EL CURA, EL AMA DEL CURA,
EL GATO Y EL PERIQUITO
Tras bajar del tren en la Estación de
ferrocarril de Barruelo de Santullán, “negra y fea” como el carbón, el hombre
joven que había encontrado en el tren, me
acompañó amablemente hasta la casa del Párroco.
Vivía Don Manuel Palacios, que así se llamaba
el Párroco, en la casa parroquial. Le atendía la señora Victoria, “ama de cura”,
le decían. También eran huéspedes de la misma casa un hermoso gato, no recuerdo
su nombre, y un simpático periquito, al que llamaban Pocholo.
La casa parroquial estaba junto al
Ayuntamiento. Para acceder a ella, desde la Plaza Mayor, había que subir varias
escaleras. Hasta allí, me acompañó el
hombre joven del tren. Y como sabía dónde estaba el timbre, se adelantó y lo pulsó
con fuerza.
Nos recibió, sonriente y alegre, la señora
Victoria. –Pasen, pasen, nos dijo. El señor
Párroco está dentro. Pasen, pasen, repitió.
Entramos los dos. El Párroco, Don Manuel me saludó con una sonrisa de oreja a
oreja. Desde ese momento, me di cuenta, que Don Manuel era un hombre bonachón.
El tiempo, más tarde, me lo confirmó. No me había equivocado.
Luego saludó al hombre joven del tren. ¿Cómo
estás, “parlapuñaos”, le dijo, sonriendo. - Como una rosa, Don Manuel, le
contestó. Aquí le presentó al joven cura. Hemos coincidido en el tren y me ha
parecido oportuno acompañarle.
Nos sonreímos los tres. El periquito que
volaba sobre nuestras cabezas, intervino con un simpático gorjeo. También el
gato dio un brinco sobre la mesa de Don Manuel y siguió atento nuestra
conversación. El ama del cura se había ido a sus labores.
(Seguirá)