PARA ENROJAR,
HACE FALTA SABER Y QUERER
Enrojar es una operación sencilla, pero no
exenta de cierto riesgo. Hay que empezar por sacar la ceniza amontonada del
día anterior o de días anteriores, si la operación no se hecho a diario. Una
vez extraída, hay que llevarla al basurero.
A continuación, hay que almacenar junto a
la boca de la estufa, un cierto material con lo que iniciar el fuego y poder
mantenerlo. Este material hay que bajarlo del desván, donde se encuentra almacenado. El desván está en la casa de dentro, por lo que acercarlo, no es nada cómodo.
Una vez todo preparado, comienza la faena.
Primero se colocan unos papeles o material fácil de encender, se les da fuego y aparecen las primeras llamas. Una vez conseguido el fuego, se echan cartones, ramujos, maderas, todo aquello anteriormente preparado.
Un día, las llamas se salieron hacia
fuera y la “enrojadora”, se vio obligada a utilizar agua
para salvarse de las llamas. Y desde entonces, cuando comienza a enrojar,
además de preparar lo anteriormente señalado, colocaba cerca una regadera llena
de agua, “por si las moscas”.
No le hizo falta ningún día, después
de aquel primer susto. Pero como dice el refrán popular, “más vale prevenir que
curar”, como los bomberos prepara la manguera.
Terminaba la faena, cierra la charpa que había abierto al principio para que saliera el humo por la chimenea. Los resultados positivos del enroje llegan después. Ambiente agradable, humedades corregidas, saneamiento de la casa.
Terminaba la faena, cierra la charpa que había abierto al principio para que saliera el humo por la chimenea. Los resultados positivos del enroje llegan después. Ambiente agradable, humedades corregidas, saneamiento de la casa.
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