de Dios. Y el que los cumpla y enseñe, será el más grande en el Cielo.

“Jesús enseña el verdadero valor de la Ley que Dios había dado al pueblo hebreo a través de Moisés, y la perfecciona aportando, con autoridad divina, su interpretación definitiva. Jesús añade a lo que “fue dicho” (por Dios), lo que Él ahora establece. No anula los preceptos de la Antigua Ley, sino que los interioriza, los lleva a la perfección de su contenido, proponiendo lo que estaba implícito en ellos, aunque los hombres no lo hubieran entendido en profundidad” .

Señor, pido tu ayuda para saber aceptar tu Ley (Nueva y Antigua); para saber cumplirla en lo pequeño y en lo grande.

lunes, 7 de junio de 2010

DÉCIMA SEMANA DEL T. O.

MARTES
SAN MATEO 5, 13-16

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK: http://www.opusdei.org/

»Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa ¿con qué se salará? No vale más que para tirarla fuera y que la pisotee la gente.
»Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en lo alto de un monte; ni se enciende una luz para ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero a fin de que alumbre a todos los de la casa. Alumbre así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los Cielos.

Todos habían desaparecido. Sólo tus discípulos permanecían contigo. Quizás se hallaban algunos más a tu alrededor. De estas precisiones no se ocuparon los evangelistas. Les preocupaba más la fuerza de tu mensaje. En todo caso, según dice el texto, comenzaste a proclamar: vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo.

Era como decir: sed sal, sed luz. Sólo así, los demás, al ver vuestra luz y al notar vuestra sal, glorificarán a Dios Padre que está en los cielos; y darán testimonio de la grandeza de Dios.

Me pregunto. ¿Soy sal para los demás? ¿Soy luz para el mundo? ¿Mis buenas obras ayudan a los demás a glorificar a Dios? ¿Paso por el mundo dando luz y calor? Ayúdame a ser sal y a ser luz.

También dijiste, que si la sal se vuelve sosa, no sirve para nada sino para tirarla y pisarla; y que si la luz se pone debajo del celemín, no sirve para nada. Ayúdanos a sazonar, a alumbrar; a cumplir nuestra misión de seguidores tuyos, de continuadores de tu obra.

Te pedimos, Señor, que pongas tu dulce sabor en la vida de cada uno de nosotros y tu luz refulgente en nuestras acciones. Y con tu gracia y tu ayuda todos y cada uno seamos sal que sazona y luz que alumbra y que quema.

domingo, 6 de junio de 2010

DÉCIMA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN MATEO 5, 1-12

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK:  http://www.diocesispalencia.org/

Al ver Jesús a las multitudes, subió al monte; se sentó y se le acercaron sus discípulos; y abriendo su boca les enseñaba diciendo:
—Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el Reino de los Cielos.
»Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados.
»Bienaventurados los mansos, porque heredarán la tierra.
»Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque quedarán saciados.
»Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia.
»Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios.
»Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios.
»Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque suyo es el Reino de los Cielos.
»Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y, mintiendo, digan contra vosotros todo tipo de maldad por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo: de la misma manera persiguieron a los profetas de antes de vosotros.

Quizás tus discípulos te preguntaron más de una vez, quienes podían considerarse felices, dichosos, según las exigencias de tu doctrina. Y Tú, Señor, les habrías respondido que le felicidad no se hallaba ni en las riquezas, ni el poder, ni en la fama, ni en el placer. Pero ellos no acaban de entenderte.

Es verdad, que conocían por experiencia que ni los que gozaban de poder eran siempre felices, ni los que gozaban de buena salud eran, en todo momento, dichosos, ni los que poseían muchos bienes gozaban siempre de felicidad. Entonces, se preguntaban: ¿dónde se encuentra la felicidad? ¿quiénes son los verdaderamente felices?

Sabían también tus discípulos que Tú habías nacido pobre; que nunca presumías de poder; que jamás buscabas el aplauso; que lo tuyo no era acudir, sin más, a banquetes, a comidas, a fiestas. ¿Estaría la felicidad en estas cosas?

Querían saberlo. Por eso, un día te lo preguntaron más claramente: Señor, ¿quienes son los auténticos bienaventurados, los felices de verdad?

sábado, 5 de junio de 2010

SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI
Evangelio según san Lucas 9, 11b-17


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En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban.
Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle:
— «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.»
El les contestó:
— «Dadles vosotros de comer.»
Ellos replicaron:
— «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.»
Porque eran unos cinco mil hombres.
Jesús dijo a sus discípulos:
— «Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.»
Lo hicieron así, y todos se echaron.
Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos

La solemnidad del Corpus Christi que hoy celebramos, nos invita a contemplar el misterio supremo de nuestra fe: la santísima Eucaristía, presencia real de nuestro Señor Jesucristo en el Sacramento del altar.

Nació esta fiesta con la finalidad precisa de reafirmar abiertamente la fe del pueblo de Dios en Jesucristo vivo y realmente presente en el santísimo sacramento de la Eucaristía. Fue instituida esta fiesta para adorar, alabar y dar públicamente las gracias al Señor, que "en el Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos "hasta el extremo", hasta el don de su cuerpo y de su sangre".

Con esta celebración, la Iglesia quiere subrayar la necesidad y la importancia de la Eucaristía. La Eucaristía es el centro de la vida cristiana. Ella es la fuente y el culmen de toda acción cristiana. Por la Eucaristía vive y crece la Iglesia. Por la Eucaristía vivimos y crecemos los cristianos.

En la Eucaristía recibimos el pan de la Palabra de Dios como la luz que debe iluminar nuestra vida; y en ella recibimos el Pan de la Vida que es Jesucristo que se nos da en la comunión para nuestro alimento y crecimiento espiritual en el camino hacia la vida eterna, que es la meta de la fe.

Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, cumple el mandato de Jesús de hacer en memoria suya lo que Él hizo en la última cena; celebra el memorial del sacrificio de Jesucristo en la Cruz y también la ofrenda que Jesucristo glorioso hace de toda su vida.

Este recuerdo no es una simple evocación de los acontecimientos salvadores de Jesús, sino una actualización, siempre viva y eficaz de los mismos. Por eso, la Eucaristía es el sacramento del amor: Jesucristo de nuevo se ofrece y se entrega totalmente por nosotros (cf. Catecismo, 1362s).

Es necesario por nuestra parte, superar la comodidad y convencernos de que necesitamos participar en la Eucaristía todos los Domingos. Y después, el haber celebrado la Eucaristía se ha de notar en la vida de cada día: el que participa en la Eucaristía ha de dar testimonio cada día de aquello que celebra el Domingo. No ha de dar testimonio de que es perfecto, sino de que trata de serlo, de que lucha y se esfuerza por ser cada día mejor cristiano. El que participa en la Eucaristía ha de vivir con un estilo diferente al estilo de vida del mundo.

Adoremos con devoción el Santísimo Sacramento, al final de la Misa haremos un breve rato de adoración, y vivamos después como verdaderos adoradores.