viernes, 2 de julio de 2010

DÉCIMA TERCERA SEMANA DEL T. O.

SÁBADO
SAN MATEO 9, 14-17

CON UNSOLO GOLPE DE CLIK  http://www.alserdelapalabra.blogspot.com/

Entonces se le acercaron los discípulos de Juan para decirle:
—¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos con frecuencia, y, en cambio, tus discípulos no ayunan?
Jesús les respondió:
—¿Acaso pueden estar de duelo los amigos del esposo mientras el esposo está con ellos? Ya vendrá el día en que les será arrebatado el esposo; entonces ya ayunarán.
»Nadie pone un remiendo de paño nuevo a un vestido viejo, porque lo añadido tira del vestido y se produce un desgarrón peor. Ni se echa vino nuevo en odres viejos; porque entonces los odres revientan, y el vino se derramaría, y los odres se pierden. El vino nuevo lo echan en odres nuevos y así los dos se conservan.

Juan el Bautista, el hijo de Isabel y de Joaquín, a quien Tú, Señor, habías saludado antes de nacer y de quien habías recibido el Bautismo en el río Jordán no hacía mucho tiempo, seguía rodeado de discípulos. Discípulos que seguían sus orientaciones, imitaban su vida austera y esperaban como Él tu acción salvífica a favor de Israel y, quizás, a favor de todos los hombres.

Juan, que se sabía la voz que clama en el desierto, que se sabía tu precursor, les habría hablado muchas veces de Ti; les habría hablado de tu origen divino y de tu misión mesiánica; un día te señaló con el dedo como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; más tarde enviaría a algunos de esos discípulos a tu presencia para que Tú mismo les dijeras quién eras, a qué habías venido a este mundo y qué esperabas de los hombres.

Así, poco a poco, los discípulos de Juan fueron entendiéndote. Pero lo entendieron mejor después de haber visto los milagros que Tú hacías delante de las gentes. Habían visto que dabas vista a los ciegos, movimiento a los cojos, audición a los sordos, curación a los leprosos, habla a los mudos, vida a los muertos y les anunciabas el Evangelio a todos, también a los pobres.

Quizás fue el asunto del ayuno la primera cuestión que te preguntaron los discípulos de Juan. ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos y tus discípulos no ayunan? Tu respuesta, Señor, fue hermosa. Acudiste a la vida, a una realidad cotidiana de suma importancia: los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos, no ayunan. Mientras está el esposo hay fiesta, música, jolgorio, alegría. Cuando el esposo se vaya o sea arrebatado, entonces ayunarán, haciendo duelo, vivirán sacrificadamente.

Luego, quizás mirando tu túnica recién estrenada o el odre nuevo que tenías delante, apelaste a la experiencia casera: los remiendos al vestido viejo se arreglan con paños viejos; el vino nuevo y fresco se echa en odres nuevos. Así el manto viejo se fortalece y el vino bueno se conserva. Una buena lección.

Señor, quizás dijiste, como en otros momentos: el que tenga oídos para oír que oiga, o quizás no dijiste nada porque el evangelista nada recoge. En cualquier caso, los discípulos de Juan se fueron hasta donde estaba su maestro y le contaron tus respuestas. Más tarde, el propio Juan les enviaría de nuevo a Ti. Entonces fue cuando vieron tus milagros.