DESDE MI VENTANA
Más allá del campo de maíces, del que escribíamos ayer, están unos hermosos prados. Son dos los que veo desde mi ventana. Están divididos por un seto de hierba más obscura.
Los prados, al menos estos, son campos de hierba. Tienen varias funciones: o se deja pastar la hierba a los ganados o se la deja crecer para luego recogerla. Cuando se les deja pastar a los ganados, aquí lo hacen las vacas. Ahora mismo estoy viendo casi medio centenar de vacas de leche, negras y blancas, que pastan en otro prado, a la derecha de la carretera. Llevan así toda la mañana “tragando”. Cuando arrecia el calor se van en busca de sombra. Cuando se le deja crecer a la hierba, llega un momento, el preciso, cuando está ya hecha, y entonces entra una máquina segadora y la siega; unos días al sol para que se seque y finalmente entran otras máquinas que atropan la hierba, la recogen en fardos, y un tractor los apila en uno de los extremos del prado.
Toda una labor, desarrollada en distintos momentos, pero necesaria para beneficio de los dueños del lugar y de sus familias.
Pienso en la vida espiritual. Hay que cuidar el campo, protegerlo, disfrutar del él cada día, almacenar repuestos, hacer realidad el por qué de la vida.
Más allá del campo de maíces, del que escribíamos ayer, están unos hermosos prados. Son dos los que veo desde mi ventana. Están divididos por un seto de hierba más obscura.
Los prados, al menos estos, son campos de hierba. Tienen varias funciones: o se deja pastar la hierba a los ganados o se la deja crecer para luego recogerla. Cuando se les deja pastar a los ganados, aquí lo hacen las vacas. Ahora mismo estoy viendo casi medio centenar de vacas de leche, negras y blancas, que pastan en otro prado, a la derecha de la carretera. Llevan así toda la mañana “tragando”. Cuando arrecia el calor se van en busca de sombra. Cuando se le deja crecer a la hierba, llega un momento, el preciso, cuando está ya hecha, y entonces entra una máquina segadora y la siega; unos días al sol para que se seque y finalmente entran otras máquinas que atropan la hierba, la recogen en fardos, y un tractor los apila en uno de los extremos del prado.
Toda una labor, desarrollada en distintos momentos, pero necesaria para beneficio de los dueños del lugar y de sus familias.
Pienso en la vida espiritual. Hay que cuidar el campo, protegerlo, disfrutar del él cada día, almacenar repuestos, hacer realidad el por qué de la vida.