domingo, 12 de diciembre de 2010


JESUS Y LOS FARISEOS

TERCERA SEMANA DE ADVIENTO

LUNES
SAN MATEO 21, 23-27

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=1zcITVnZYa4

Llegó al Templo, y mientras estaba enseñando se le acercaron los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo y le preguntaron:
—¿Con qué potestad haces estas cosas? y ¿quién te ha dado tal potestad?
Jesús les respondió:
—También yo os voy a hacer una pregunta; si me la contestáis, entonces yo os diré con qué potestad hago estas cosas. El bautismo de Juan, ¿de dónde era?, ¿del cielo o de los hombres?
Ellos deliberaban entre sí: Si decimos que del cielo, nos replicará: ¿Por qué, pues, no le creísteis? Si decimos que de los hombres, tememos a la gente; pues todos tienen a Juan por profeta. Y respondieron a Jesús:
—No lo sabemos.
Entonces él les dijo:
—Pues tampoco yo os digo con qué potestad hago estas cosas.

Llegaste al Templo de Jerusalén. Quizás era de madrugada. Como en otras ocasiones, te acompañarían tus discípulos. Desde que recibieron tu llamada te seguían siempre. Les gustaba escucharte y, además, necesitaban tus palabras.

Me imagino la escena. Tú, Señor, sentado en un lugar elevado. El manto, colocado sobre tus hombros, cae desplegado hasta el suelo. Tus cabellos sueltos descienden sobre el manto. Tu mirada tierna y compasiva se dirige hacia todos los que te rodean. De un momento a otro, vas a comenzar tu enseñanza.

De pronto, los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo se acercaron hasta donde tu estabas. Iban con intención de preguntar algo. Y muy pronto lanzaron sus dardos.

La pregunta fue directa, o mejor, la doble pregunta: ¿con qué potestad haces estas cosas? ¿quién te ha dado tal potestad? No podían negar la evidencia. Admitían el hecho, pero querían saber de dónde procedía tal poder.

Tú, Señor, sin inmutarte, con cierta rapidez les dijiste que también querías hacerles una pregunta. Y que si te contestaba responderías: El bautismo de Juan, ¿de dónde era?, ¿del cielo o de los hombres?

A primera vista, la respuesta parecía sencilla. Pero aquellos sabios y ancianos comenzaron a deliberar. Después de examinar un rato la pregunta y sopesando los “pros” y los “contras”, optaron por dar una respuesta imprecisa, indefinida, vaporosa. No lo sabemos. Era como decir: “no queremos comprometernos”.

Entonces Tú, Señor, con aplomo y con firmeza respondiste: Ni yo os digo con qué potestad hago estas cosas.

Los príncipes de los sacerdotes y los ancianos buscaban perderte; por eso te pedían cuentas de tu acción en el Templo; pero Tú, Señor, les situaste ante la verdadera cuestión: la necesidad de aceptar o no el ministerio de Juan el Bautista, o lo que era lo mismo, reconocer tu ministerio.