miércoles, 9 de febrero de 2011

QUINTA SEMANA DEL T. O.

JUEVES
SAN MARCOS 7, 24-30

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
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Se fue de allí y se marchó hacia la región de Tiro y de Sidón. Entró en una casa y deseaba que nadie lo supiera, pero no pudo permanecer inadvertido. Es más, en cuanto oyó hablar de él una mujer cuya hija tenía un espíritu impuro, entró y se postró a sus pies. La mujer era griega, sirofenicia de origen. Y le rogaba que expulsara de su hija al demonio. Y le dijo:
—Deja que primero se sacien los hijos, porque no está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perrillos.
Ella respondió diciendo:
—Es verdad, Señor, pero también los perrillos comen debajo de la mesa las migajas de los hijos.
Y le dijo:
—Por esto que has dicho, vete, el demonio ha salido de tu hija.
Y al regresar a su casa encontró a la niña echada en la cama, y que el demonio había salido.


Señor, ibas de aquí para allá. No parabas de caminar y de moverte. Esta vez, llegaste a la región de Tiro. Te alojaste en una determinada casa, ¿qué casa fue aquella, Señor? Yo no soy digno de que entres en mi casa, decimos antes de comulgar. Aquel dueño digno o no, te alojó en su casa. Me atrevo a pensar que sería una casa humilde —como la tuya—, porque tu intención era pasar des-apercibido. Pero no lo conseguiste. ¡No te dejaron en paz, Señor, no te dejaron!

Fue una buena mujer; madre de una hija atormentada quien se enteró que llegabas y te descubrió. Fue hasta donde Tú estabas y se echó a tus pies. ¡Qué humildad y qué amor los de aquella mujer, pagana, fenicia, de Siria! Y te rogaba que salvases a su hija. Y Tú, Señor: primero son los hijos, luego los perros. Tú que lo sabes to-do... ¡Qué pensarías en tu interior, Señor, qué pensarías cuando pronunciaste estas palabras!

Y ella: pues si Tú lo dices, Señor, así será. De acuerdo, primero los hijos; las migajas a los perros; echa esas migajas debajo de mi mesa, échalas; por favor, cura a mi hija.

Y Tú, Señor, que los sabías todo —sufriendo, sin duda— le dijiste: anda, vete, te lo has ganado; tu hija está ya sana. Gracias, te dijo, con sus ojos, aquella pagana; no necesitó de palabras; las palabras le sobraban. Y saliendo de debajo de la mesa de la humildad, se fue dando saltos de alegría a su casa.

Al llegar se encontró a su hija, echada en la cama: feliz, sonriente, acerada. Lo que pasó luego, no lo sabemos, pero a buen seguro que aquella madre y aquella hija volvieron a agradecerte el favor y quizás te regalaron un cordero; o te hicieron un manto nuevo y hasta es posible que te siguieran por el camino. La humildad es el fundamento de una santidad completa.