lunes, 22 de marzo de 2010




Quinta Semana de Cuaresma
MARTES
San Juan 8, 21-30

Jesús les dijo de nuevo:
—Yo me voy y me buscaréis, y moriréis en vuestro pecado; adonde yo voy vosotros no podéis venir.
Los judíos decían:
—¿Es que se va a matar y por eso dice: “Adonde yo voy a vosotros no podéis venir”?
Y les decía:
—Vosotros sois de abajo; yo soy de arriba. Vosotros sois de este mundo; yo no soy de este mundo. Os he dicho que moriréis en vuestros pecados, porque si no creéis que yo soy, moriréis en vuestros pecados.
Entonces le decían:
—¿Tú quién eres?
Jesús les respondió:
—Ante todo, lo que os estoy diciendo. Tengo muchas cosas que hablar y juzgar de vosotros, pero el que me ha enviado es veraz, y yo, lo que le he oído, eso hablo al mundo.
Ellos no entendieron que les hablaba del Padre. Les dijo por eso Jesús:
—Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que como el Padre me enseñó así hablo. Y el que me ha enviado está conmigo; no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada.
Al decir estas cosas, muchos creyeron en él.

Otra vez te dirigiste a los fariseos. Ahora les dices que te vas, que después te buscarán y que morirán en su pecado; que a donde Tú vas, ellos no pueden ir. La respuesta de los fariseos a tus afirmaciones no pudo ser más descabellada: ¿Será que se va a suicidar?

Tú continuaste: Vosotros sois de abajo; yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo soy de otro mundo. Con qué dolor debiste decir las siguientes palabras: moriréis por vuestros pecados, no me creéis, estáis en otros asuntos.

Pero ellos, altaneros, contraatacan: ¿Quién eres Tú? Atrevida pregunta; y a la vez, qué desprecio encierran sus palabras. Es como si dijeran: Nosotros somos los sabios y ¿Tú nos quieres enseñar?; nosotros somos los entendidos y ¿Tú nos vienes a dar lecciones? y terminan: ¿quién te crees que eres?

Tú, Señor, contestaste: podría acusaros de muchas cosas; yo soy la verdad y el que me envió es también veraz; pero ¿para qué seguir hablando? Y ellos siguieron sin enterarse.

Y entonces Tú, Señor, dijiste: “Cuando levantéis al Hijo del Hombre sabréis que Yo soy, que no hago nada por mi cuenta, que siempre hago lo que a mi Padre le agrada; para eso he venido, para hacer su voluntad”.

Debiste poner una cara tan amable, debiste trasmitir una paz tan grande cuando dijiste estas cosas, que “muchos creyeron en Ti”. Y te siguieron. Y te seguimos: porque sólo Tú, Señor, tienes palabras de vida eterna.