EL POR QUÉ, DE “PARLAPUÑAOS”
Aquella noche, después de cenar, conté a mis
padres y hermanos, todo lo que había vivido en días anteriores en mi viaje a
Barruelo. Comencé con el encuentro en el tren de mi primer feligrés. Lo útil que había sido para mi, de lo mucho
que hablaba, del apodo: “parlapuñaos”.
También les conté el encuentro con el nuevo
Párroco, les hablé del ama, del gato, del pajarillo del cura. De la primera
noche en el Hotel, de la primera Misa en las monjas, de la fiesta en el Carmen
y de otras cosas que ahora, por brevedad, omito.
Quedaron muy contentos. Mi padre me preguntó:
“Y de los mineros, ¿qué nos dices? “Pues,
muy bien, padre, respondí. Procuré poner en práctica su consejo: ver, oír y
callar y hasta la fecha me ha dado buen resultado”.
Al final de la conversación, les expliqué
porque a mi primer feligrés, al hombre joven que me encontré en el tren le
llamaban “parlapuñaos”. Esta era la explicación, se la oí contar a el mismo.
“Me llaman “parlapuñaos”, porque hablo mucho
y deprisa. Así de sencillo. Y eso que de pequeño, no hablaba nada. Tanto que mi
madre pensó que había nacido mudo. Pues, no, no había nacido mudo, la prueba es
lo mucho que hablo".
Aquella noche dormí como un lirón. Ni ruidos
de gentes, ni ruidos de grifos, ni ruidos de coches. Villasarracino era un lugar
tranquilo, sereno.