lunes, 7 de junio de 2010

DÉCIMA SEMANA DEL T. O.

MARTES
SAN MATEO 5, 13-16

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»Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa ¿con qué se salará? No vale más que para tirarla fuera y que la pisotee la gente.
»Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en lo alto de un monte; ni se enciende una luz para ponerla debajo de un celemín, sino sobre un candelero a fin de que alumbre a todos los de la casa. Alumbre así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre, que está en los Cielos.

Todos habían desaparecido. Sólo tus discípulos permanecían contigo. Quizás se hallaban algunos más a tu alrededor. De estas precisiones no se ocuparon los evangelistas. Les preocupaba más la fuerza de tu mensaje. En todo caso, según dice el texto, comenzaste a proclamar: vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo.

Era como decir: sed sal, sed luz. Sólo así, los demás, al ver vuestra luz y al notar vuestra sal, glorificarán a Dios Padre que está en los cielos; y darán testimonio de la grandeza de Dios.

Me pregunto. ¿Soy sal para los demás? ¿Soy luz para el mundo? ¿Mis buenas obras ayudan a los demás a glorificar a Dios? ¿Paso por el mundo dando luz y calor? Ayúdame a ser sal y a ser luz.

También dijiste, que si la sal se vuelve sosa, no sirve para nada sino para tirarla y pisarla; y que si la luz se pone debajo del celemín, no sirve para nada. Ayúdanos a sazonar, a alumbrar; a cumplir nuestra misión de seguidores tuyos, de continuadores de tu obra.

Te pedimos, Señor, que pongas tu dulce sabor en la vida de cada uno de nosotros y tu luz refulgente en nuestras acciones. Y con tu gracia y tu ayuda todos y cada uno seamos sal que sazona y luz que alumbra y que quema.