miércoles, 30 de junio de 2010

DÉCIMA TERCERA SEMANA DEL T. O.

JUEVES
SAN MATEO 9, 1-8

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.infinitomasuno.org/
Subió a una barca, cruzó de nuevo el mar y vino a su ciudad. Entonces, le presentaron a un paralítico tendido en una camilla. Al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico:
—Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados.
Entonces algunos escribas dijeron en sus adentros: «Éste blasfema». Conociendo Jesús sus pensamientos, dijo:
—¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? Qué es más fácil, decir: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate, y anda? Pues pa-ra que sepáis que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar los pecados —se dirigió entonces al paralítico— levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.
Él se levantó y se fue a su casa. Al ver esto, la gente se atemorizó y glorificó a Dios por haber dado tal potestad a los hombres.

No sé de quién era la barca, Señor, pero parece que estaba a tu servicio. Con naturalidad te subiste a ella y en ella pasaste a esta orilla. En esta orilla estaba tu ciudad y a tu ciudad venías. Ya en casa, entre “los tuyos”, adoctrinabas a los que te seguían. Ellos te escuchaban y algunos te suplicaban actuases en su favor.

Te trajeron un paralítico. Y Tú, Señor, que veías el interior de las personas, que conocías la fe de aquel hombre enfermo, le dijiste: “Tus pecados te son perdonados”. ¡Qué alegría debió sentir aquel paralítico! Pide la curación del cuerpo y le curas el alma; pide la salud material y le concedes la alegría interna.

Pero ciertos escribas, en su interior, te tildaron de blasfemo. Y Tú, con paz y serenidad, les preguntaste: ¿el que puede hacer lo fácil (curar el cuerpo), no pude hacer lo difícil (dar salud al alma)? Pues, para que veáis que tengo poder para regalar gracia y salud, dijiste al enfermo: “levántate, toma tu camilla y echa a correr a tu casa”.

Y aquel paralítico, que tenía fe, que era humilde, que era pobre y obediente, “se levantó” y corrió con rapidez a su casa. Y hasta llevó a cuestas la camilla, como Tú lo habías mandado.

Y la gente, la buena gente, llena de emoción, comenzó a glorificar a Dios y a darte a Ti las gracias. ¡No salían de su asombro! ¡No se explicaban que Dios te hubiera dado tanto poder! Aún no sabían que, aunque eras hombre, también eras Dios.