viernes, 17 de septiembre de 2010

EL SEMBRADOR
VIGÉSIMA CUARTA SEMANA DEL T. O.

SÁBADO
SAN LUCAS 8, 4-15

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Reuniéndose una gran muchedumbre que de todas las ciudades acudía a él, dijo esta parábola:
—Salió el sembrador a sembrar su semilla; y al echar la semilla, par-te cayó junto al camino, y fue pisoteada y se la comieron las aves del cielo; parte cayó sobre piedras, y cuando nació se secó por falta de humedad. Otra parte cayó en medio de las espinas y habiendo crecido con ella las espinas la ahogaron. Y otra cayó en la tierra buena, y cuando nació dio fruto al ciento por uno.
Dicho esto, exclamó:
—El que tenga oídos para oír, que oiga.
Entonces sus discípulos le preguntaron qué significaba esta parábola. Él les dijo:
—A vosotros se os ha concedido conocer los misterios del Reino de Dios; pero a los demás, sólo a través de parábolas, de modo que viendo no vean y oyendo no entiendan.
»El sentido de la parábola es éste: la semilla es la palabra de Dios. Los que están junto al camino son aquellos que han oído; pero viene luego el diablo y se lleva la palabra de su corazón, no sea que creyendo se salven. Los que están sobre piedras son aquellos que, cuando oyen, reciben la palabra con alegría, pero no tienen raíz; estos creen durante algún tiempo, pero a la hora de la tentación se vuelven atrás. La que cayó entre espinos son los que oyeron, pero en su caminar se ahogan a causa de las preocupaciones, riquezas y placeres de la vida y no llegan a dar fruto. Y lo que cayó en tierra buena son los que oyen la palabra con un corazón bueno y generoso, la conservan y dan fruto mediante la perseverancia.

Unos a otros se habían comunicado que de nuevo salías a predicar. Muchos durante la mañana se dirigieron hacia donde Tú estabas. A media tarde, se había reunido junto a Ti una gran muchedumbre. Llegaban de todas las ciudades de Palestina. El tiempo otoñal, apacible y sereno, facilitaba la marcha. En los campos cercanos hombres y mujeres realizaban, con paciencia y esfuerzo, distintas faenas agrícolas.

Tú, Señor, como en otros momentos, escogiste un sitio elevado para que mejor te oyeran. Quizás estabas sentado sobre una piedra o una lisa madera. A tu alrededor sentados también, pero en el suelo, se encontrarían tus Apóstoles y otras muchas personas. Al fin se hizo el silencio. Sólo se oían los cantos de las aves, y el grito de algún labrador cercano. Entonces Tú, Señor, con solemnidad, con calma y con extraordinaria elegancia, comenzaste a narrar la parábola del sembrador.

Describiste, con primor y finura, la figura del sembrador; el arte de la siembra y sus consecuencias: señalaste, como gran conocedor de las faenas agrícolas, los lugares donde cayó la simiente: parte en el camino, otro poco entre piedras, algo entre espinas, y la mayor parte en tierra buena. Y cerraste la parábola con esta sentencia: lo habéis oído, ahora se trata de cumplirlo.

Alguien cercano a Ti, pidió que les explicaras un poco más la parábola. Y Tú, Señor, lo hiciste. Hablaste qué significaba cada parte.