domingo, 30 de mayo de 2010

NOVENA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN MARCOS 12, 1-12

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Y comenzó a hablarles en parábolas:
—Un hombre plantó una viña, la rodeó de una cerca, excavó un lagar, edificó una torre, la arrendó a unos labradores y se marchó de allí. A su debido momento envió un siervo a los labradores, para percibir de éstos los frutos de la viña. Pero ellos, lo agarraron, lo golpearon y despacharon con las manos vacías. De nuevo les envió otro siervo, y a éste le hirieron en la cabeza y lo ultrajaron. Y envió otro y lo mataron; y a otros muchos, de los cuales a unos los herían y a otros los mataban. Todavía le quedaba uno, su hijo amado; y lo envió por último a ellos, pensando: “A mi hijo lo respetarán”. Pero aquellos labradores se dijeron: “Este es el heredero. Vamos, lo mataremos y será nuestra la heredad”. Y lo agarraron, lo mataron y lo arrojaron fuera de la viña. ¿Qué hará, pues, el dueño de la viña? Vendrá, exterminará a los labradores y entregará la viña a otros. ¿No habéis leído esta escritura:
La piedra que rechazaron los constructores,
ésta ha llegado a ser piedra angular.
Es el Señor quien ha hecho esto,
y es admirable a nuestros ojos?
Entonces intentaban prenderlo, pero tuvieron miedo a la multitud: comprendieron que había dicho aquella parábola por ellos. Y dejándole, se fueron.

Era costumbre en tu tiempo, Señor, hablar en parábolas; enseñar mediante comparaciones y ejemplos. Y Tú, con frecuencia, utilizaste este género para comunicarte con tus discípulos y también para aleccionar a la gente. A mí me gusta, ahora, leer tus parábolas, meditarlas despacio y procurar extraer conclusiones.

La de hoy, es una parábola sencilla, expresiva. Sacada de la vida diaria, por lo tanto, muy conocida para los contemporáneos. El tema central era la viña que un dueño había plantado, cercado, excavado, mimado. Pero un día, aquel dueño la arrendó a unos labradores y él se alejó de aquel lugar. ¡Y allí quedó su viña amada, en manos extrañas!

Pasado un tiempo, el dueño de la viña envió a uno de sus siervos con el fin de recibir de los labradores los frutos correspondientes. Y aquellos labradores agarraron a aquel siervo, lo golpearon y lo despidieron sin darle nada. Mandó a otro siervo e hicieron lo mismo. Envió a otros más y los trataron con desprecio, incluso a algunos los mataron.

Al dueño aún le quedaba una solución: enviaría a su hijo amado. A éste —pensaba— le respetarán. Pero aquellos labradores que lo único que proyectaban era hacerse con la herencia, apoderarse de la viña, al llegar el hijo, se dijeron unos a otros: “Este es el heredero, matémosle y será nuestra la viña”.

Y así lo hicieron: mataron al hijo y lo arrojaron fuera de la viña. La pregunta era evidente: “¿qué hará el amo de la viña?” y la respuesta también clara: “exterminará a los labradores y entregará la viña a otros”.

Y Tú, Señor, como conclusión citaste las palabras del Salmo 118. “La piedra que los constructores desecharon en piedra angular se ha convertido”.

Entonces, Señor, algunos de los oyentes, se fueron.