jueves, 18 de marzo de 2010


Cuarta Semana de Cuaresma
VIERNES
San Juan 7, 1-2.10.25-30


Después de esto caminaba Jesús por Galilea, pues no quería andar por Judea, ya que los judíos le buscaban para matarle.
Pronto iba a ser la fiesta judía de los Tabernáculos. (...)
Pero una vez que sus hermanos subieron a la fiesta, entonces él también subió, no públicamente sino como a escondidas. (...)
Entonces, algunos de Jerusalén decían:
—¿No es éste al que intentan matar? Pues mirad cómo habla con toda libertad y no le dicen nada. ¿Acaso habrán reconocido las autoridades que éste es el Cristo? Sin embargo sabemos de dónde es éste, mientras que cuando venga el Cristo nadie conocerá de dónde es.
Jesús enseñando en el Templo clamó:
—Me conocéis y sabéis de dónde soy; en cambio, yo no he venido de mí mismo, pero el que me ha enviado, a quien vosotros no conocéis, es veraz. Yo le conozco, porque de Él vengo y Él mismo me ha enviado.
Intentaban detenerle, pero nadie le puso las manos encima porque aún no había llegado su hora.

No era nuevo el afán de persecución que existía contra Ti, Señor. Eras todavía un infante cuando tus padres tuvieron que huir a Egipto para salvarte de Herodes que pretendía matarte. No lo logró, como tampoco después lo lograron los judíos “que te buscaban para matarte”. Te habías ido a Galilea, pues Judea te resultaba peligrosa.

Por aquellos días iba a ser la fiesta judía de los tabernáculos. Fiesta importante en Jerusalén. A ella acudían muchas gentes. Tú mismo, insististe a “los tuyos”, a tus parientes, para que subieran a la fiesta. Tú en principio te negaste a subir, pero una vez que tus hermanos salieron a la fiesta, también subiste Tú, no públicamente, “sino como a escondidas”.

Tú, Señor, dueño del aire y del sol, de la tierra y del mar, de las aves y los peces, “de todo lo creado, visible e invisible”, te viste obligado a esconderte, a pasar oculto, a pasar por entre la gente como un suave viento invisible; sin hacer ruido, sin llamar la atención. No querías que lo supieran.

Pero algunos Te vieron, y al reconocerte se preguntaban “¿no es éste al que intentan matar?”, y no acababan de explicárselo. Se extrañaban que no te dijeran nada, que caminases libre y tranquilo. Hasta llegaron a preguntarse “¿Acaso habrán reconocido las autoridades que éste es el Cristo”? Pero decían, no puede ser, éste sabemos de dónde viene.

Tú mismo enseñando en el Templo, les dijiste: “Sabéis de dónde vengo, pero no conocéis quien me ha enviado; Yo sí lo conozco y sé de dónde vengo y quien me envió. Ante estas palabras, algunos “intentaban detenerte”. Pero nadie puso las manos sobre Ti, Señor. Aún no había llegado tu hora. Llegaría más tarde.
UNA BUENA OPORTUNIDAD