martes, 2 de agosto de 2011

DÍA 2 DE AGOSTO DE 2011


LA PAZ DE LOS PUEBLOS

Los pueblos de mi tierra chica, Palencia, como otos muchos pueblos de España, a lo largo de la segunda mitad del siglo XX y la década del siglo XXI que llevamos a cuestas, han disminuido de manera llamativa en número de vecinos. Sirva como ejemplo mi pueblo natal, Villasarracino: hace sesenta años tenía una población que rondaba los mil habitantes. Hoy, a 2 de agosto de 2011, no pasarán mucho de doscientos.

Esta notable disminución, la comprobé de forma evidente y clara el viernes pasado, cuando llegaba con mis hermanas al pueblo que me vio nacer, procedente de la ciudad de Pamplona, a pasar unos días de, es mi parecer, merecido descanso.

Entramos en el casco urbano, esta vez, por el acceso abierto recientemente de la carretera que viene de Villaherreros. Me encontré con las calles completamente vacías de gentes, ni una persona por señal, ni siquiera un perro corretón o un gato distraído.

Una casa sí y otra también, sin vida. Lo pregonaban las ventanas y las puertas cerradas a cal y canto. Y, sobre todo, lo anunciaba el silencio que era cada vez más elocuente. Sólo algún coche aparcado y un avión que cruzaba por el cielo dejando una estela de humo, anunciaban existencia.

Todo era paz, tranquilidad, silencio. Características estas presentes en los desiertos y en los cementerios. Entre tanta soledad, descubrí una nota positiva: los edificios me parecían más esbeltos y las calles mejor que nunca.

Nos recibieron nuestros familiares. Y el Turco, perrito de más de catorce años, movió su cola en señal de saludo y aprecio. Almuerzo, tertulia. Pasó la tarde del viernes y la jornada del sábado. Todo igual siguió igual. Soledad, tranquilidad, paz.


Y llegó el domingo, y las cosas cambiaron. Se notó de par de mañana un movimiento nuevo. Era un hecho que acababan de comenzar las vacaciones de Agosto. Y las gentes, que se fueron del pueblo, habían vuelto, para más o menos días, a pasar unos días de descanso.

Y se multiplicaron los coches en las calles, y en la Misa de una se triplicaron los feligreses en la Iglesia, y el bar hirvió con más fuerza, y el vendedor ambulante, comenzaba a hacer el agosto, y a las cinco de la tarde, se oyó, por primera vez este verano, el toque del campanillo de la ermita. Era una llamada a la oración.

En efecto, poco después, comenzaron a subir en hilera, hombres y mujeres a la ermita a rezar a la Virgen de la Piedad, hilera que duraría hasta el anochecer. Es una antigua costumbre, que con el tiempo ha ido recobrando fuerza y autenticidad.

La tarde de este domingo fue calurosa. Salí a dar un paseo con mi hermana, por la carretera de Castrillo de Villavega. Gentes en las bodegas del norte y más abajo, fincas sembradas de girasoles. Bastante tráfico por la carretera y pequeños saltamontes brincando a nuestro lado.

Un poco más allá del tercer puente, nos volvimos. Seguía haciendo calor. Cerca de la ermita, el paseo estaba lleno de gentes: Primos y parientes, vecinos del pueblo, también desconocidos. Parecía que el pueblo había retrocedido cincuenta años atrás. Avanzamos hasta la ermita: más personas, más primos y más parientes.

Una Salve a Nuestra Señora de la Piedad en el interior del templo, y, al salir, nuevos saludos. Era ya la hora de cenar. Mientras preparaban la mesa, tracé esta breve reseña. Unas gotas de nostalgia se me escaparon de los ojos, las recogí en el pañuelo de este blog. Te ruego me escribas y llores conmigo.


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