sábado, 30 de octubre de 2010

UNA REFLEXION SENCILLA

Jesús y Zaqueo
XXXI DOMINGO TIEMPO ORDINARIO
EVANGELIO SEGÚN
SAN LUCAS 19, 1-10


CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=WCAEZwqsaNI

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quien era Jesús, pero la gente se lo impedía porque era de bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo:
--Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.
Él bajó en seguida, y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban diciendo:
--Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.
Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor.
--Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más. Jesús contestó: --Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.

Celebrábamos el domingo pasado el día del Domund. Domingo Mundial de la Propagación de la fe. Este año con el lema: “Queremos ver a Jesús”. El mismo deseo, que en su tiempo, manifestaron a Felipe, unos griegos llegados a Jerusalén para la celebración de la Pascua.

Hoy la liturgia de la Iglesia nos propone un episodio que tuvo lugar en Jericó mientras Jesús atravesaba la ciudad. Recordemos, brevemente, algunos de sus elementos.

En primer lugar, nos fijamos en Zaqueo, jefe de publicanos, hombre muy rico, pero pequeño de estatura. Este hombre, muestra deseos de ver a Jesús, y aprovecha la ocasión para poder verle, cuando Jesús pasa cerca de su casa. Pero como es pequeño de estatura –dice el texto-, se sube a un árbol (un sicómoro, una higuera) “para poder verle”.

Y el Señor, que conoce el interior del hombre, y antes de que Zaqueo le diga nada, levantando los ojos se dirige a él y le dice: Zaqueo, baja enseguida que quiero “hospedarme en tu casa”.

Y Zaqueo, feliz, entusiasmado, a pesar de las murmuraciones de quienes no acogían al Señor, y sin dejarse confundir ni turbar, bajando enseguida de la higuera le acogió en su casa.

Y allí, en un clima de amistad y de sinceridad, de confianza, Zaqueo le dice a Jesús: “Señor doy la mitad de mis bienes a los pobres y, si a alguien he defraudado en algo, le devuelvo el cuádruplo”.

Y Jesús, que no se deja ganar en generosidad, corresponde con creces al gesto generoso de Zaqueo, y le dice: “Hoy ha venido la salud a tu casa, por cuanto éste es también hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”.

“Nosotros –se preguntaba Juan Pablo II, comentando este evangelio-, ¿queremos ver a Jesús?. Más concretamente: Yo, ¿quiero ver a Jesús? ¿Hago todo por verle? ¿o evito el encuentro con El? ¿Prefiero verle o prefiero que El no me vea?. Y si ya lo veo de algún modo, ¿prefiero entonces verle de lejos, no acercándome ante sus ojos para no llamar la atención demasiado… para no tener que aceptar todo la verdad que hay en El, que proviene de El?

Son preguntas que la liturgia de hoy nos hace a cada uno de nosotros. Ojalá respondamos como Zaqueo: enseguida y con generosidad; con decisión y valentía; venciendo las dificultades interiores, nuestra pequeñez de espíritu; y venciendo las dificultades exteriores, de aversión y rechazo a las cosas de Dios, que hoy también se dan.

“No nos dejémonos fácilmente confundir y turbar, decía Juan Pablo II, por supuestas inspiraciones, ¿Por qué inspiraciones? Sencillamente por las “inspiraciones de este mundo”. Digámoslo con lenguaje de hoy: por una oleada de secularización e indiferencia respecto a los mayores valores divinos y humanos.

Renovemos la fe en Jesús, tengamos deseos de verle, de tratarle, de seguirle, de amarle. Esperemos en Él. Y no olvidemos sus palabras: que “el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido”. Así sea.