martes, 13 de enero de 2015

VIEJOS ESCRITOS

Y ME HABLÓ LA MADERA

Tras esta confesión de Santa Teresa, agobiado y preocupado, me levanté del banco. Me dirigí a la sacristía. Preparé para rezar el Rosario y celebrar la Santa Misa. 

El Rosario -lo aprendí de pequeño- es la mejor oración que podemos dirigir a María. A mí nunca me pareció aburrido. Quizás fue porque aprendí esta devoción del ejemplo de mis padres. En mi casa vi rezar el Rosario, desde pequeño, todos los días. También los días en los que llegaba mi padre y mi madre rendidos del campo.
Antes la Santa Misa. Sí, la Santa Misa es el centro y la raíz de nuestra vida interior. En la Misa adoramos a Dios, le damos gracias, le pedimos perdón y le rogamos nuevos auxilios. Son los fines de la Misa. Cuando estudié teología aprendí que estos fines son: latréutico, impetratorio, etc.
Aquel día, el rezo del Rosario y la celebración de la Santa Misa, me llenaron de paz. Casi me olvidé de lo que la Santa me había contado. Aunque a decir verdad, no lo pude olvidar del todo.

Terminada la Misa, era mi costumbre, inicié mi acción de gracias por la Comunión recibida. Para mi la acción de gracias es una necesidad. A veces cuando contemplo a la gente que finaliza la Misa se apresura a salir a la calle, me causa un temblor especial. Comprendo que pueda haber casos en los que la obligación esté por delante de la devoción, pero en los casos en que los tan raudos para salir del templo, se quedan largos ratos hablando en el pórtico o se dirigen veloces al bar, no lo entiendo. Sólo la falta de formación eucarística me mueven a disculpar estas conductas.