martes, 25 de mayo de 2010

OCTAVA SEMANA DEL T. O.
MIÉRCOLES
MARCOS 10, 32-45

CON UN SOLO CLIK:  http://www.pensamientos.org/pensamientosproverbios.htm

Iban de camino subiendo a Jerusalén. Jesús los precedía y estaban sorprendidos; los que le seguían tenían miedo. Tomó de nuevo consigo a los doce, comenzó a decirles lo que le iba a suceder:
—Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del Hombre será entregado a los príncipes de los sacerdotes y a los escribas, le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles; se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán, pero a los tres días resucitará.
Entonces se acercan a él Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, diciéndole:
—Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir.
Él les dijo:
—¿Qué queréis que os haga?
Y ellos le contestaron:
—Concédenos sentarnos uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu gloria.
Y Jesús les dijo:
—No sabéis lo que pedís.
¿Podéis beber el cáliz que yo bebo, o recibir el bautismo con que yo soy bautizado?
—Podemos — le dijeron ellos.
Jesús les dijo:
—Beberéis el cáliz que yo bebo, y recibiréis el bautismo con que yo soy bautizado; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me corresponde a mi concederlo, sino que es para quienes está dispuesto.
Al oír esto los diez comenzaron a indignarse contra Santiago y Juan. Entonces Jesús, les llamó y les dijo:
—Sabéis que los que figuran como jefes de las naciones las oprimen, y los poderosos los avasallan. No tiene que ser así entre vosotros; por el contrario: quien quiera llegar a ser grande entre vosotros, sea vuestro servidor; y quien entre vosotros quiera ser el primero, sea esclavo de todos: porque el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en redención por muchos.

Tú, Señor, abrías camino. Tus discípulos te seguían inquietos. Habías vuelto a decirles que debías subir a Jerusalén. Y que ibas a ser ajusticiado, condenado y morir. Ellos no acababan de entender este lenguaje. Y, distraídos, discutían, un tanto indignados, sobre la petición de los Zebedeos, sobre la necesidad de beber tu cáliz, sobre la operación de los poderosos.

Me encanta, Señor, verte de camino, andariego, lleno de polvo y tostado por el sol. Me entusiasma verte viajero por los caminos del mundo, fáciles y serenos unos y otros escabrosos y llenos de dificultades. Yo también ando por los caminos calurosos del asfalto, de la modernidad y del esfuerzo. Y, además, me anima verte en as-censo, victorioso, subiendo a la meta de Jerusalén donde esperaban los grandes acontecimientos de tu vida.

Y como hablar contigo, Señor, es pedir, te ruego que yo sepa subir por el camino de mi vida; de esta vida mía concreta y determinada. Es posible que nadie contemple mis pasos, que pocos se fijen en mis trabajos y quehaceres, pero sé que Tú, Señor, los miras, los juzgas y apuntas mis esfuerzos.

Como Tú, Señor, yo también subo a la Jerusalén eterna. Y sé que, como Tú, antes de llegar a la cima salvadora, tengo que recorrer los vericuetos de la soledad, del sufrimiento, de la cruz.

Me consuela saber que Tú nos has precedido; que Tú vas delante; que Tú marcas las sendas y fijas las trochas. Estoy orgulloso de seguirte, de caminar detrás de tus huellas, de ser tu discípulo.

En un alto del camino, dijiste de nuevo que te iban a condenar a muerte; que te iban a entregar a los gentiles; que se iban a burlar de Ti, que te iban a escupir, azotar, a matar. Pero que al tercer día resucitarías.