jueves, 7 de julio de 2011

DESDE MI VENTANA

En los viajes, además de hacer amigos, se aprenden muchas cosas. Hace falta escuchar con serenidad, tomar alguna nota, aunque sea mentalmente, y saber agradecer. Yo aprendí hermosas lecciones en este mi prmer viaje a Barruelo.


DÍA 7 DE JULIO DE 2011

Hablamos mucho en aquel viaje. El compañero de tren me informó de como estaba Barruelo en aquellos momentos. Era el año 1963, mes de julio. Habían pasado casi treinta años desde la enfrentación entre hermanos, en la Guerra Civil. Me dijo que aún quedaba algún resquemor y algún resabio religioso sobre los curas, pero que la gente había cambiado últimamente mucho. Es cierto, añadió, que un grupo de mineros no acuden a la Iglesia, pero hay otros que lo hacen con frecuencia. Y para confirmar lo dicho afirmó: "Uno de esos, soy yo, trabajador en la mina, ahora de baja; precisamente vengo de Palencia de hacer una revisión. Acudo al templo todos los domingos, tengo amistad con el Párroco y con el coadjutor que ha estado hasta ahora, y si quiere, la tendré con usted". Nos ibamos metiendo en harina. Y poco a poco yo me iba serenando por dentro y de vez en cuando pensaba: cuando vuelva a ver a mi padre le diré todo esto. Estos pensamientos me tranquilizaron bastante. Mi acompañente lió otro cigarro. El tren se había parado en las estaciones o apeaderos del trayecto. Aproveché para preguntarle: ¿Y como ha ido cambiando todo esto? El me dijo: "El tiempo cura las heridas y atempera los ánimos. En Barruelo ha sido providencial la presencia de los Hermanos Maristas y las Hermanas de la Caridad. Por el Colegio de los Hermanos Maristas han pasado muchas personas y han ido aprendiendo a querer y a perdonar. Y por las Hermansas de la Caridad han pasado los heridos en la mina y han comprobado el cariño inmenso de estas mujeres". Con el tiempo, viví en Barruelo catorce meses, comprobé todo lo que mi compañero de viaje me explicó. Durante este tiempo, asistí como capellán a las Religiosas y también asistí a los Maristas.

En un determinado momento, manifesté a mi compañero de viaje, que iba a rezar Vísperas. Le pareció muy bien. Terminados mis rezos, poco después, llegamos a Aguilar de Campoo. Un olor agradable se percibía en el ambiente. Era la Fábrica de Galletas de Fontaneda. Cambiamos de tren y enseguida, pasando por Villavega, Cillamayor, llegamos a Barruelo. Mi compañero de viaje me llevó hasta la casa del Párroco: Don Manuel Palaciós, un sacerdote bonachón, dicharachero, simpático. Compartían despacho con el párroco, un ruiseñor y un felino. Por allí estaba también la señora Victoria, ama de cura, con la que después hice amsitad. Me presenté como era de rigor. El párroco me dijo que encantado en conocerme, pero que como era un poco tarde, mejor sería que me fuera al Hotel Navamuel, a cenar, a descansar y que nos veríamos al día siguiente. Obedecí y así lo hice. (Seguirá mañana)