sábado, 17 de abril de 2010

III DOMINGO DE PASCUA
Evangelio: San Juan 21, 1-19   

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En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice:
—«Me voy a pescar.»
Ellos contestan:
—«Vamos también nosotros contigo.»
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice:
—«Muchachos, ¿tenéis pescado?»
Ellos contestaron:
—«No.»
Él les dice:
—«Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.»
La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro:
—«Es el Señor.»
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces.
Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice:
—«Traed de los peces que acabáis de coger.»
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice:
—«Vamos, almorzad.»
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.
Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado.
Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro:
— «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?»
Él le contestó:
— «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
Jesús le dice:
— «Apacienta mis corderos.»
Por segunda vez le pregunta:
— «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?»
Él le contesta:
— «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.»
Él le dice:
— «Pastorea mis ovejas.»
Por tercera vez le pregunta:
— «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?»
Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó:
— «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.»
- Jesús le dice:
— «Apacienta mis ovejas.

Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.»
Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió:
— «Sígueme.»


El domingo pasado la Palabra de Dios nos hablaba de que la fe es un misterio que nunca comprenderemos del todo, y veíamos que esa fe en Jesucristo tiene dos consecuencias inmediatas: la eclesialidad y su carácter misionero.

Hoy la Palabra de Dios insiste en ello. La Iglesia es el pueblo de Dios que peregrina hacia el Reino de los Cielos, y está llamada a dar testimonio de Jesucristo resucitado en medio del mundo. La respuesta a la palabra y el testimonio de los Apóstoles es la persecución, pero hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.

Pero la Iglesia no camina sola, sino que Jesús le ha puesto unos guías con la misión de enseñar, santificar y gobernar la Iglesia. Esos guías son los Apóstoles presididos por Pedro que es la cabeza del colegio apostólico.

Los sucesores de los Apóstoles son los Obispos presididos por el sucesor de Pedro: el Papa. Ellos son los que tienen en la Iglesia el mandato dado por Jesucristo de enseñar, santificar y gobernar.

Por ello, es importante superar el individualismo y el subjetivismo y que vivas tu fe unido a la Iglesia, en comunión con ella, escuchando con atención sus enseñanzas, porque el oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios, ha sido encomendado sólo al Magisterio de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de Jesucristo (cf. Dei Verbum 10), es decir, a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el Papa (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 85).

Desde esta perspectiva, se comprende que el Resucitado les confiera —con la efusión del Espíritu— el poder de perdonar los pecados (cf. Jn 20, 23). Los doce Apóstoles son así el signo más evidente de la voluntad de Jesús respecto a la existencia y la misión de su Iglesia, la garantía de que entre Cristo y la Iglesia no existe ninguna contraposición: son inseparables, a pesar de los pecados de los hombres que componen la Iglesia. Por tanto, es del todo incompatible con la intención de Cristo un eslogan que estuvo de moda hace algunos años: "Jesús sí, Iglesia no". Este Jesús individualista elegido es un Jesús de fantasía. No podemos tener a Jesús prescindiendo de la realidad que él ha creado y en la cual se comunica.

Entre el Hijo de Dios encarnado y su Iglesia existe una profunda, inseparable y misteriosa continuidad, en virtud de la cual Cristo está presente hoy en su pueblo. Es siempre contemporáneo nuestro, es siempre contemporáneo en la Iglesia construida sobre el fundamento de los Apóstoles, está vivo en la sucesión de los Apóstoles. Y esta presencia suya en la comunidad, en la que él mismo se da siempre a nosotros, es motivo de nuestra alegría. Sí, Cristo está con nosotros, el Reino de Dios viene (Benedicto XVI, Catequesis 15-3-2006).

Por ello, es fundamental que aceptes a los Obispos y al Papa como los pastores puestos por Jesús para guiar a la Iglesia, que les ames como guías que necesitamos para nuestra orientación y que escuches con atención su voz, tratando de vivir conforme a sus enseñanzas.

Que no te dejes deslumbrar por las críticas de aquellos no quieren ni a Cristo ni a la Iglesia -no te engañes-, y que trates de hacer, con el ejemplo de una vida santa y entregada con generosidad, una Iglesia cada vez más santa y más fiel a Jesucristo.

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