SOLEMNIDAD
DE TODOS LOS SANTOS
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por Antonio Cañizares
Estamos
próximos a la fiesta de todos los santos, en sus mismos umbrales. Una de las
fiestas más arraigadas en la tradición española, a la que se une la memoria
agradecida por los seres queridos que ya descansan en el Señor.
La visita de
casi todos a los cementerios en cualquier rincón de nuestra geografía para
llevar flores a las tumbas y decir alguna oración ante las tumbas de los que
nos han precedido es la imagen de este día, lleno de recuerdos y de
agradecimiento, en el fondo de agradecimiento a Dios, porque en ellos pudimos
palpar un gran amor, reflejo de Dios, que es Amor; pero también día de
esperanza porque, en el fondo, estamos expresando que los nuestros viven y
que esperamos verlos en la vida eterna. En este día, la Iglesia y la
tradición que nos sustenta nos invitan a compartir y a gustar la alegría de
los santos.
Esta fiesta nos recuerda que no estamos solos; Dios mismo nos acompaña con
esa multitud incontable de hombres como nosotros que caminan a nuestro lado
como peregrinos hacia la patria definitiva; que estamos inmersos en una
muchedumbre incontable de testigos, con los que formamos un solo cuerpo.
Esta
muchedumbre de santos nos estimula a mantener nuestra mirada fija en la meta
y en las promesas que nos abren a la gran esperanza, la del cielo.
La
liturgia de ese día, guía de sabiduría, nos exhorta a dirigir nuestra mirada
a esa muchedumbre ingente no sólo de los santos reconocidos de forma
oficial, sino de todos los santificados de todas las épocas que, con el
auxilio de Dios, se han esforzado de verdad por cumplir con amor y fidelidad
el querer de Dios.
De gran parte de ellos no conocemos ni el rostro ni el
nombre, pero con los ojos de la fe los vemos resplandecer en la gloria de
Dios. Ellos representan a la humanidad nueva de los salvados por la sangre de
Cristo, y reflejan la hermosura de la santa madre Iglesia, esposa inmaculada
de Cristo, fuente y modelo de toda santidad.
Ellos son los hijos mejores que
han sido engendrados por la gracia del Espíritu en el seno de la santa madre,
la Iglesia. Esa muchedumbre incontable de santos de los que hacemos memoria
ese día han sido personas que no han buscado obstinadamente su propia
felicidad, sino que han querido simplemente entregarse, porque han sido
alcanzados por la luz de Cristo. En vida y en gloria, los santos nos han
hecho palpar ya la transformación, la renovación y reforma, de nuestro mundo,
de este mundo envejecido por el pecado, la mentira, la violencia, la negación
de Dios.
En verdad, los santos son los verdaderos reformadores de la humanidad y de
este mundo nuestro; «en las vicisitudes de la historia han sido los
verdaderos reformadores que tantas veces han elevado a la humanidad; la han
iluminado siempre de nuevo lo suficiente para dar la posibilidad de aceptar
–tal vez en el dolor– la palabra de Dios al terminar la obra de la creación:
‘y era muy bueno’... Sólo los santos, sólo de Dios proviene el cambio
decisivo del mundo. En el siglo pasado vivimos revoluciones cuyo programa
común fue no esperar nada de Dios, sino tomar totalmente en las propias manos
la causa del mundo y transformar sus condiciones.
Y hemos visto que, de este modo, siempre se tomó un punto de vista humano y
parcial como criterio absoluto de orientación. La absolutización de lo que no
es absoluto, sino relativo, no libera al hombre, sino que lo priva de su
dignidad y lo esclaviza. No son las ideologías las que salvan el mundo, sino
el dirigir la mirada al Dios viviente, que es nuestro Creador, el garante de
nuestra libertad, el garante de lo que es realmente bueno y auténtico. La
revolución verdadera consiste únicamente en mirar a Dios, que es la medida de
lo que es justo y, al mismo tiempo, es el amor eterno. Y ¿qué puede salvarnos
sino el amor?». (Benedicto XVI, en Colonia).
Esos son los santos innumerables
que ese día recordamos. Ellos vivieron su vida mirando a Dios, poniendo en Él
su mente y su corazón, teniéndolo en el centro más profundo de su existencia.
Bienaventurados y dichosos para siempre en la bella aventura que recorrieron
en su vida junto a Jesucristo y en comunión con Él, siguiendo el camino de
las bienaventuranzas –»retrato de Jesús», camino de felicidad–, ellos nos
señalan que Dios es el único asunto central y defi nitivo para el hombre.
Con razón, el papa Pablo VI definió el ateísmo como «el drama y el problema
más grande de nuestro tiempo». El silencio de Dios, o el abandono de Dios, el
ateísmo y la increencia como fenómeno cultural masivo, es con mucho el
acontecimiento fundamental de estos tiempos de indigencia y de quiebra humana
y moral en Occidente. No hay otro que se le puede comparar en radicalidad por
lo vasto de sus consecuencias.
Los santos, que han vivido y viven de Dios y
para Dios, son quienes ahora nos marcan el camino para que se opere lo que
Benedicto XVI ha denominado «la revolución de Dios», el paso a una humanidad
nueva y renovada, donde reine el amor y la paz, donde la verdad nos haga
libres y misericordiosos, donde se siga el camino de la felicidad que está,
precisamente, en ese saberse creado y amado por Dios, en ese comprenderse
hijo de Dios en todo, en ese
camino paradógico de las bienaventuranzas, o si queremos de la felicidad que
es el seguido por el mismo Jesús. «El bienaventurado por excelencia es, en
efecto Jesús, sólo Él. Él es el verdadero pobre de espíritu, el que llora, el
manso, el que tiene hambre y sed de justicia, el misericordioso, el puro de corazón, el artífice de paz; Él es el
perseguido por causa de la justicia». No tenemos otra ruta diferente a la de
las Bienaventuranzas, que ponen a Dios en el centro, que señalan que viviendo
en la confi anza plena puesta en Dios -no en las riquezas, no en el poder, no
en uno mismo y los propios intereses, siempre parciales- es como se alcanza
la felicidad que vivieron en la tierra y que ahora gozan en los cielos todos los santos.
Que ellos nos ayuden. Aunque no estén en los altares los hemos
conocido a tantos y tantos de ellos, nos lo hemos encontrado muy cerca, han
caminado nuestro
mismo camino. Que Dios, por intercesión de ellos nos ayuden a caminar el
suyo, que es el camino de la felicidad y la esperanza.
PARA ESCUCHAR
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“ALSERDELAPALABRA” presenta a sus seguidores, breves reflexiones nacidas de la experiencia de la vida ordinaria. Las escribiré con la frescura de lo sencillo y con la esperanza de lo sublime. Espero que mi pluma sea dócil y vuestra aceptación generosa.
miércoles, 29 de octubre de 2014
SENCILLAS VIVENCIAS
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