lunes, 26 de abril de 2010

CUARTA SEMANA DE PASCUA

MARTES
SAN JUAN 10, 22-30        

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Se celebraba por entonces en Jerusalén la fiesta de la Dedicación. Era invierno. Paseaba Jesús por el Templo, en el pórtico de Salomón. Entonces le rodearon los judíos y comenzaron a decirle:
—¿Hasta cuándo nos vas a tener en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo claramente.
Les respondió Jesús:
—Os lo he dicho y no lo creéis; las obras que hago en nombre de mi Padre, éstas dan testimonio de mí. Pero vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y me siguen. Yo les doy vida eterna; no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos; y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno.

Se celebraba una fiesta en Jerusalén, la Dedicación del Templo. Era invierno. Frío, viento, lluvia. Tú, Señor, paseabas por el pórtico de Salomón, lugar perteneciente al Templo. Y mientras paseabas, te fijabas en algo o acaso rezabas. En esto, un grupo de judíos te rodearon. Y sin más, te preguntaron: “¿Hasta cuándo nos vas a te-ner en suspenso? Si eres el Mesías, dínoslo claramente”.

Entonces Tú, Señor, tranquilo, sereno, dijiste; os lo he dicho mil veces y no me creéis. Además, las obras que yo hago en nombre de mi Padre dan testimonio de Mí. Pero, ni por esas, vosotros no creéis. Y no creéis, —os lo digo claramente—, porque no sois ove-jas mías. Si fuerais ovejas mías, escucharíais mi voz.

Yo conozco a mis ovejas y ellas me siguen. A éstas, les daré la vida eterna y no perecerán, nadie las arrebatará de mi mano, ni de la mano de mi Padre, porque el Padre y Yo somos uno en el Espíritu Santo.

Señor, hablaste claro; y dijiste quién eras. Lo dijiste con palabras y con hechos. Yo creo tus palabras y creo en tus hechos. Per-míteme, Señor, que subraye dos cosas: la realidad pastoril y la vida eterna.

Hablas de ovejas mías y ovejas no mías. Aunque yo sé que Tú has venido a llamar a todas las gentes; unos ya te han oído, otros todavía no. Al final, habrá un solo rebaño y un solo Pastor.

En la otra, prometes a tus ovejas la vida eterna, el premio defi-nitivo. Tus ovejas no perecerán jamás, nadie las arrebatará de tu mano, ni de la mano de tu Padre, con otras manos por muy fuertes que éstas parezcan.

Gracias, Señor, por tus palabras y por tus hechos. Te pido que al final de mi vida pueda cantar y gozar contigo del Padre y del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos.