jueves, 18 de julio de 2013

SENCILLAS VIVENCIAS

EL POR QUÉ, DE “PARLAPUÑAOS”


Aquella noche, después de cenar, conté a mis padres y hermanos, todo lo que había vivido en días anteriores en mi viaje a Barruelo. Comencé con el encuentro en el tren de mi primer feligrés.  Lo útil que había sido para mi, de lo mucho que hablaba, del apodo: “parlapuñaos”.

También les conté el encuentro con el nuevo Párroco, les hablé del ama, del gato, del pajarillo del cura. De la primera noche en el Hotel, de la primera Misa en las monjas, de la fiesta en el Carmen y de otras cosas que ahora, por brevedad, omito.

Quedaron muy contentos. Mi padre me preguntó: “Y de los mineros, ¿qué nos dices?  “Pues, muy bien, padre, respondí. Procuré poner en práctica su consejo: ver, oír y callar y hasta la fecha me ha dado buen resultado”.

Al final de la conversación, les expliqué porque a mi primer feligrés, al hombre joven que me encontré en el tren le llamaban “parlapuñaos”. Esta era la explicación, se la oí contar a el mismo.

“Me llaman “parlapuñaos”, porque hablo mucho y deprisa. Así de sencillo. Y eso que de pequeño, no hablaba nada. Tanto que mi madre pensó que había nacido mudo.  Pues, no, no había nacido mudo, la prueba es lo mucho que hablo".

Aquella noche dormí como un lirón. Ni ruidos de gentes, ni ruidos de grifos, ni ruidos de coches. Villasarracino era un lugar tranquilo, sereno.