sábado, 10 de agosto de 2013

SENCILLAS VIVENCIAS

LA LÁMPARA DEL SANTÍSIMO 
Y MI PRIMERA SOTANA


Ante el sagrario en el que está reservada la santísima Eucaristía ha de lucir constantemente una lámpara especial, con la que se indique y honre la presencia de Cristo”. (Canon 940)

Actualmente no se exige que sea de aceite o cera; puede ser incluso eléctrica, pero no común, sino peculiar, de forma que destaque de las lámparas de uso convencional, para poder cumplir aquel doble fin aludido: indicar y honrar  la presencia de Cristo.

Mientras fui coadjutor de la Parroquia de Santo Tomás, Apóstol, de Barruelo de Santullán, curso 1963/64, tuve como encargo cuidar de que no le faltara nunca aceite a la lámpara del Santísimo.

Estaba situada lámpara del Santísimo al lado derecho del presbiterio, colocada en un aplique de viejo metal. Se podía sacar el vaso fácilmente. No precisaba de escalera o de taburete alguno.

Una mañana, terminada la Misa en la Capilla de las Hermanas de la Caridad, me dirigí a la Iglesia parroquial. Abrí la puerta, entré en el templo, miré al Sagrario y después, a la lámpara para comprobar su situación.

La lámpara estaba apagada. Con la mayor celeridad que pude me acerqué. Al coger el vaso y tratar de sacarlo, el vaso se partió en dos y el aceite que tenía se derramó sobre mi sotana. ¡Qué gran disgusto!

Jamás olvidaré aquella mañana fatídica en la que cumpliendo con un hermoso encargo, cuidar de la lámpara del Santísimo, eché a perder  mi primera sotana.