LA LÁMPARA DEL SANTÍSIMO
Y MI PRIMERA SOTANA
“Ante el sagrario en el que está reservada la
santísima Eucaristía ha de lucir constantemente una lámpara especial, con la
que se indique y honre la presencia de Cristo”. (Canon 940)
Actualmente no se exige que sea de aceite o
cera; puede ser incluso eléctrica, pero no común, sino peculiar, de forma que
destaque de las lámparas de uso convencional, para poder cumplir aquel doble
fin aludido: indicar y honrar la presencia de Cristo.
Mientras fui coadjutor de la Parroquia de
Santo Tomás, Apóstol, de Barruelo de Santullán, curso 1963/64, tuve como
encargo cuidar de que no le faltara nunca aceite a la lámpara del Santísimo.
Estaba situada lámpara del Santísimo al lado
derecho del presbiterio, colocada en un aplique de viejo metal. Se podía sacar el
vaso fácilmente. No precisaba de escalera o de taburete alguno.
Una mañana, terminada la Misa en la Capilla
de las Hermanas de la Caridad, me dirigí a la Iglesia parroquial. Abrí la
puerta, entré en el templo, miré al Sagrario y después, a la lámpara para
comprobar su situación.
La lámpara estaba apagada. Con la mayor celeridad
que pude me acerqué. Al coger el vaso y tratar de
sacarlo, el vaso se partió en dos y el
aceite que tenía se derramó sobre mi sotana. ¡Qué gran disgusto!
Jamás olvidaré aquella mañana fatídica en la que cumpliendo con un hermoso
encargo, cuidar de la lámpara del Santísimo, eché a perder mi primera sotana.