sábado, 5 de junio de 2010

SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI
Evangelio según san Lucas 9, 11b-17


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En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban.
Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle:
— «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.»
El les contestó:
— «Dadles vosotros de comer.»
Ellos replicaron:
— «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.»
Porque eran unos cinco mil hombres.
Jesús dijo a sus discípulos:
— «Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.»
Lo hicieron así, y todos se echaron.
Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos

La solemnidad del Corpus Christi que hoy celebramos, nos invita a contemplar el misterio supremo de nuestra fe: la santísima Eucaristía, presencia real de nuestro Señor Jesucristo en el Sacramento del altar.

Nació esta fiesta con la finalidad precisa de reafirmar abiertamente la fe del pueblo de Dios en Jesucristo vivo y realmente presente en el santísimo sacramento de la Eucaristía. Fue instituida esta fiesta para adorar, alabar y dar públicamente las gracias al Señor, que "en el Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos "hasta el extremo", hasta el don de su cuerpo y de su sangre".

Con esta celebración, la Iglesia quiere subrayar la necesidad y la importancia de la Eucaristía. La Eucaristía es el centro de la vida cristiana. Ella es la fuente y el culmen de toda acción cristiana. Por la Eucaristía vive y crece la Iglesia. Por la Eucaristía vivimos y crecemos los cristianos.

En la Eucaristía recibimos el pan de la Palabra de Dios como la luz que debe iluminar nuestra vida; y en ella recibimos el Pan de la Vida que es Jesucristo que se nos da en la comunión para nuestro alimento y crecimiento espiritual en el camino hacia la vida eterna, que es la meta de la fe.

Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, cumple el mandato de Jesús de hacer en memoria suya lo que Él hizo en la última cena; celebra el memorial del sacrificio de Jesucristo en la Cruz y también la ofrenda que Jesucristo glorioso hace de toda su vida.

Este recuerdo no es una simple evocación de los acontecimientos salvadores de Jesús, sino una actualización, siempre viva y eficaz de los mismos. Por eso, la Eucaristía es el sacramento del amor: Jesucristo de nuevo se ofrece y se entrega totalmente por nosotros (cf. Catecismo, 1362s).

Es necesario por nuestra parte, superar la comodidad y convencernos de que necesitamos participar en la Eucaristía todos los Domingos. Y después, el haber celebrado la Eucaristía se ha de notar en la vida de cada día: el que participa en la Eucaristía ha de dar testimonio cada día de aquello que celebra el Domingo. No ha de dar testimonio de que es perfecto, sino de que trata de serlo, de que lucha y se esfuerza por ser cada día mejor cristiano. El que participa en la Eucaristía ha de vivir con un estilo diferente al estilo de vida del mundo.

Adoremos con devoción el Santísimo Sacramento, al final de la Misa haremos un breve rato de adoración, y vivamos después como verdaderos adoradores.

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