domingo, 10 de julio de 2011

DESDE MI VENTANA

Hay hechos que no se olvidan. Por su importancia, por su proyección posterior, por su sigularidad. Es una ley universal.


DÍA 10 DE JULIO DE 2011

Efectivamente, cenamos juntos: el director de la empresa, el párroco, el médico, el practicante y yo. También estuvo en esta cena otro coadjutor de Barruelo, Moisés. Fue aquella cena, una experiencia única para mi. Nunca había tenido la ocasión, hasta entonces, de compartir mesa y mantel con un grupo de personas tan cualificadas. En aquellos tiempos, sobre todo los que descendíamos de familias humildes, no era costumbre de reunirse a cenar cualquier día. Los años del Seminario habían transcurrido en estas mismas condiciones. En resumen, tener una cena de estas características no era nada corriente en el ambiente que yo me movía. Trans la presentación que hizo Don Manuel de sus dos coadjutores, la cena discurrió con exquisita normalidad. Se habló de todo: de la situación laboral del pueblo, de los problemas de los mineros, de los colegios y escuelas públicos, de los Maristas, de todo un poco. La voz cantante la llevaba Don Manuel. Le seguían en orden de intervenciones, el practicante y el médico. El Director de la mina hablaba menos. Pasados los postres, entramos en copas. Era la primera vez que probaba whisky. Lo hice, eso sí, con moderación, como con moderación lo hiceron los demás comensales. Jugamos a las cartas y charlamos y charlamos. Tanto que se nos hicieron las dos de la mañana. Total, cuando nos retiramos a dormir eran casi las tres de la madrugada. Yo tenía que levantarme a las seis treinta para ir a decir Misa a las Monjas. Poco tiempo me quedaba para reponer fuerzas. Preocupado por la hora de levantarme, casi no pegué ojo aquella corta noche. Al fin, me dormí. En lo mejor del sueño, sonó el despertador. Arriba y enseguida a las Monjas. Así fueron transcuriendo los primeros días de mi saecerdocio. Conocí el Barrio de las Casas Baratas, donde había una pequeña capilla para celebrar. Conocí Porquera de Santullán y Revilla de Porquera, visité el Santuario del Carmen, y el pueblo de Vallejo de Orbó, y el Calero y Brañosera, y otras cosas más. Pasados quince días, volví al pueblo, a Villasarracino, donde me esperaban mis padres y hermanos. Me vieron llegar contento. Les puse al corriente de lo que había visto y oído y, sobre todo, lo que había experimentado. Mi padre y mi madre se quedaron contentos y tranquilos cuando me escucharon decir que los mineros eran buena gente, Que no se metían con los curas. Es más, que cuando terminaba la Misa de los domingos, los que habían acudido a ella, invitaban siempre al sacerdote a tomar el blanco. Lo del blanco, fue una experiencia curiosa que algún día podré contar más despacio. Entonces lo urgente era preparar los cuatro muebles que tenía, cargar la vajilla necesaria y volver a Barruelo. A principios de agosto debería estar de nuevo en la Parroquia. Y aquí termina el relato de mi primer viaje a mi primera parroquia de mis primeros días de sacerdocio. Gracias.

Pica aquí

http://www.opusdei.es/art.php?p=44478