El SEGUNDO
SILLÓN Y SUS CONSECUENCIAS
Había
comenzado la fiesta del pueblo y no era plan de ponerse a desmontar el segundo sillón,
mientras los demás estaban de holganza. Y entre música callejera y toques de campanas en la torre,
nos pusimos en el tercer día de fiesta, y nosotros, sin acometer el desmonte del segundo sillón.
Además,
se daba la circunstancia de que finalizadas las fiestas, terminaban nuestras vacaciones. Así que el tercer día de fiesta, pertrechados de martillo y hacha, cuando el sol
descargaba sus rayos sobre el patio, comenzamos Merche y yo los duros mamporros sobre el segundo sillón.
A pesar
de la experiencia que habíamos conseguido con el primero, éste,
se nos hacía cuesta arriba. Pero la decisión estaba tomada, y fuera como fuera, nos
habíamos propuesto dar con el sillón en el desguace.
Así que
golpe por aquí, tirón por allá, poco a poco fuimos descuajaringando este hermoso sillón que en épocas pasadas habría adornado, sin duda, el salón de alguna buena casa.
Con el trabajo a medio hacer, nos llegó compañía. Unas manos
fraternas que nos ayudaron a deshacer en
pocos minutos lo que había sido realizado extraordinariamente en otros tiempos.
Tras "sangre, sudor y lágrimas", el sillón quedó hecho migas. Aunque tuvimos que pagar el peaje a tal destrozo: Merche,
además de un retortijón de rodilla, se clavó una punta en un dedo, consecuencia, viajar a
Osorno y ponerse la inyección contra el tétanos; un servidor, según dicen
personas entendidas, un fuerte dolor de lumbago que apareció a los cinco días. Solo las
manos fraternas, se salvaron de la quema.
Al fin, un
patio limpio de viejos sillones, había merecido la pena de "sudar, sufrir, llorar".
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