EL VALOR DE UN BUEN CONSEJO
Este año, aquí en la ciudad, la Navidad ha pasado sin nieve.
Apenas algunos copos que se deshacían antes de llegar al suelo. Nieve, lo que
se dice nieve, sólo la hemos visto en las cumbres más altas de los montes más cercanos.
De oídas sabemos que también las altas cumbres se han adornado con abrigos
blancos. Pero aquí, en la ciudad en la que vivo, esta Navidad no se ha visto la
nieve.
En estas cosas iba yo pensando esta mañana, cuando me encontré
con una señora que tiraba de un carrito de la compra, por lo que me figuro iría
a abastecerse de alimentos. Le saludé amablemente y ella me dijo: “Cuidado con el
piso que está resbaladizo”. Le agradecí la advertencia y, con gran cuidado avancé
en dirección a mi destino. Apenas había dado vente pasos, cuando me deslicé hacía
un lado. Era el primer resbalón de la mañana. Y eso que no había nieve en el
suelo, ni agua, ni hojas húmedas, sencillamente se trataba de una fuerte helada
caída durante la noche.
Como no me caí, dí dos pasos adelante. Y desde ese momento,
puse aún más cuidado. Poco después llegaba a la meta. En el silencio de mi
alma, agradecí la advertencia de la buena señora y me acordé de lo valioso que
es dar y recibir un buen consejo.
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