viernes, 11 de junio de 2010

DÉCIMA SEMANA DEL T. O.

SÁBADO
SAN MATEO 5, 33-37

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»También habéis oído que se dijo a los antiguos: No jurarás en vano, sino que cumplirás tus juramentos que le hayas hecho al Señor. Pero yo os digo: no juréis de ningún modo; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la ciudad del Gran Rey. Tampoco jures por tu cabeza, porque no puedes volver blanco o negro ni un solo cabello. Que vuestro modo de hablar sea: “Si, sí”; “no, no”. Lo que exceda de esto, viene del Maligno.

Sigues, Señor, con tus enseñanzas. Como en intervenciones anteriores, fundamentas tus palabras en la Ley —que no habías venido a abolir, sino a dar plenitud—. Se había dicho..., pero Tú decías. Con esta fórmula admitías la Ley Antigua, pero estabas estableciendo la Ley Nueva.

Te fijaste en el juramento. La ley Antigua mandaba que no estaba permitido jurar en vano; que había que cumplir los juramentos hechos a Dios. “No juraréis en falso por mi nombre”, se decía en el Levítico 19, 11; “si un hombre (...) se compromete a algo con juramento no violará su palabra; cumplirá todo lo que ha salido de su boca”, se decía en Números, 30, 3.

Pero Tú dijiste: “No juréis de ningún modo”, ni por el cielo, ni por la tierra, ni por Jerusalén, ni por la cabeza propia. Y lo explicaste: el cielo es el trono de Dios; la tierra es el estrado de sus pies; Jerusalén es la ciudad del Gran Rey; la cabeza es criatura de Dios, ni siquiera el cabello puede cada uno cambiar. Por lo tanto: “no ju-réis de ningún modo”.

Vuestro modo de hablar sea “sí, sí; no, no”. Porque “lo que ex-ceda de estos viene del maligno”. El Catecismo de la Iglesia Cató-lica n. 2153 enseña “que todo juramento implica una referencia a Dios y que la presencia de Dios y de su verdad debe ser honrada en toda palabra. La discreción del recurso a Dios al hablar va unida a la atención respetuosa a su presencia, reconocida o menospreciada en cada una de nuestras afirmaciones”.

Decir sí, sí, no, no, es decir la verdad. Tú, Señor, eres la verdad “seguirte a Ti, Señor, es vivir del Espíritu de la Verdad que el Padre envía en tu nombre y que conduce a la verdad completa”. Catecismo de la Iglesia Católica n. 2466.

En muchas ocasiones, ahora también, Tú, Señor, enseñaste a tus discípulos y con ellos a nosotros “el amor incondicional a la Verdad”, a entender la sentencia: que “sea vuestro lenguaje sí, sí, no, no”.

Con el Catecismo de la Iglesia Católica n. 592 podemos decir que Tú, Señor, no aboliste la Ley del Sinaí, sino que la perfeccionaste, de tal modo, que revelaste su más profundo sentido y satisficiste por las transgresiones contra ella. Hazme un cumplidor de tu Ley.