No todo lo que se vive se recuerda, sólo algunas cosas. Ahora bien, cuando se tira del hilo, como dice el refrán, sale el ovillo. Esto me está pasando a mi, después de tantos años, con los recuerdos del primer viaje que hice a Barruelo de Santullán.
PLAZA DEL AYUNTAMIENTO DE BARRUELO |
Me despedí de D. Manuel. Acompañado por su ama, llegué al Hotel Navamuel. Estaba en la Plaza del Ayuntamiento, cerca de la casa del parróco. Era entrada la noche. Saludé a los dueños que fueron muy amables conmigo. Luego supe que tenían también muy buena relación con el párroco. Les manifesté el deseo de pasar allí la noche. Se mostraron encantados. Pedí habitación para dejar la pequeña maleta que llevaba conmigo y asearme un poco. Era época de veraneantes. Me señalaron una pequeña habitación en el piso de arriba. Para pasar una noche me pareció suficiente. Me instalé en un momento. Bajé al comedor a cenar antes de que cerraran. Me coloqué en una mesa para cuatro personas que estaba vacía. Pronto llegó un nuevo cliente que ocupó la misma mesa. No recuerdo su nombre, sólo recuerdo que era un viajante. Hablamos de nuestras cosas: yo de mi sacerdocio recién estrenado, él de su mercancía y clientes. Ante una ligera indicación de la dueña, nos levantamos de la mesa. Con un cortés hasta mañana, nos dirigimos a nuestras habitaciones. Allí, terminé mis rezos y me dispuse a descansar lo mejor posible. Pero no fue fácil. Apenas había conciliado el sueño llegaron inquilinos, que hablaban alto y alborotaban bastante. Más tarde, llegaron otros, y luego unos terceros. Total que eran las dos de la mañana y no había pegado ojo. Además, era la primera vez que dormía fuera de casa o en el seminario, y comencé a pensar en lo difícil que iba a ser pasar allí aquella noche y, sobre todo, las que luego vinieran, porque tenía la intención de hospedarme en ese hotel hasta que pudiera poner casa propia. "Si supiera mi madre la mala noche que estoy pasando". Y entre el ruido y los pensamientos inútiles, se hiceron las cuatro de la mañana. Al fin, rendido por el sueño y el cansancio, me dormí. No me duró mucho la tranquildiad del sueño, porque a las cinco de la mañana, empezó a oirse de nuevo el ruido. Me levanté, me aseé y me dispuse a rezar. Al rato, ruidos del lechero, de la cocina del Hotel, del reloj de la torre. A las siete, tenía Misa en las Monjas. Minutos antes de la siete, estaba en la capilla. Me esperaba una religiosa, de hábito y toca en la cabeza. Me acompañó a la sacristía, a los cinco minutos comenzaba la Misa, en latín: "In nomine Patris, et Filii et Spiritus Sancti... Era una de las diez primeras misas. No sé si por la piedad de las monjas o por mi propia piedad, fue una Misa inolvidable. (Seguirá mañana)