jueves, 13 de mayo de 2010

SEXTA SEMANA DE PASCUA

VIERNES
SAN JUAN 16, 20-23

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En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, en cambio el mundo se alegrará; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. La mujer, cuando va a dar a luz, está triste porque ha llegado su hora, pero una vez que ha dado a luz un niño, ya no se acuerda del sufrimiento por la alegría que ha nacido un hombre en el mundo. Así pues, también vosotros ahora os entristecéis, pero os volveré a ver y se os alegrará el corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Ese día no me preguntaréis nada. En verdad, en verdad os digo: si le pedís al Padre algo en mi nombre, os lo concederá.

Tus palabras, Señor, en ocasiones eran percibidas por los oídos de tus oyentes con cierto temor y temblor. No porque fueran difíciles para su comprensión sino por los sufrimientos y los sacrificios que se derivarían de ellas.

Hablabas claro. Dijiste que tendríamos que llorar; que tendríamos que lamentarnos, que tendríamos que sufrir. Recordaste que el mundo se alegraría, disfrutaría, lo pasaría bien. Y tus seguidores estarían tristes, viviendo entre dificultades, aunque, también anunciabas que la tristeza se convertiría más tarde en alegría.

Y para que tus oyentes entendieran mejor tu mensaje, acudiste a un hecho de la vida de cada día: El nacimiento de un niño. La ma-dre antes de nacer el hijo sufre, se angustia, lo pasa mal. Pero cuando el pequeño descansa entre sus brazos —lo mira y lo con-templa embobada— se olvida de los sufrimientos pasados, sólo vi-ve para su pequeño.

Así —dijiste— os ocurrirá a vosotros. Ahora —en esta vida, difícil, costosa, embrollada—, os entristeceréis. Pero cuando Yo os vuelva a ver se os alegrará el corazón. Y entonces, nadie os quitará vuestra alegría. Seréis felices, el Padre os concederá todo lo que le pidáis.

Señor, sí te escuchamos cuando nos dijiste: bienaventurados los pobres, los que lloran, los que tienen hambre y sed, los perseguidos, los calumniados, también ahora te queremos escuchar. Ayúdanos a ser fieles, a gastar nuestras vidas en tu servicio, a llevar detrás de Ti la cruz de cada día. Y a confiar en Ti, para que cuando Tú, Señor, vuelvas nos concedas la bienaventuranza eterna, la alegría sin fin.