martes, 19 de octubre de 2010


NO SABÉIS NI EL DIA NI LA HORA

VIGÉSIMA NOVENA SEMANA DEL T. O.

MIÉRCOLES
SAN LUCAS 12, 39-48

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=3xgrjsd---I

Sabed esto: si el dueño de la casa conociera a qué hora va a llegar el ladrón, no permitiría que se horadase su casa. Vosotros estad también preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del Hombre.
Y le preguntó Pedro:
—Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos?
El Señor respondió:
—¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente, a quien el amo pondrá al frente de su casa, para dar la ración adecuada a la hora debida? Dichoso aquel siervo a quien su amo cuando vuelva le encuentre obrando así. En verdad os digo que lo pondrá al frente de toda su hacienda. Pero si ese siervo dijera en sus adentros: “Mi amo tarda en venir, y comenzase a golpear a los criados y criadas, a comer, a beber y emborracharse, llegará el amo de aquel siervo el día menos pensado, a una hora imprevista, lo castigará duramente y le dará el pago de los que no son fieles. El siervo, que, conociendo la voluntad de su amo, no fue previsor ni actuó conforme a la voluntad de aquél, recibirá muchos azo-tes; en cambio, el que sin saberlo hizo algo digno de castigo, recibirá pocos azotes. A todo el que se le ha dado mucho, mucho se le exigirá, y al que le encomendaron mucho, mucho le pedirán.

Esto de la vigilancia era importante. Por eso, Señor, seguiste insistiendo en el asunto. Ahora a propósito del dueño de una casa, hablaste a todos y a cada uno de los oyentes; nos hablaste a nosotros, personas de todos los tiempos; y nos dijiste que había que estar vigilantes, que sí, que era necesario.

Pedro, que te había oído con atención todo el discurso, se dirigió a Ti, Señor, y te dijo: ¿Esto va por nosotros o por todos? Pedro estaba seguro de que tanto él como los demás Apóstoles lo habían entendido, pero como Tú, Señor, insistías tanto, no acababa de saber a quién o a quiénes te dirigías, si a ellos o a todos. Por eso, preguntó.

Y Tú, Señor, que siempre tenías palabras de vida eterna, contestaste haciendo a tu vez otra pregunta. Más tarde, te explayaste contando las grandezas de un buen siervo; y la estupidez de un siervo haragán: del siervo que está enterado y del que es ignorante, y de la paga o castigo de cada uno; de lo recibido y de lo que se exigirá.

Pedro no preguntó más. Seguro que se enteró de todo, del sentido de tus palabras; de sus destinatarios, del premio o castigo. De lo contrario hubiera seguido preguntando.

Nosotros, tampoco te preguntamos, aunque sí te pedimos que nos ayudes para saber escucharte y, sobre todo, poner por obra tus enseñanzas; que nos decidamos a estar vigilando para así tener la suerte de ser premiados por Ti, Señor.