VÍSPERA DE MI PRIMERA MISA
IGLESIA DE VILLASARRACINO |
Del coche subimos al caro, me acompañaba mi amigo José Luis de Santiago.
Cuesta arriba, entramos en el pueblo por la calle de la Fuente. A un lado y a
otro de la calle, gente que nos recibía con fervor y entusiasmo.
Al instante, comenzaron a tocar las campanas de la Iglesia. En lo más
alto de la torre ondeaba la bandera blanca y amarilla, señal de un nuevo
misacantano. El pueblo, a pesar de ser verano, estaba de fiesta.
Yo saludaba a unos y a otros. Mientras se oían vivas al nuevo sacerdote,
que ¡misterios de la vida! , que era yo, José María, el segundo hijo del Cojo e
Villasarracino.
Dimos vista a la Plaza Mayor del pueblo. Con emoción, divisé la pequeña
casa de mis padres, con su verja inconfundible. La entrada de la casa estaba
adornada con ramos de árboles, fundamentalmente chopos.
Enseguida
se asomó mi madre, mujer sencilla y buena, que vino hacia mi para darme un
abrazo. Detrás, mi padre, hombre sereno y fuerte, que mientras me daba un
golpecito en la espalda, me decía: ¡José María, llegó el día!
Nos bajamos de carro. Saludé a parientes y amigos. En especial saludé a
Don Sinforiano, Rector del Seminario de Palencia, que iba ser el
Predicador de mi Primera Misa.
Entre saludos y saludos, se hizo la hora de cenar. Lo hicimos en casa.
Canticos y más canticos. Al fin, casi sin quererlo, llegó la hora de irse a
descansar. Aquella noche, dormí “allá dentro”.
PARA ESCUCHAR