sábado, 18 de septiembre de 2010

ADMINISTRADOR INFIEL
DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO
EVANGELIO SEGÚN
SAN LUCAS 16, 1-13


CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
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En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
Un hombre rico tenía un administrador, y le llegó la denuncia de que derrochaba sus bienes. Entonces lo llamó y le dijo: "¿Qué es eso que me cuentan de ti? Entrégame el balance de tu gestión, porque quedas despedido. El administrador se puso a echar sus cálculos: ¿Qué voy a hacer ahora que mi amo me quita el empleo? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa. Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi amo? Éste respondió: Cien barriles de aceite. Él le dijo: Aquí está tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta. Luego dijo a otro: Y tú, ¿cuánto debes" Él contestó: Cien fanegas de trigo. Le dijo: Aquí está tu recibo, escribe ochenta. Y el amo felicitó al administrador injusto, por la astucia con que había procedido. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz.
Y yo os digo: ganaos amigos con el dinero injusto, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas. El que es de fiar en lo menudo también en lo importante es de fiar; el que no es honrado en lo menudo tampoco en lo importante es honrado. Si no fuisteis de fiar en el vil dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras? Si no fuisteis de fiar en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará? Ningún siervo puede servir a dos amos, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.

El Evangelio de hoy nos refiere el comportamiento de un administrador infiel, que emplea todo su ingenio, su astucia –hasta a hacer algo inmoral- para resolver su problema: el seguro despedido de su trabajo.

Jesús –nos dice el texto sagrado-, da por supuesto lo inmoral de la conducta de aquel administrador, pero reconoce al mismo tiempo la eficacia de su actuación, la inteligencia de la que hizo gala para salir de su apurada y compleja situación: el despido.

Y compara Jesús, además, esa manera astuta y granuja de proceder de aquel administrador, con la forma de proceder y actuar de los que se consideran formales, buenos administradores.

Y, tras este juicio laudatorio, concluye el Señor con una sentencia que a primera vista nos deja un poco asombrados: “los hijos de las tinieblas son más astutos en sus asuntos que los hijos de la luz en los suyos”.

Y eso que –sigue diciendo el Señor- lo que persiguen los primeros son sólo unos bienes caducos; mientras que lo que obtienen los hijos de Dios son bienes eternos.

A lo largo de nuestra vida –conviene que reflexionemos hoy-todos vamos recibiendo de Dios bienes de diferentes clases: materiales y espirituales; todos vamos disponiendo de meses y de años, de horas, de minutos.

Son dones, regalos que Dios nos concede para que los negociemos, para que los aprovechemos en orden a nuestro beneficio y al de los demás.

Y de todos y cada uno de esos bienes, hemos de rendir cuentas ante el Señor, hemos de entregar un balance de nuestra actuación. Y una cosa es cierta, según sea el resultado, así será la sentencia que el Juez supremo dicte en aquel día definitivo.

Hemos de poner, por lo tanto, más empeño y más cuidado en nuestra vida de cristianos; hemos de estar dispuestos a hacer cuantos sacrificios sean precisos por lograr mayor amor a Dios, mayor amor a los hermanos; hemos de tener siempre presente que nosotros esperamos no una felicidad pasajera, aparente, sino una felicidad que no termina nunca: la poseisón de la vida eterna, del cielo.

El pasaje evangélico que acabamos de proclamar termina con una sentencia de enorme valor práctico: “quien es fiel en lo poco, también lo será en lo mucho”.

Se subraya así la importancia de las cosas pequeñas, lo decisivo que es ser cuidadoso en los detalles, en orden a conseguir la perfección en las cosas importantes.

Es cierto que para hacer bien las cosas pequeñas es preciso a veces el heroísmo, constancia, rectitud de intención, amor a Dios en todo. Pero sólo así agradaremos al Señor y nos mantendremos siempre encendidos, prontos y decididos a cumplir el querer divino y recibiremos al final el abrazo de Dios como premio.