lunes, 31 de enero de 2011

CUARTA SEMANA DEL T. O.

MARTES
SAN MARCOS 5, 21-43

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=XsdVO9iL5m4


Y tras cruzar de nuevo Jesús en la barca hasta la orilla opuesta, se congregó una gran muchedumbre a su alrededor mientras él estaba junto al mar. Viene uno de los jefes de la Sinagoga, que se llamaba Jairo. Al verlo, se postra a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo:
—Mi hija está en las últimas. Ven, pon tus manos sobre ella para que se salve y viva.
Se fue con él, y le seguía la muchedumbre, que le apretujaba.
Y una mujer que tenía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho a manos de muchos médicos y se había gastado todos sus bienes sin aprovecharle de nada, sino que iba de mal en peor, cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la muchedumbre y le tocó el manto;-porque decía: “Con que toque su ropa, me curaré” Y de repente se secó la fuente de su sangre y sintió en su cuerpo que estaba curada de la enfermedad. Y al momento Jesús conoció en sí mismo la fuerza salida de él y, vuelto hacia la muchedumbre, decía:
—¿Quién me ha tocado la ropa?
Y le decían sus discípulos:
—Ves que la muchedumbre te apretuja y dices ¿Quién me ha tocado?
Y miraba a su alrededor para ver a la que había hecho esto. La mujer, asustada y temblorosa, sabiendo lo que le había ocurrido, se acercó, se postró ante él y le dijo toda la verdad. Él entonces le dijo:
—Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu dolencia.
Todavía estaba él hablando, cuando llegan desde la casa del jefe de la Sinagoga, diciendo:
—Tu hija ha muerto; ¿para qué molestas ya al Maestro?
Jesús, al oír lo que hablaban, dice al jefe de la Sinagoga:
—No temas, tan sólo ten fe. Y no permitió que nadie le siguiera, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la Sinagoga, y ve el alboroto, y a los que lloraban y a las plañideras. Y al entrar, les dice:
—¿Por qué alborotáis y estáis llorando? La niña no ha muerto, sino que duerme.
Y se burlaban de él. Pero él, haciendo salir a todos, toma consigo al padre y a la madre de la niña y a los que le acompañaban, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice:
—Talitha qumi, que significa: “Niña, a ti te digo, levántate”
Y en seguida la niña se levantó y se puso a andar, pues tenía doce años. Y quedaron llenos de asombro. Les insistió mucho en que nadie lo supiera, y dijo que le dieran a ella de comer.


Las aguas del mar de Tiberíades estaban casi siempre en calma. A Ti, Señor, te gustaba ir de una orilla a la otra. Para ello utilizabas una pequeña barca. Te acompañaban tus discípulos. Muchos de ellos eran conocedores del mar y de sus aguas. Sabían manejar los remos y conocían cuándo el viento era favorable. Les gustaba la barca.

Llegaste a la otra orilla. Y allí descansabas junto al mar. Poco después una gran muchedumbre se congregó a tu alrededor. Te seguían porque te tenían aprecio; te seguían entusiasmados porque esperaban recibir gracias de Ti. ¡Aprendían tantas cosas a tu lado!

En esto, haciéndose hueco entre la gente, llegó hasta Ti un jefe de la Sinagoga, se llamaba Jairo. Se postró ante Ti y te suplicó con insistencia: Ven a mi casa, te necesito.

Tú, Señor, fuiste con él. Y la gente que te seguía, te apretujaba, casi no te dejaban andar. En este momento, una mujer enferma “vino por detrás” y “te tocó el manto”. Y “de repente se sintió curada”. Tú, Señor, lo notaste. Te volviste hacia la muchedumbre y preguntaste: ¿Quién me ha tocado la ropa? La mujer se asustó y confesó todo: yo he sido, Señor.

Entonces Tú dijiste a la mujer “Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu dolencia”. La mujer se fue contenta. Quiero pensar que aquella mujer fue ya para siempre una persona feliz.

En esto, llegaron noticias de la muerte de la hija de Jairo. Alguien le dijo, Jairo “no molestes ya al Maestro”. Pero Tú, Señor, dirigiéndote a él, dijiste: “No temas, Jairo, tan sólo ten fe”.

Y tomando consigo a Pedro, Santiago y Juan fuiste con él a su casa. De lejos se oían los llantos. Al entrar en la casa pediste calma y sosiego. Con tus tres discípulos y los padres entrasteis “donde estaba la niña”. Y dijiste a la niña: “Niña, a ti te digo, levántate”. Y se levantó. Y comenzó a andar. Era muy joven, apenas doce años.

La alegría fue enorme. Aunque Tú, Señor, insististe en que no se supiera. Sólo pediste que le dieran de comer a la niña.

¡Las aguas del lago seguían mansas y en aquella casa floreció la fe!

QUE DETALLE, SEÑOR, HAS TENIDO CONMIGO
http://www.youtube.com/watch?v=htSssuE0_b4

domingo, 30 de enero de 2011

CUARTA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN MARCOS 5, 1-20

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=JRFdJN4YqaM


Y llegaron a la orilla opuesta del mar, a la región de los gerasenos. Apenas salir de la barca, vino a su encuentro desde los sepulcros un hombre poseído por un espíritu impuro, que vivía en los sepulcros y nadie podía tenerlo sujeto ni siquiera con cadenas; porque había estado muchas veces atado con grilletes y cadenas, y había roto las cadenas y deshecho los grilletes, y nadie podía dominarlo. Y se pasaba las noches enteras y los días por los sepulcros y por los montes, gritando e hiriéndose con piedras. Al ver a Jesús desde lejos, corrió y se postró ante él; y, gritando con gran voz, dijo:
—¿Qué tengo que ver contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? ¡Te conjuro por Dios que no me atormentes! — porque le decía: ¡Sal, espíritu impuro, de este hombre!
Y le preguntó:
—¿Cuál es tu nombre?
Le contestó:
—Mi nombre es Legión, porque somos muchos.
Y le suplicaba con insistencia que no lo expulsara fuera de la región.
Había por allí junto al monte una gran piara de cerdos paciendo. Y le suplicaron:
—Envíanos a los cerdos, para que entremos en ellos.
Y se lo permitió. Salieron los espíritus impuros y entraron en los cerdos; y la piara, alrededor de dos mil, se lanzó corriendo por la pendiente hacia el mar, donde se iban ahogando. Los porqueros huyeron y lo conta-ron por la ciudad y por los campos. Y acudieron a ver qué había pasado. Llegaron junto a Jesús, y vieron al que había estado endemoniado —al que había tenido Legión— sentado, vestido y en su sano juicio; y les entró miedo. Los que lo habían presenciado les explicaron lo que había sucedido con el que había estado poseído por el demonio y con los cerdos. Y comenzaron a rogarle que se alejase de su región. En cuanto él subió a la barca, el que había estado endemoniado le suplicaba quedarse con él; pero no lo admitió, sino que le dijo:
—Vete a tu casa con “los tuyos” y anúnciales las grandes cosas que el Señor ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti.
Se fue y comenzó a proclamar en la Decápolis lo que Jesús había hecho con él. Y todos se admiraban.

Llegaste, Señor, acompañado de tus discípulos “a la orilla del lago, en la región de los Gerasenos”. La travesía había sido tran-quila. Habían surgido comentarios positivos sobre tus últimas enseñanzas, y los sueños futuros sobre tu empresa comenzaban, poco a poco, a abrirse camino.

Apenas habías desembarcado, Señor, te salió al paso un hombre poseído por un espíritu impuro. Luego supiste —es una forma de decir— que aquel hombre vivía en un cementerio cercano, entre las tumbas; que en ocasiones ni con cadenas le podían sujetar; que muchas veces se había soltado del cepo y de las cadenas con las que pretendían sujetarle; que tenía una fuerza enorme; que no había manera de “domarlo”; que se pasaba el día y la noche gritando en los montes; y que él mismo se hería con piedras.

Parece que aquel hombre te había visto de lejos. Y corrió como un loco hacia Ti y ante Ti se postró el infeliz sujeto. Y a grito pelado decía: “¿Qué tienes que ver conmigo Jesús, Hijo del Altísimo?” Pero también te pedía que lo curaras. Y Tú, Señor, ordenaste al espíritu malo que saliera de aquel hombre. Y él, como un poseso, gritaba cada vez más fuerte. Tú, entonces, le preguntaste por su nombre. Él respondió que “eran legión”. Y te rogaba encarecidamente les “echases a paseo”.

Había, por cierto, cerca de allí —te acuerdas, Señor—, una piara de cerdos. Y los espíritus querían ir a ellos. Y Tú se lo permitiste. Y los espíritus salieron como demonios y se metieron en los cerdos. Y los cerdos “como posesos” se lanzaron al lago; y aquellos animales, pesados y torpes como pocos, murieron ahogados. Los porqueros disgustados se fueron al pueblo y anunciaron lo ocurrido.

Y la gente vino asustada y curiosa enseguida. Y vieron al endemoniado, a tu lado, sentado, tranquilo, sereno. Y todos se llevaron las manos a la cabeza. Y algunos volvieron a contar las cosas ocurridas con todo detalle. Y te rogaron, Señor, que te fueras de sus contornos. Y el endemoniado quería ir contigo. Pero no se lo permitiste. Y Tú, Señor, te fuiste en la barca. Y al recién curado le ordenaste que se fuera a su casa y diera una alegría a los suyos y anunciase que Tú habías tenido gran misericordia con él.

Y aquel hombre, obediente y curado, comenzó a proclamar por la Decápolis lo ocurrido. Todos se admiraban. Y muchos, aturdidos, no pasaban a creerlo. Pero la evidencia les obligaba a aceptarlo. Sólo los porquerizos no quisieron que te quedaras allí. Temían desgracias mayores. Como si esto hubiera sido una desgracia.

Quédate, Señor, con nosotros, aunque se sequen las flores del jardín o las amapolas vuelen llevadas por los aires. Quédate con nosotros, aunque el huracán se lleve las viviendas y las aguas inunden nuestros campos. Quédate en mi pueblo, en mi barrio, en mi hogar, en mi alma. Y despide con tu fuerza los viejos demonios que anidan a nuestro alrededor. Nosotros, agradecidos procuraremos anunciar tu mensaje por todos los pueblos, por todas las ciudades, por todo el mundo.

sábado, 29 de enero de 2011

CUARTA SEMANA DEL T. O.

DOMINGO (A)
SAN MATEO 5, 1-12A





CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=N8C9QlfExtg

Al ver Jesús a las multitudes, subió al monte; se sentó y se le acercaron sus discípulos; y abriendo su boca les enseñaba diciendo:
—Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el Reino de los Cielos.
»Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados.
»Bienaventurados los mansos, porque heredarán la tierra.
»Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque quedarán saciados.
»Bienaventurados los misericordiosos, porque alcanzarán misericor-dia.
»Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios.
»Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios.
»Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia, porque suyo es el Reino de los Cielos.
»Bienaventurados cuando os injurien, os persigan y, mintiendo, digan contra vosotros todo tipo de maldad por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo: de la misma manera persiguieron a los profetas de antes de vosotros.

Señor, de nuevo te encontrabas rodeado de gente. Eran muchos los que te seguían y te escuchaban. Hablabas con autoridad y despertabas confianza. Al ver el gentío que se había aglomerado junto a Ti, subiste a la montaña. Y te sentaste en un lugar adecuado. A tu alrededor se colocaron tus discípulos. Un poco más distantes los demás. Y, con solemnidad y firmeza, comenzaste a presentar tu programa.

Allí, entre la gente, había pobres —Tú eras pobre— y dijiste que los pobres serían bienaventurados porque conseguirían el Reino de Dios. Allí había gente sufridora y con capacidad de aguante —Tú eras uno de ellos—; y dijiste que los que sufren heredarían la tierra. Allí había gente con lágrimas en los ojos —Tú también llorabas— y dijiste que alcanzarían la felicidad, que serían consolados.

Mientras hablabas, en toda aquella zona no se oía un susurro. A lo lejos, un labrador, en silencio, seguía detrás de su yunta; y algo más cerca, una buena mujer recogía leña para su hogar. El silencio era enorme. Ni siquiera el respirar de las gentes dañaba la paz del momento. El sol, desde arriba, contemplaba la escena con calor; y el viento aplaudía en silencio. Y desde el cielo, por una ventana abierta a la tierra, se oyó una voz que decía: “Este es mi Hijo, el bienaventurado, escuchadle”.

Allí había también gente con hambre de pan y de justicia —Tú eras el justo— y dijiste que aguantasen un poco, que muy pronto serían bienaventurados y serían saciados. Allí había gente misericordiosa —Tú eras misericordioso—; y les dijiste que al fin saltarí-an de gozo porque también ellos alcanzarían misericordia.

Allí estaban niños y niñas limpios de corazón —Tú eras siempre limpio—; y les dijiste que serían felices contemplando a Dios cara a cara, por siempre jamás. Allí había gente que trabajaba por la paz —Tú eras la paz—; y les dijiste que obtendrían el título de hijos de Dios. Allí había gente que era perseguida —Tú serías tam-bién perseguido—; y les dijiste que con el tiempo sí serían dueños y señores del Reino de los Cielos.

Dejaste de hablar, Señor y el silencio siguió presente. Y la emoción fue en aumento. Y la esperanza en crecida.

Al fin terminaste con estas palabras: Bienaventurados cuando os injurien, os persigan y, mintiendo, digan contra vosotros todo tipo de maldad por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.

Un aplauso inmenso y prolongado cerró este acto. Luego Tú, Señor, te fuiste a cumplir con tu programa y nosotros con el nuestro. Una cosa nos ha quedado clara: para ser felices y dichosos, debemos seguir tus pasos, cumplir tu programa.

viernes, 28 de enero de 2011

TERCERA SEMANA DEL T. O.

SÁBADO
SAN MARCOS 4, 35-41

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=O2H_8d6o2HQ&feature=related

Aquel día, llegada la tarde, les dice:
—Crucemos a la otra orilla.
Y, despidiendo a la muchedumbre, le llevaron en la barca tal como estaba. Y le acompañaban otras barcas. Y se levantó una gran tempestad de viento, y las olas se echaban encima de la barca, hasta el punto de que la barca ya se inundaba. Él estaba en la popa durmiendo sobre un cabezal. Entonces le despiertan, y le dicen:
—Maestro, ¿no te importa que perezcamos?
Y puesto en pie, increpó al viento y dijo al mar:
—¡Calla, enmudece!
Y se calmó el viento, y sobrevino una gran calma. Entonces les dijo:
—¿Por qué os asustáis? ¿Todavía no tenéis fe?
Y se llenaron de gran temor, y se decían unos a otros:
—¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?

Al atardecer, Señor, dijiste a tus discípulos: Vamos a la otra orilla. La otra orilla era el poder descansar un poco; el poder comentar algunas cosas juntos; el poder programar otras actividades; el poder estar a solas con cada uno de “los tuyos”. Esta orilla era la de las palabras, la de los apretujones, la de las curaciones, la de los milagros, también era la orilla de las críticas, de las envidias, de las zancadillas, de las traiciones.

Despidiéndote de la gente, subiste a la barca, sin recoger nada, como estabas. Tus discípulos, felices, remaron mar adentro; otras barcas os acompañaron. Y es muy probable que comenzaseis a entonar salmos o cánticos de travesía.

Pero de pronto, “se levantó un fuerte huracán y las olas rompían contra las barcas hasta casi llenarlas de agua”. Tal fue la tormenta, que la cosa comenzó a ser preocupante. Mientras, Tú, Señor, tras el duro quehacer del día y con el runrún de los remos y de las canciones, te habías quedado dormido sobre un almohadón.

Tan profundo era tu sueño que tuvieron que darte unos golpes para despertarte y Pedro, con su vozarrón de pescador curtido, te dijo: Maestro, ¿no te importa que perezcamos?

Y Tú, Señor, de un salto, te pusiste de pie. Poco después, increpando al viento dijiste al mar: silencio, enmudece: Y se calmó el viento, y sobrevino una gran calma. Todos quedaron tranquilos: los de los remos siguieron remando, y otros comenzaron a entonar nuevos salmos, esta vez de acción de gracias. Las barcas seguían camino de la otra orilla.

Luego, Tú, Señor, dijiste a los tuyos: “¿Por qué os asustáis? ¿Todavía no tenéis fe?”. Y todos, absolutamente todos, “se quedaron espantados, temblorosos, estupefactos”. Y se decían entre sí, entre la admiración y la congoja, es maravilloso; hasta las aguas y los vientos le obedecen.

Señor, también yo voy de camino hacia la otra orilla, hacia tu encuentro, y en la travesía que tengo que realizar se levantan vientos y zozobras. Aumenta mi fe, para que acuda a pedir tu ayuda. Aumenta mi fe, para que me convenza que Tú tienes poder para mandar al viento y a la tristeza; a las aguas y a las dudas.



jueves, 27 de enero de 2011

TERCERA SEMANA DEL T. O.

VIERNES
SAN MARCOS 4, 26-34

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=3Xo4dD2OWtI
Y decía:
—El Reino de Dios viene a ser como un hombre que echa la semilla sobre la tierra, y, duerma o vele noche y día, la semilla nace y crece, sin que él sepa cómo. Porque la tierra produce fruto ella sola: primero hierba, después espiga, y por fin trigo maduro en la espiga. Y en cuanto está a punto el fruto, enseguida mete la hoz, porque ha llegado la siega.
Y decía:
—¿A qué se parecerá el Reino de Dios?, o ¿con qué parábola lo compararemos? Es como un grano de mostaza que, cuando se siembra en la tierra, es la más pequeña de todas las semillas que hay en la tierra; pero, una vez sembrado, crece y llega a hacerse mayor que todas las hortalizas, y echa ramas grandes, hasta el punto de que los pájaros del cielo puedan anidar bajo su sombra.
Y con muchas parábolas semejantes les anunciaba la palabra, conforme a lo que podían entender; y no les solía hablar nada sin parábolas. Pero a solas, les explicaba todo a sus discípulos.

Una vez más habías salido a predicar. La gente te seguía y te escuchaba. Tus palabras movían, pero, sobre todo, era tu conducta la que arrastraba. ¡Eran tantos los que te seguían! ¡Eran tantos los que accedían detrás de Ti! Y Tú, Señor, les decías: El Reino de Dios viene a ser como un hombre que echa simiente en la tierra.

Y seguías: el labrador siembra de día, por la noche duerme. Así un día y otro día. Y la semilla va creciendo; primero hacia abajo, después hacia arriba. Y el labrador ni se entera. Y sale el tallo y llega la espiga, y vine el granazón y la seca; tras la siega, los granos bailan en la era; después descansan en el granero más tarde, se hacen pan, alimento, fuerza.

Así es el Reino de los cielos: es como una pequeña semilla que el labrador divino deposita en el alma; primero crece, luego madura y al fin llega la cosecha: la felicidad eterna.

Señor, labrador amigo, siembra en mi vida la semilla de tu Re-ino, envía tu luz y tu sol, tu agua y tu fuerza, para que un día pueda recoger la cosecha de tu Reino.

Nos contaste también otras parábolas: la del grano de mostaza, pequeña semilla pero que con el tiempo se hace una hortaliza grande, de ramas tan crecidas que hasta los pájaros anidan en ellas.

El evangelista apunta que con estas y con parábolas semejantes anunciabas a las gentes tu palabra, conforme a lo que podían entender; luego, en privado, se las explicaba más a tus discípulos.

Señor, explícame, una y otra vez, tus parábolas.

miércoles, 26 de enero de 2011

TERCERA SEMANA DEL T. O.

JUEVES
SAN MARCOS 4, 21-25

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.vatican.va/



Y les decía:
—¿Acaso se enciende la lámpara para ponerla debajo del celemín o debajo de la cama? ¿No se pone sobre un candelero? Pues no hay cosa escondida que no vaya de saberse, ni secreto que no acabe por hacerse público. Si alguno tiene oídos para oír, que oiga.
Y les decía:
—Prestad atención a lo que oís. Con la medida con que midáis se os medirá y hasta se os dará de más. Porque al que tiene se le dará; y al que no tiene incluso lo que tiene se le quitará.

Te fijabas en todo, Señor. Conocías el brotar de las flores y el cambio del tiempo según qué viento soplase. Sabías qué era un arado y qué era un celemín. Sabías para qué servía una lámpara o cómo se cocía el pan, bien amasado, en el horno. Y en muchas ocasiones hablaste de estas cosas.

Hoy, del candil; de ese sencillo instrumento que sirve para alumbrar el espacio de una habitación o de una cocina, de su uso y de su sitio en la casa.

“El candil no se pone debajo del celemín o se mete debajo de la cama”. Debe ponerse en el candelero, en un lugar adecuado para que dé luz alrededor y se vea.

Y continuación, la aplicación. Nada hay oculto que no sea descubierto, y nada secreto que no sea puesto en claro. Es decir, si algo se hace en el silencio, no es para que allí se quede, sino para que se descubra, ayude, ilumine. Y si algo se hace a ocultas, tarde o temprano, debe salir a la luz, debe saberse.

Y después añadiste: el que lo quiera aplicar que lo aplique; el que tenga oídos para oír que oiga; es decir, el que haya entendido el ejemplo que lo tome en cuenta: claridad en las obras, responsabilidad en ellas.

Luego añadiste: “la medida que uséis con los otros la usarán con vosotros y con creces”. Con ello nos invitabas a ser generosos, misericordiosos, justos, fieles y a la vez nos advertías que así actuarían con nosotros.

Y terminaste con una sentencia desconcertante: Al que tiene se le dará; y al que no tiene incluso lo que tiene se le quitará, es decir, quien corresponde a la gracia se le dará más gracia todavía y abundará cada vez más; pero el que no hace fructificar la gracia recibida quedará cada vez más empobrecido”.

martes, 25 de enero de 2011

TERCERA SEMANA DEL T. O.

MIÉRCOLES SAN MARCOS 4, 1-20

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.unav.es/
De nuevo comenzó a enseñar al lado del mar. Y se reunió junto a él una muchedumbre tan grande, que tuvo que subir a sentarse en una barca, en el mar; mientras toda la muchedumbre permanecía en tierra, a la orilla. Les explicaba con parábolas muchas cosas, y les decía en su enseñanza:
—Escuchad: salió el sembrador a sembrar. Y ocurrió que, al echar la semilla, parte cayó junto al camino, y vinieron los pájaros y se la comieron. Parte cayó en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotó pronto, por no ser hondo el suelo; pero cuando salió el sol se agostó, y se secó porque no tenía raíz. Otra parte cayó entre espinos, crecieron los espinos y la ahogaron, y no dio fruto. Y otra cayó en tierra buena, y comenzó a dar fruto: crecía y se desarrollaba; y producía el treinta por uno, el sesenta por uno y el ciento por uno.
Y decía:
—El que tenga oídos para oír, que oiga.
Y cuando se quedó solo, los que le acompañaban junto con los doce le preguntaron por el significado de las parábolas.
Y les decía:
—A vosotros se os ha concedido el misterio del Reino de Dios; en cambio, a los que están fuera todo se les anuncia con parábolas, de modo que los que miran miren y no vean, y los que oyen oigan pero no entiendan, no sea que se conviertan y se les perdone.
Y les dice:
—¿No entendéis esta parábola? ¿Y cómo podréis entender las demás parábolas? El que siembra, siembra la palabra. Los que están junto al camino donde se siembra la palabra son aquellos que, aun cuando la oyen, al instante viene Satanás y lleva la palabra sembrada en ellos. Los que reciben la semilla sobre terreno pedregoso son aquellos que, cuando oyen la palabra, al momento la reciben con alegría, pero no tienen en sí raíz, sino que son inconstantes; y después, al venir una tribulación o persecución por causa de la palabra, enseguida tropiezan y caen. Hay otros que reciben la semilla entre espinos: son aquellos que han oído la palabra, pero las preocupaciones de este mundo, la seducción de las riquezas y los apetitos de las demás cosas les asedian, ahogan la palabra y queda estéril. Y los que han recibido la semilla sobre la tierra buena son aquellos que oyen la palabra, la reciben y dan fruto: el treinta por uno, el se-senta por uno y el ciento por uno.


Otra vez junto al lago. Tú, Señor, sentado sobre una tosca madera. Tus discípulos, atentos, colocados a tu alrededor. Así permanecisteis durante un tiempo. Poco después, un gentío enorme acudió hasta allí. Tantos que tuviste que subir a una barca. Tomaste asiento y comenzaste a hablar. La gente te escuchaba desde la ori-lla. Hablaste mucho tiempo. Y lo hacías, como a Ti te gustaba, a través de parábolas.

Un sembrador —decías— salió a sembrar sus campos. Y sin pretenderlo, algo de la simiente cayó al borde del camino; pronto lo comieron los pájaros: otro poco cayó entre piedras, donde había poca tierra; la semilla brotó pero el sol la abrasó enseguida; otro poco cayó entre zarzas y no hubo manera de que creciera; lo demás cayó en tierra buena, y nació y creció y dio grano. Aunque no todo por igual; parte, treinta, parte, sesenta, parte, el ciento por uno. Hasta aquí la parábola.

Más tarde, cuando Tú, Señor, estabas con tus discípulos, éstos te preguntaron por el sentido de esta parábola. Y Tú les dijiste que sí, que lo harías, que eran unos privilegiados, y que habían sido escogidos para hacer cosas grandes. Y comenzaste a explicar: la semilla es igual a la palabra: el borde del camino, las piedras, las zarzas, tierra mala; lo demás tierra buena. Lo mismo que la simiente, la palabra actúa de distinta manera en cada persona. ¿Entendido?

Sembrador divino enséñanos tus parábolas.





lunes, 24 de enero de 2011

TERCERA SEMANA DEL T. O.

MARTES
SAN MARCOS 3, 31-35

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.vatican.va/

Vinieron su madre y sus hermanos y, quedándose fuera, enviaron a llamarlo. Y estaba sentada a su alrededor una muchedumbre, y le dicen:
—Mira, tu madre, tus hermanos y tus hermanas te buscan fuera.
Y, en respuesta, les dice:
—¿Quién es mi madre y quiénes mis hermanos?
Y mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dice:
—Ved aquí a mi madre y a mis hermanos: quien hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.

Parte de tu mañana, Señor, había transcurrido, a buen seguro, en oración silenciosa. Ahora el día estaba soleado. Invitaba a salir y a caminar. Algunos te siguieron. Otros fueron llegando poco a poco. Tu Madre y tus hermanos, gente de tu familia, llegaron hasta Ti. Pero no se acercaron del todo hacia donde Tú estabas, sino que se quedaron un tanto apartados. Tú, Señor, sentado, resolvías alguna cuestión planteada, contabas alguna parábola, respondías preguntas concretas.

En esto, alguien, de modo que todos lo oyeran, llegó hasta Ti y te comunicó: tu madre y otros parientes, te buscaban. Y Tú, sin más, respondiste: ¿quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?

Tú bien lo sabías. Y lo sabían también tus vecinos y parientes; y lo sabían otras gentes de tu entorno; y lo conocían tus discípulos. Por eso, aunque la respuesta que Tú diste fuera desconcertante: quien hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre, nadie se extrañó. Todos entendieron que por encima de la sangre estaba el espíritu; que por encima de los lazos familiares estaban los lazos del amor.

“La escena aquí relatada señala una característica primordial del cristiano: el cumplimiento de la voluntad de Dios supone un paren-tesco con Cristo más estrecho que el parentesco natural de la sangre” .

La tarde iba avanzando. Tú, Señor, seguías en tu tarea de enseñar a los hombres el camino del cielo. ¡Qué ratos más agradables los pasados en tu compañía!

Tu Madre y tus hermanos volvieron a sus quehaceres, a sus ca-sas.

domingo, 23 de enero de 2011

TERCERA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN MARCOS 3, 22-30

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=ke3mWi2rEXQ


Y los escribas que habían bajado de Jerusalén decían:
—Tiene a Beelzebul, y expulsa los demonios por el príncipe de los demonios.
Y convocándolos les decía con parábolas:
—¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido en su interior, ese reino no puede mantenerse; y si una casa está dividida en su interior, esa casa no podrá mantenerse. Y si Satanás se levanta contra sí mismo, entonces se encuentra dividido y no puede mantenerse en pie, sino que ha llegado su fin. Pues nadie puede entrar en la casa de uno que es fuerte y arrebatarle sus bienes, si antes no ata al que es fuerte. Sólo entonces podrá arrebatarle su casa.
En verdad os digo que todo se perdonará a los hijos de los hombres: los pecados y cuantas blasfemias profieran; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo jamás tendrá perdón, sino que será reo de delito eterno.
Porque ellos decían:
—Tiene un espíritu impuro.

Hay cosas —cuando nos las cuentan o leemos— que parecen increíbles. En realidad, por más que las escuchemos o leamos, no acabamos de creerlas, de entenderlas. Nos parece imposible que hayan ocurrido, y sin embargo, han ocurrido, han sido realidad y siguen siendo verdad.

Una de esas cosas, Señor, es la que hoy leemos en San Marcos. Aquellos escribas, procedentes de Jerusalén, decían, que tenías a Beelzebul, que expulsabas los demonios por el poder del príncipe de los demonios. ¡Qué barbaridad! ¡Qué falta de sentido común y religioso!

Pero Tú, Señor, no te callaste. Les hablaste en parábolas, pero con claridad. Esta vez a todos juntos. La iniciativa fue tuya. Les convocaste y comenzaste a hablar. Y les hablaste de reinos y de casas, de grupos y de eficacia. Un reino dividido —dijiste— se acaba; una casa dividida se arruina, un grupo dividido, se muere.

Era de sentido común. Era evidente. Pero aquellos escribas no quisieron entenderlo. Se habían cerrado totalmente. No había posibilidad de introducir un rayo de luz en aquel sótano oscuro. Una vez más, se ponía de manifiesto que no hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor sordo, que el que no quiere oír; ni peor pecador que el que se cierra a la gracia.

Poco después decías: En verdad os digo que todo se les perdonará a los hijos de los hombres: los pecados y cuantas blasfemias profieran; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, jamás tendrá perdón, sino que será reo del delito eterno.

Y ¡oh misterio de la gracia! ellos tras oír estas atinadas matizaciones, decían: tiene un espíritu impuro.

Haz, Señor, que nunca nos cerremos al conocimiento de tu verdad; que siempre estemos abiertos a tu perdón, a tu amor, a tu gracia.

sábado, 22 de enero de 2011

TERCERA SEMANA DEL T. O.

DOMINGO (A)
SAN MATEO 4, 12-23



CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=i6MW0WmMUmg


Cuando oyó que Juan había sido encarcelado, se retiró a Galilea.
Y dejando Nazaret se fue a vivir a Cafarnaún, ciudad marítima, en los confines de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías:
Tierra de Zabulón y tierra de Neftalí
en el camino del mar, al otro lado del Jordán,
la Galilea de los gentiles
el pueblo que yacía en tinieblas
ha visto una gran luz;
para los que yacían en región y sombra de muerte
una luz ha amanecido.
Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir:
—Convertíos, porque está al llegar el Reino de los Cielos.
Mientras caminaba junto al mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón el llamado Pedro y Andrés su hermano, que echaban la red al mar, pues eran pescadores. Y les dijo:
—Seguidme y os haré pescadores de hombres.
Ellos, al momento, dejaron las redes y le siguieron. Pasando adelante, vio a otros dos hermanos, Santiago el de Zebedeo y Juan su hermano, que estaban en la barca con su padre Zebedeo remendando sus redes; y los llamó. Ellos, al momento, dejaron la barca y a su padre, y le siguieron. Recorría Jesús toda la Galilea enseñando en las Sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y dolencia del pueblo.
Su fama se extendió por toda Siria; y le traían a todos los que se sentían mal, aquejados de diversas enfermedades y dolores, a los endemoniados lunáticos y paralíticos, y los curaba. Y le seguían grandes multitudes de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y del otro lado del Jordán.

Tú, Señor, como hombre de tu tiempo y de tu tierra, conocías los acontecimientos de tu pueblo. Estabas al tanto del acontecer de cada día. Hasta Ti llegaban las últimas noticias políticas y religiosas de sus gentes. Y de ellas te servías para tu actuación diaria.

Quizás por eso, cuando oíste que tu primo Juan el Bautista “había sido encarcelado, te retiraste a Galilea”. Todavía no había llegado tu hora. Aún tenías que realizar entre los tuyos muchas cosas. Por eso, dejando Nazaret, donde descansabas, te fuiste “a vivir a Cafarnaún”.

Era Cafarnaún una ciudad marítima, en los confines de Zabulón y Neftalí. Situada en la ruta de Damasco a Jerusalén, junto a la via maris, que enlazaba Mesopotamia con Egipto. En esta ciudad, Señor —nos cuentan tus evangelistas— realizaste muchas curaciones. Fue Cafarnaún un lugar clave en muchos de tus hechos y de muchos de tus dichos.

Esta tierra, Señor, que en tiempos de Isaías “estaba desbastada y maltratada, a la que habían sido llevados grupos de poblaciones extranjeras para colonizarla”, fue la primera en recibir tu luz salvadora, la primera en recibir tu predicación mesiánica.

De este modo, según luego escribió San Juan, se cumplieron las profecías: Cafarnaún, “tierra de Zabulón y tierra de Neftalí, en el camino del mar, al otro lado del Jordán, la Galilea de los gentiles, el pueblo que yacía en tinieblas, ha visto una gran luz (...), una gran luz ha amanecido sobre ti”.

Y desde entonces, Señor, comenzaste “a predicar y a decir convertíos porque está al llegar el Reino de los Cielos”.

Tú, Señor, lo sabes todo, Tú sabes que te quiero.

viernes, 21 de enero de 2011

SEGUNDA SEMANA DEL T. O.

SÁBADO
SAN MARCOS 3, 20-21

http://www.youtube.com/watch?v=QkkfnOyZS78
CON UN SOLO GOLPE DE CLIK

Entonces llegó a casa; y se volvió a juntar la muchedumbre, de manera que no podían ni siquiera comer. Se enteraron sus parientes y fueron a llevárselo porque decían que había perdido el juicio.

Habías comenzado, Señor, tu vida pública, con entusiasmo y grandeza. Muy pronto llamaste a recios y nobles pescadores para que fueran contigo. Era necesario formar un grupo de discípulos, que años después continuaran tu labor en la tierra. Ellos te querían. Tú estabas a gusto con ellos, aunque a veces tuvieras que repetirles mil veces las cosas. Pasabais mucho tiempo juntos.

De vez en cuando, Señor, te retirabas a descansar, a reponer fuerzas. La labor era enorme, las aldeas muchas y la mies abundante. Y aunque eras fuerte e incansable, a veces, sentías sed y notabas cansancio.

Necesitabas descansar, pero no era fácil. La gente, al enterarse donde estabas, se acercaba hasta Ti rápidamente. Eran muchedumbre los que se arremolinaban junto a Ti. Querían verte, oírte, hablar contigo, pedirte algún favor. Y Tú, Señor, que eras amable y complaciente, también querías atenderlos. “Por eso ni siquiera teníais tiempo para comer”.

Algunos de tus parientes vivían preocupados por Ti, Señor. Te habían conocido siempre tan callado, tan obediente, tan sencillo, tan tranquilo, que no podían comprender lo que pasaba a tu alrededor y no podían entender que siempre estuvieras rodeado de personas y de gentío.

Por eso, un día, quizás llenos de cariño, llegaron, no sé cuantos, hasta donde Tú estabas, con intención de llevarte, a un sitio donde estuvieras tranquilo, seguro. Quizás a tu propia casa, donde habías vivido durante años y donde ahora todavía vivía tu madre; o tal vez a alguna de sus casas, menos conocidas, más discretas donde pudieras pasar desapercibido.

Algunos incluso pensaban que no estabas bien, “que habías perdido el juicio”, que necesitabas cuidados.

Algo serio debiste decirles, Señor a tus parientes, por que ni te llevaron de allí ni te presentaron alternativa alguna. Tú habías venido a cumplir la voluntad del Padre y a estar en sus cosas.



jueves, 20 de enero de 2011

SEGUNDA SEMANA DEL T. O.

VIERNES
SAN MARCOS 3, 13-19

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK

http://www.youtube.com/watch?v=VTRh2Ys0fR4


Y subiendo al monte llamó a los que él quiso, y fueron donde él estaba. Y constituyó a doce, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar con potestad de expulsar demonios: a Simón, a quien le dio el nombre de Pedro; y a Santiago el de Zebedeo y a Juan, el hermano de Santiago, a quienes les dio el nombre de Boanerges, es decir, “hijos del trueno”; a Andrés, a Felipe, a Bartolomé, a Mateo, a Tomás, a Santiago el de Alfeo, a Tadeo, a Simón el Cananeo, y a Judas Iscariote, el que le entregó.


Aquel día para Ti, Señor, fue sin duda un día intenso. Acompañado de tus discípulos subiste a la montaña. Y entre aquellos, llamaste a los que quisiste. Y los que respondieron se fueron contigo y desde entonces fueron “los tuyos”, fueron los primeros.

A los doce, a “los tuyos”, los hiciste compañeros, los formaste a tu medida, los enviaste a predicar; y les diste “poder para expulsar demonios”, y poder para realizar otras muchas cosas. Siempre estaban contigo, Señor. Te seguían, te querían, aunque a veces no te entendían. Pero Tú tenías paciencia con ellos. Los querías “sobremanera”; eran para Ti, como la niña de tus ojos. Muchas horas viviste con ellos y por ellos.

Y entre los llamados estaba Simón, a quien diste el sobrenombre de Pedro: piedra, roca, fundamento. ¡Cómo te quería Pedro! ¡Qué fogosidad de pescador delicado! Y estaban los hermanos Santiago y Juan, a quien les diste el sobrenombre de Boanerges, es decir los ruidosos, los atronadores, los ambiciosos de poder y de dominio y también de amor y de en-trega.

Y estaba Andrés, el hermano de Pedro, siempre servicial y afectuoso, siempre fiel y cumplidor; y estaba Felipe, el discreto y campechano; y Bartolomé, el hombre noble y hecho de una pieza; y Mateo, el apóstol rico, que entendía de dinero y de monedas; y Tomás, el incrédulo y calculador; y Santiago, el hijo de Alfeo, sencillo y humilde; y estaba Tadeo, el ignorado y comedido; y Simón el Cananeo, el discípulo abierto y dulce; y estaba Judas, el Iscariote, el que te entregó. A todos los lla-maste y a todos los querías.

Y luego vinieron más “pedros” y más “juanes”, más “si-mones” y más “felipes”; tantos, Señor, que sólo Tú conoces sus nombres y sus vidas.

Señor, no dejes de llamar.



miércoles, 19 de enero de 2011

SEGUNDA SEMANA DEL T. O.

JUEVES
SAN MARCOS 3, 7-12

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.vatican.va/

Jesús se alejó con sus discípulos hacia el mar. Y le siguió una gran muchedumbre de Galilea y de Judea. También de Jerusalén, de Idumea, de más allá del Jordán, y de los alrededores de Tiro y de Sidón, vino hacia él una gran multitud al oír las cosas que hacía. Y les dijo a sus discípulos que le tuviesen dispuesta una pequeña barca, por causa de la muchedumbre, para que no le aplastasen; porque sanaba a tantos, que todos los que tenían enfermedades se le echaban encima para tocarle. Y los espíritus impuros, cuando lo veían, se arrojaban a sus pies y gritaban diciendo:
—Tú eres el Hijo de Dios.
Y les ordenaba con mucha fuerza que no le descubriesen.

Señor, una vez más, te dirigiste con tus discípulos hacia el mar. Detrás te seguía mucha gente de Galilea, de Judea, de Jerusalén, de Idumea, de Tiro y de Sidón. Todos estaban deseosos de escucharte y de ver las acciones grandiosas que realizabas.

Ante tal gentío, tomaste algunas precauciones: mandaste preparar una pequeña barca; recordaste a “los tuyos” que estuvieran preparados para remar cuando hiciera falta. Tú por tu parte, te cuidaste de no ser estrujado por la multitud.

¡Habías curado a tantos, habías atendido a tantos, escuchado a tantos, amado a tantos, que todos querían llegar hasta Ti y recibir algún beneficio. O, al menos, tocar la orla de tu manto! Hasta los espíritus impuros se arrojaban a tus pies, mientras gritaban: Tu eres el Hijo de Dios.

“Estas gentes agolpadas ante Ti, Señor, no son otra cosa que una imagen de lo que se repite en todos los cristianos de todas las épocas; porque tu Humanidad Santísima es el único camino para nuestra salvación y el medio insustituible para unirnos con Dios” .

Y, sin embargo, Tú, Señor, en aquella ocasión prohibiste severamente a aquellos espíritus que Te diesen a conocer. Quizás Tú querías que te conociésemos más por las voces de tus obras que por los gritos de aquellos espíritus, más por el clamor de tu doctrina que el griterío mundano; más por la voz de las cosas ordinarias que por el espectáculo llamativo.

martes, 18 de enero de 2011



NUEVA ENTRADA

EL PROBLEMA DEL ORDENADOR SIGUE PRESENTE. SEGÚN JMC, EL TÉCNICO, EL DISCO NO TIENE ARREGLO. SOLUCIÓN: CAMBIARLO POR OTRO O SUSTITUIR EL ORDENADOR.

AHÍ ESTAMOS. ¿QUÉ HACER?

HABRÁ QUE PENSARLO Y DECIDIRSE.

MIENTRAS TANTO, EL BLOG SIGUE SIN MENSAJE EVANGÉLICO.

PIDO DISCULPAS.

UN SALDO

JMC

lunes, 17 de enero de 2011


NUEVA ENTRADA

ESTOY DE BAJA, MEJOR DICHO, SIN ORDENADOR. PERO, COMO DICE EL REFRÁN, DONDE UNA PUERTA SE CIERRA OTRA SE ABRE. Y HOY HE ABIERTO ESTA PÁGINA PARA DECIR QUE NOS VEREMOS TAN PRONTO COMO SE SOLUCIONEN LOS PROBLEMAS.

UN ABRAZO

JMC

domingo, 16 de enero de 2011

VINO NUEVO, ODRES NUEVOS
SEGUNDA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN MARCOS 2, 18-22

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=nopsE0kxXfU

Los discípulos de Juan y los fariseos estaban de ayuno; y vinieron a decirle:
—¿Por qué los discípulos de Juan y los de los fariseos ayunan y, en cambio, tus discípulos no ayunan?
Jesús les respondió:
—¿Acaso pueden ayunar los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Durante el tiempo en que tienen al esposo con ellos no pueden ayunar. Ya vendrán días en que le será arrebatado al esposo; entonces, en aquel día, ya ayunarán. Nadie cose un remiendo de paño nuevo a un vestido viejo; porque entonces lo añadido tira de él, lo nuevo de lo viejo, y se produce un desgarrón peor. Tampoco echa nadie vino nuevo en odres viejos; porque entonces el vino hace reventar los odres, y se pierden el vino y los odres. Para vino nuevo, odres nuevos.

Los discípulos de Juan y los fariseos ayunaban. ¡Unos y otros querían cumplir con sus obligaciones. Todos querían “cumplir” la Ley. Todos, al parecer, se habían tomado las cosas en serio.

La gente lo notaba y se hablaba de ello. Se llegó, incluso, a comparar el modo de actuar en este asunto, entre los discípulos de Juan y tus discípulos, Señor. Por eso, se entiende que “unos” vinieran hasta Ti y te dijeran: todos ayunan: ayunan los de Juan, ayunan los fariseos, todos, ¿por qué tus discípulos no ayunan?

Y Tú, Señor, a aquellos “unos” y a nosotros “otros”, nos contes-taste: ¿es que se ayuna en las fiestas? ¿es que se ayuna en las invitaciones? ¿cómo no entendéis esto? Ya llegará el día —los días— y mis discípulos ayunarán. Pero mientras yo estoy aquí, estamos de fiesta, estamos invitados.

Algunos entendieron la comparación, otros se marcharon murmurando. Los discípulos de Juan siguieron ayunando y tus discípulos, Señor, mientras estuviste con ellos, siguieron de fiesta. Después, ya lo creo que llegaron para ellos días de ayuno. ¡Y con qué exigencia!

Hablaste también del remiendo de paño, de cómo había que echarlo a remojar; de cómo había que proceder si el manto era viejo o nuevo; cómo la pieza nueva tira del manto viejo y el roto se hace mayor...

Hablaste también, Señor, del vino, de los odres viejos y de los odres nuevos, del cuidado de no echar vino nuevo en odres viejos, que esto era un desastre, porque reventarían, etc. Y que “a vino nuevo, odres nuevos”. O sea, a tu venida, Señor, nuevo estilo de vida. ¡Ayúdanos a entenderlo!

Que aprendamos a ayunar cuando sea el tiempo; a cantar cuando convenga; a vestir mantos viejos y a vestir mantos nuevos, a beber vino añejo y a beber vino de la última cosecha. ¡Que aprendamos a ser como Tú, Señor, comprensivos, exigentes, piadosos, pobres, humildes!

sábado, 15 de enero de 2011

CORDERO DE DIOS
SEGUNDA SEMANA DEL T. O.

DOMINGO (A)
SAN JUAN 1, 29-34

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://all.gloria.tv/?media=123205

Al día siguiente vio a Jesús venir hacia él y dijo:
—Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Éste es de quien yo dije: Después de mí viene un hombre que ha sido antepuesto a mí, porque existía antes que yo. Yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel.
Y Juan dio testimonio diciendo:
—He visto el Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y permanecía sobre él. Yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar en agua me dijo: Sobre el que veas que desciende el Espíritu y permanece sobre él, ése es quien bautiza en el Espíritu Santo. Y yo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios.

Juan el Bautista al ver que Tú, Señor, llegabas hacia donde él estaba, puesto de pie y alzando la voz dijo: Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Un resumen espléndido de tu misión salvadora.

Juan era la voz, Tú la Palabra. Juan era el pregonero, Tú el vendedor. Juan anunciaba la salvación futura, Tú salvabas. Juan dijo de Ti que eras el Cordero que quita el pecado del mundo. Y Tú diste la vida por los pecados del mundo.

Juan había hablado de Ti. Ahora lo recordaba: Éste —dijo— es el que está por encima de Mí, el que va por delante, aunque detrás venga—; el que aparece ahora, pero existía desde siempre; éste es el Mesías, el Salvador, Jesús. Yo no le conocía en su despliegue externo, en su actividad misionera; pero salí a bautizar con agua, para preparar su bautismo que es en Espíritu. ¡Yo soy criatura, limitado, caduco, Él es creador, eterno, Dios!

Yo no sabía la “hora” de su comienzo; ahora lo sé porque el Espíritu me lo ha dado a conocer. Yo lo he visto —por gracia de Dios— y doy testimonio de que es Jesús, el Hijo de María y de José, el Hijo de Dios.

Confesó y proclamó a voz en grito que Tú, Señor, eres el Cordero de Dios; que quitas el pecado del mundo, que limpias nuestros pecados y nos ayudas a seguir tus pasos.

viernes, 14 de enero de 2011


SAN MATEO

PRIMERA SEMANA DEL T. O.

SÁBADO
 SAN MARCOS 2, 13-17


CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=rVwhnjvjntU




Y se fue otra vez a la orilla del mar. Y toda la muchedumbre iba hacia él, y les enseñaba. Al pasar, vio a Leví el de Alfeo sentado al telonio, y le dijo:
—Sígueme.
Él se levantó y le siguió.
Ya en su casa, estando a la mesa, se sentaron con Jesús y sus discípulos muchos publicanos y pecadores, porque eran muchos los que le seguían. Los escribas de los fariseos, al ver que comía con pecadores y publicanos, empezaron a decir a sus discípulos:
—¿Por qué come con publicanos y pecadores?
Lo oyó Jesús y les dijo:
—No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos; no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.

Habías salido, Señor, a predicar y te habías dirigido “de nuevo a la orilla del lago”. Se ve que te gustaba aquel sitio: era manso, acogedor, abierto. La gente acudía a Ti llena de gozo. Yo también acudía entusiasmado. Me gustaba tanto estar junto a Ti. Es un tiempo estupendo el gastado a tu lado. Lo mejor del día: el rato de oración pasado en tu presencia.

Y Tú, Señor, nos enseñabas. Nos decías cosas sencillas, importantes. No usabas libros, porque Tú eres el mejor libro. No te inquietabas porque Tú eres paciente. Nos hablabas del Padre y de las flores del campo; de la conversión interior y del descanso del cuerpo; de la vida terrena y de la vida eterna; de las cosas de este mundo y de las cosas del cielo.

Aquel día, al pasar —cuando ibas hacia el lago—, viste a Leví, el de Alfeo, que estaba en su trabajo: era recaudador. Con voz se-rena le dijiste: sígueme; y él se levantó y te siguió. Y los dos, solos, llegasteis hasta el lago. ¡A saber la de cosas que hablaríais por el camino! ¡A saber lo que Tú le dirías y lo que él te preguntaría!

Y Leví, contento, feliz, te invitó a comer a su casa. Y en su casa os juntasteis un buen grupo de gente, entre ellos, algunos de mala fama. ¡Aquella comida debió de ser maravillosa! Comida de despedida de trabajo y de inicio de una aventura apostólica. La gente hablaba. Tú, Señor, mirabas y amabas.

A los pocos días, algunos fariseos te echaron en cara que comí-as con “gente de mala fama”: recaudadores, pecadores; que habías celebrado a lo grande la “marcha” de Leví. Y eso, según ellos, no estaba bien. ¡El cuchicheo y murmujeo se fue haciendo mayor!

Y Tú, Señor, sin perder la paz, ni la calma, a los que protestaban de tu actitud les dijiste: “No necesitan médicos los sanos, sino los enfermos”. No he venido a llamar a los justos, sino a los peca-dores. Algunos te aplaudieron, otros se callaron, los más se fueron.

Tú y “los tuyos” también os fuisteis a descansar. Yo, después de un breve paseo, me fui a casa.

Las horas siguientes fueron para mí un continuo martilleo: justos, pecadores, justos, pecadores, justos, pecadores. Y me acordé de tu Madre y le dije: Madre, “ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”.

jueves, 13 de enero de 2011


PARALITICO CURADO POR JESUS

PRIMERA SEMANA DEL T. O.

VIERNES
SAN MARCOS 2, 1-12

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=ONNn-mXdPRc

Y, al cabo de unos días, entró de nuevo en Cafarnaún. Se supo que estaba en casa, y se juntaron tantos que ni siquiera ante la puerta había ya sitio. Y les predicaba la palabra. Entonces vinieron trayéndole un paralítico, llevado entre cuatro. Y como no podían acercarlo hasta él a causa del gentío, levantaron la techumbre por el sitio en donde se encontraba y, después de hacer un agujero, descolgaron la camilla en la que yacía el paralítico. Al ver Jesús la fe de ellos, le dijo al paralítico:
—Hijo, tus pecados te son perdonados.
Estaban allí sentados algunos de los escribas, y pensaban en sus corazones: ¿Por qué habla éste así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios? Y enseguida, conociendo Jesús en su espíritu que pensaban para sus adentros de este modo, les dijo:
—¿Por qué pensáis estas cosas en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil decirle al paralítico: Tus pecados te son perdonados; o decirle: Levántate, toma tu camilla y anda? Pues para que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar los pecados —se dirigió al paralítico—: a ti te digo: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.
Y se levantó y, al instante tomó la camilla y salió en presencia de todos, de manera que todos quedaron admirados y glorificaron a Dios diciendo:
—Nunca hemos visto nada parecido.

Cafarnaún de nuevo. Pronto se enteró la gente que habías llegado allí. Y querían verte, pero eran tantos, que ante la puerta ya no había sitio. Tú, Señor, les predicabas tu palabra. Y todos, como siempre, te oían entusiasmados.

En esto, cuatro hombres quisieron presentar ante Ti a un pobre paralítico. Por causa del gentío la cosa era difícil. Pero audaces y atrevidos ellos, levantaron la techumbre; e hicieron un agujero en el techo y descolgaron la camilla en la que yacía el paralítico. El enfermo, en su camilla, quedó justo delante de tus ojos. Enseguida te fijaste en él y le perdonaste los pecados. ¡Fue algo desconcertante! ¡Fue algo misterioso!

Enseguida, algunos escribas, allí presentes, comenzaron a decir que blasfemabas; que sólo Dios podía perdonar pecados; que no podía ser tal cosa. Y Tú, Señor, que conocías a todos, les dijiste: ¿por qué pensáis así? Y les propusiste —ante la admiración de la gente— una pregunta: ¿Qué es más fácil, perdonar pecados o curar enfermedades? Nadie dijo nada.

Tú, Señor, para demostrar que tenías poder para perdonar pecados, curaste al paralítico. Y a continuación: A ti te lo digo levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. Y el enfermo se levantó y tomó la camilla y salió contento. Todos quedaron admirados, y daban gracias a Dios, y decían: “nunca vimos cosa igual”.

¡Perdonar pecados! ¡Sólo Dios puede hacerlo! ¡Y lo hace principalmente en los sacramentos del Bautismo y de la Penitencia! Sólo falta que nos presentemos delante de Él nos consideremos pecadores.

miércoles, 12 de enero de 2011

JESUS CURA A UN LEPROSO
PRIMERA SEMANA DEL T. O.

JUEVES
SAN MARCOS 1, 40-45

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=mzLaOTs6wAA&feature=related


Y vino hacia él un leproso que, rogándole de rodillas, le decía:
—Si quieres, puedes limpiarme.
Y, compadecido, extendió la mano, le tocó y le dijo:
—Quiero, queda limpio.
Y al instante, desapareció de él la lepra y quedó limpio. Enseguida le conminó y le despidió. Le dijo:
—Mira, no digas nada a nadie; pero anda, preséntate al sacerdote y lleva la ofrenda que ordenó Moisés para tu curación, para que les sirva de testimonio.
Sin embargo, en cuanto se fue, comenzó a proclamar y a divulgar la noticia, hasta el punto de que ya no podía entrar abiertamente en ninguna ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios. Pero acudían a él de todas partes.

A pesar de las leyes y las prohibiciones vigentes, hasta Ti llegó aquel leproso. Tenía el cuerpo deshecho y su alma dolorida. Puesto de rodillas, en actitud de humildad, te pidió con fe, con mucha fe, le curaras. Su oración fue deslumbrante: Si quieres, puedes limpiarme.

Tú, Señor, compadecido, extendiendo tu mano poderosa, tocando su repulsiva lepra, le dijiste: Quiero, queda limpio. Y al momento —dice el texto— desapareció la lepra y quedó limpio aquel hombre.

A continuación, dijiste al leproso que no lo contara a nadie; que fuera a presentarse al sacerdote, que ofreciera lo establecido en la Ley, que diera testimonio con obras.

Pero el leproso ¡qué contento debía estar!, tan pronto como se apartó de allí, comenzó a proclamar tu poder y a divulgar su curación. Y mucha gente se enteró del hecho. Tantos que no podías entrar en las ciudades sin que te conocieran, y tenías que quedarte por las afueras; en lugares solitarios. Llegaban hasta Ti, Señor, de todas las partes.

Enséñanos, ahora, a acudir a Ti, con la fe, con la confianza, con la humildad, con el amor con que acudió aquel leproso. Apiádate de nosotros, como te compadeciste de él; y extiende tu mano sobre nosotros como la extendiste sobre su lepra. Y ante nuestra petición, di como entonces: quiero queda limpio.

martes, 11 de enero de 2011


SUEGRA DE PEDRO

PRIMERA SEMANA DEL T. O.

MIÉRCOLES
SAN MARCOS 1, 29-39

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=oyLKujiwdsE

En cuanto salieron de la Sinagoga, fueron a la casa de Simón y de Andrés, con Santiago y Juan. La suegra de Simón estaba acostada con fiebre, y en seguida le hablaron de ella. Se acercó, la tomó de la mano y la levantó; le desapareció la fiebre y se puso a servirles.
Al atardecer, cuando se había puesto el sol, comenzaron a llevarle a todos los enfermos y a los endemoniados. Y toda la ciudad agolpada en la puerta. Y curó a muchos que padecían diversas enfermedades y expulsó a muchos demonios, y no les permitía hablar porque sabía quién era.
De madrugada, todavía muy oscuro, se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, y allí hacía oración. Salió a buscarle Simón y los que esta-ban con él; y, cuando lo encontraron, le dijeron:
—Todos te buscan.
Y les dijo:
—Vámonos a otra parte, a las aldeas vecinas, para que predique también allí, porque para esto he venido.
Y pasó por toda Galilea predicando en sus Sinagogas y expulsando a los demonios.

Habíais terminado en la Sinagoga y, enseguida, os fuisteis a la casa de Simón y de Andrés. Os acompañaban Santiago y Juan y muchos curiosos. Algunos agradeciendo, otros pidiendo perdón y los más, rogando alguna ayuda, algún milagro.

Cuando llegasteis, Señor, a la casa de Pedro, os encontrasteis con que su suegra estaba acostada con fiebre. Enseguida te lo dijeron. Tú, Señor, ni corto ni perezoso, fuiste a donde ella estaba, la tomaste de la mano y la invitaste a que se levantara. Ella obedeció al instante. Y enseguida se dio cuenta de que “la fiebre” había des-aparecido y, como en otras ocasiones, “se puso a serviros”, con delicadeza y agradecida.

Desde la calle no se veía nada, pero todos se enteraron del hecho. Y todos comenzaron a gritar y aplaudir. Tú, Señor, mientras, charlabas con “los tuyos”. Andrés y Pedro estaban locos de contentos; y lo mismo Juan y Santiago. Allí todo era paz, alegría, satisfacción. Al final, os fuisteis a descansar un poco.

“Al atardecer”, comenzaron a llegar, hasta la casa de Pedro, enfermos, endemoniados. La gente se agolpaba junto a la puerta. Y Tú, Señor, curaste a muchos y expulsaste a los demonios y no les dejabas ni rechistar, porque sabían quién eras.

Aquella noche fue muy tranquila. De madrugada, todavía muy oscuro, después de avisar a “los tuyos”, saliste a un lugar solitario y allí orabas. ¡Cómo te gustaba estar solo, Señor!

Al rato, Pedro y otros más salieron a buscarte, te dijeron: “todos te buscan” y Tú: vámonos a otra parte, a otras aldeas, a otras gentes; vámonos a predicar a todos la Buena Nueva, que para eso he venido.

Y comenzaste tu gira; y toda la Galilea se benefició de tu predicación. Enseñabas en las Sinagogas, expulsabas demonios y, poco a poco, la gente se iba enterando de tu importante misión.

¡Cuánto nos cuesta, Señor, enterarnos de lo que traes entre manos!