viernes, 19 de julio de 2013

SENCILLAS VIVENCIAS

MERECIDAS VACACIONES 
DE VERANO


Hasta finales de julio permanecí en Villasarracino, en casa de mis padres. Fueron días de auténtica paz y de palpable sosiego. El sacerdocio recién estrenado me llenaba de gozo y toda una tarea sacerdotal por delante, me entusiasmaba.

Aproveché aquellos días de vacaciones, para rezar con más paz y sosiego el Oficio divino; para hacer un rato de oración cada día junto al Señor, presente en el Sagrario; para celebrar la Santa Misa, acompañado de los míos, con la mayor devoción posible.

Era entonces costumbre de celebrar solos. No se concelebraba. De ahí que a veces dijéramos Misa dos o tres sacerdotes a la vez, pero en distintos altares. A los nuevos nos gustaba celebrar en los altares del Cristo, del Rosario, del Carmen, de Arbas.

También dediqué algún tiempo de aquellos días, a conocer mejor la geografía del pueblo al que había sido destinado. Aprendí aquellos días un poco más de Barruelo de Santullán, de sus tierras, de sus gentes.

Uno de los recuerdos que guardo de aquellos días de julio, es la alegría que traslucía el rostro de mi madre cuando, de regreso del campo, me veía vestido de sotana e ilusionado con mi ministerio. Lo mismo que mi padre, aunque lo exteriorizara menos.

De los ratos que pasé junto a los sacerdotes mayores de Villasarracino, aprendí muchas cosas. De Don Teodoro, el amor a la Parroquia, el amor a la liturgia y el cuidado de las cosas sagradas; de Don Avelino, el amor al estudio, el afán por la formación permanente y la educación en buenos modales.

Los paseos al caer la tarde, eran deliciosos. Mientras los labradores trabajaban duro en las eras o en el campo, los sacerdotes entrelazábamos en nuestras conversaciones la experiencia de los años y los sueños de los comienzos.