Y ME HABLÓ LA MADERA
PARA ESCUCHAR
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Al
llegar aquí hice una pausa para coger aire. Descanso que aprovechó la Santa
para decirme: “Ya conozco al nuevo
párroco. Va siempre muy ligero. Canta bien. Le veo rezar y muchas horas en el
Confesionario. Pero algunas de las cosas que me has contado no las sabía. Ya
tendremos ocasión de hablar del nuevo párroco y algo también de ti, que te veo
mucho más tiempo por el templo. Pero ahora, permíteme que siga con lo que te
estaba contando. Tu, más adelante, ya me contarás más cosas”.
Yo, como
siempre, obedecí. Y siguió la Santa:
“Otro día llegaron hasta el lugar donde yo
descansaba dos jóvenes. Montaban sendos caballos. Uno era de color rojo con
crines grises. El otro era negro con crines blancas. Como los hombres que me
habían visitado días atrás, estos traían en un serón grande una sierra y dos
hachas. La sierra parecía nueva y las hachas recién afiladas. Bajaron de sus
cabalgaduras con enorme agilidad y con rapidez comenzaron sus trabajos.
Lo primero que hicieron fue cortar con las
hachas nuevas, todas y cada una de las ramas que tiempo atrás habían brotado de
mi tronco. No tardaron en dejarme pelada. Después recogieron las ramas cortadas
y con ellas hicieron un gran montón no muy lejos de allí.
Durante la corta de mis extremidades y la
recogida de lo cortado, no dejaron de hablar. Al principio no entendía nada de
lo que conversaban aquellos jóvenes. Al final, algo advertí. Hablaban de un
proyecto que tenían conmigo. Que si me iban a llevar de allí, que si iban a venderme
a un artesano, que si de mi rudo tronco informe y basto podía salir una imagen
hermosa y bella de algún santo. ¿Qué significaba todo aquello?”
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