domingo, 4 de julio de 2010

DÉCIMA CUARTA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN MATEO 9, 18-26

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK  http://www.iglesianavarra.org/

Mientras les decía estas cosas, un hombre importante se acercó, se postró ante él y le dijo:
—Mi hija acaba de morir, pero ven, pon la mano sobre ella y vivirá.
Jesús se levantó y le siguió con sus discípulos.
En esto, una mujer que padecía flujo de sangre hacía doce años, acercándose por detrás, tocó el borde de su manto, porque se decía en si misma: «Con sólo tocar su manto quedaré sana». Jesús se volvió y mirándola, le dijo:
—Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado.
Y desde ese mismo momento quedó curada la mujer.
Cuando llegó Jesús a la casa de aquel hombre y vio a los músicos fúnebres y a la multitud alterada, comenzó a decir:
—Retiraos, la niña no ha muerto, sino que duerme.
Pero se reían de él. Y, cuando echaron de allí a la gente, entró, la tomó de la mano y la niña se levantó. Y esta noticia corrió por toda aquella comarca.

Hasta Ti, Señor, llegaban las gentes sencillas y las gentes importantes. Todos te seguían, a todos les interesabas, todos te necesitaban. Esta vez llegó un cierto “hombre distinguido” y se postró a tus pies. Algo llevaba en su corazón, algo que le importaba en gran manera. Su hija acababa de morir. No era la muerte de un cualquiera, era la muerte de su hija, tal vez la más querida, acaso la única.

Y te pidió, Señor, así, a bocajarro: “ven a imponer tu mano sobre ella para que reviva”. Sé, Señor, —vino a decir aquel hom-bre— que Tú puedes, basta que quieras, basta que vengas. ¡Qué fe tan grande! ¡Qué esperanza tan fuerte! Es verdad que tenía interés, pero también es verdad que tenía una gran fe.

Y Tú, Señor, como tantas otras veces, sin decir palabra, actuaste; te levantaste y seguiste a aquel hombre acompañado de tus discípulos. Su talante te había ganado el corazón y querías premiarle con uno de tus milagros. Tus discípulos iban contentos, esperando una nueva caricia de tus manos.

Mientras, en el camino, una mujer, aprovechando la ocasión, acaso el tumulto, se acercó hasta Ti. Ella conocía que de Ti salía una fuerza curativa. Por eso deseaba tocar el extremo de tu manto. Ella creía. Tú, Señor, te volviste y le dijiste: “mujer, tu fe te ha curado”. Y la mujer saltó de gozo, de alegría. Estaba curada. ¡Había merecido la pena!

Al rato llegaste a la casa del hombre distinguido. Lloros y gritos lastimeros, lamentos y plañidos. Y Tú, con autoridad, con dos palabras pusiste paz y sosiego en el ambiente. Luego dijiste: “la niña no ha muerto, está dormida”. Algunos “se reían”. Otros rezaban. Tú, sin decir nada, tomaste “de la mano a la niña y ésta se puso en pie”. Alegría, alborozo, fiesta en la casa. Y el suceso corrió por toda aquella tierra. Y ha llegado hasta nosotros.