lunes, 31 de enero de 2011

CUARTA SEMANA DEL T. O.

MARTES
SAN MARCOS 5, 21-43

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=XsdVO9iL5m4


Y tras cruzar de nuevo Jesús en la barca hasta la orilla opuesta, se congregó una gran muchedumbre a su alrededor mientras él estaba junto al mar. Viene uno de los jefes de la Sinagoga, que se llamaba Jairo. Al verlo, se postra a sus pies, y le suplica con insistencia diciendo:
—Mi hija está en las últimas. Ven, pon tus manos sobre ella para que se salve y viva.
Se fue con él, y le seguía la muchedumbre, que le apretujaba.
Y una mujer que tenía flujo de sangre desde hacía doce años, y que había sufrido mucho a manos de muchos médicos y se había gastado todos sus bienes sin aprovecharle de nada, sino que iba de mal en peor, cuando oyó hablar de Jesús, vino por detrás entre la muchedumbre y le tocó el manto;-porque decía: “Con que toque su ropa, me curaré” Y de repente se secó la fuente de su sangre y sintió en su cuerpo que estaba curada de la enfermedad. Y al momento Jesús conoció en sí mismo la fuerza salida de él y, vuelto hacia la muchedumbre, decía:
—¿Quién me ha tocado la ropa?
Y le decían sus discípulos:
—Ves que la muchedumbre te apretuja y dices ¿Quién me ha tocado?
Y miraba a su alrededor para ver a la que había hecho esto. La mujer, asustada y temblorosa, sabiendo lo que le había ocurrido, se acercó, se postró ante él y le dijo toda la verdad. Él entonces le dijo:
—Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu dolencia.
Todavía estaba él hablando, cuando llegan desde la casa del jefe de la Sinagoga, diciendo:
—Tu hija ha muerto; ¿para qué molestas ya al Maestro?
Jesús, al oír lo que hablaban, dice al jefe de la Sinagoga:
—No temas, tan sólo ten fe. Y no permitió que nadie le siguiera, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegan a la casa del jefe de la Sinagoga, y ve el alboroto, y a los que lloraban y a las plañideras. Y al entrar, les dice:
—¿Por qué alborotáis y estáis llorando? La niña no ha muerto, sino que duerme.
Y se burlaban de él. Pero él, haciendo salir a todos, toma consigo al padre y a la madre de la niña y a los que le acompañaban, y entra donde estaba la niña. Y tomando la mano de la niña, le dice:
—Talitha qumi, que significa: “Niña, a ti te digo, levántate”
Y en seguida la niña se levantó y se puso a andar, pues tenía doce años. Y quedaron llenos de asombro. Les insistió mucho en que nadie lo supiera, y dijo que le dieran a ella de comer.


Las aguas del mar de Tiberíades estaban casi siempre en calma. A Ti, Señor, te gustaba ir de una orilla a la otra. Para ello utilizabas una pequeña barca. Te acompañaban tus discípulos. Muchos de ellos eran conocedores del mar y de sus aguas. Sabían manejar los remos y conocían cuándo el viento era favorable. Les gustaba la barca.

Llegaste a la otra orilla. Y allí descansabas junto al mar. Poco después una gran muchedumbre se congregó a tu alrededor. Te seguían porque te tenían aprecio; te seguían entusiasmados porque esperaban recibir gracias de Ti. ¡Aprendían tantas cosas a tu lado!

En esto, haciéndose hueco entre la gente, llegó hasta Ti un jefe de la Sinagoga, se llamaba Jairo. Se postró ante Ti y te suplicó con insistencia: Ven a mi casa, te necesito.

Tú, Señor, fuiste con él. Y la gente que te seguía, te apretujaba, casi no te dejaban andar. En este momento, una mujer enferma “vino por detrás” y “te tocó el manto”. Y “de repente se sintió curada”. Tú, Señor, lo notaste. Te volviste hacia la muchedumbre y preguntaste: ¿Quién me ha tocado la ropa? La mujer se asustó y confesó todo: yo he sido, Señor.

Entonces Tú dijiste a la mujer “Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu dolencia”. La mujer se fue contenta. Quiero pensar que aquella mujer fue ya para siempre una persona feliz.

En esto, llegaron noticias de la muerte de la hija de Jairo. Alguien le dijo, Jairo “no molestes ya al Maestro”. Pero Tú, Señor, dirigiéndote a él, dijiste: “No temas, Jairo, tan sólo ten fe”.

Y tomando consigo a Pedro, Santiago y Juan fuiste con él a su casa. De lejos se oían los llantos. Al entrar en la casa pediste calma y sosiego. Con tus tres discípulos y los padres entrasteis “donde estaba la niña”. Y dijiste a la niña: “Niña, a ti te digo, levántate”. Y se levantó. Y comenzó a andar. Era muy joven, apenas doce años.

La alegría fue enorme. Aunque Tú, Señor, insististe en que no se supiera. Sólo pediste que le dieran de comer a la niña.

¡Las aguas del lago seguían mansas y en aquella casa floreció la fe!

QUE DETALLE, SEÑOR, HAS TENIDO CONMIGO
http://www.youtube.com/watch?v=htSssuE0_b4