lunes, 22 de noviembre de 2010

PIEDRA SOBRE PIEDRA
TRIGÉSIMA CUARTA SEMANA DEL T. O.

MARTES
SAN LUCAS 21, 5-11

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=-cVVyVHNdRc

Como algunos le hablaban del Templo, que estaba adornado con bellas piedras y ofrendas votivas, dijo:
—Vendrán días en los que de esto que veis no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida.
Le preguntaron:
—Maestro, ¿cuándo ocurrirán estas cosas y cuál será la señal de que están a punto de suceder?
Él dijo:
—Mirad, no os dejéis engañar; porque vendrán en mi nombre muchos diciendo: “Yo soy”, y “el momento está próximo”. No les sigáis. Cuando oigáis hablar de guerras y de revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas. Pero el fin no es inmediato.
Entonces les decía:
—Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino; habrá grandes terremotos y hambre y peste en diversos lugares; habrá cosas aterradoras y grandes señales en el cielo.

Es posible, Señor, que aquel día estuvieras también sentado frente al Templo. Junto a Ti, tus discípulos te escuchaban complacidos. Quizás ya te habían escuchado en otras ocasiones, pero les gustaba volver a escucharte. Algunos de los que pasaban por allí se añadieron al grupo y comenzaron por su cuenta a hablarte de los adornos del Templo, de las hermosas piedras que lo componían y de las ofrendas que en él se realizaban. ¡Tú, Señor, callabas y escuchabas!

Pasado un rato, interviniste: Vendrán días en los que de esto que veis no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida. Todos se quedaron mudos, de piedra. No podían creérselo. Al fin preguntaron: ¿Cuándo ocurrirá? Y Tú les pusiste en guardia; les hablaste de señales, de guerras, revoluciones, pero convenía estar atentos. Sucedería más tarde.

Señor, anuncias destrucción, desgracias, falsos mesías, guerras y revoluciones, pero tu consigna es: serenidad, tranquilidad, paz, sosiego. Seguro que pronto convenciste a “los tuyos”. El resto quizás tardó algo más, pero también se convenció. Tu rostro era tan pacífico, tus palabras eran tan sinceras, que había que recibirlas en serio. Y así lo hicieron.

Y fiados en tu palabra, no insistieron en pedirte de nuevo la señal de que esto iba a suceder, porque la señal eras Tú mismo. Tus palabras convencían, no sólo por lo que decían sino por cómo eran dichas. ¡Se notaba en Ti seguridad, verdad!

Y todos, Tú, tus discípulos, los curiosos que se juntaron al grupo, seguisteis contemplando aquellas piedras hermosas, rozadas por el sol poniente y acariciadas por el viento de la tarde. Y todos, seguro, en el interior de vuestra alma, oísteis el golpeteo de caballos, el vocerío de soldados romanos, los destrozos de la guerra.