martes, 18 de mayo de 2010

SÉPTIMA SEMANA DE PASCUA

MIÉRCOLES
SAN JUAN 17, 11B-19

CON UN SOLO CLIC:  http://www.facebook.com/donpaolopadrini

Padre Santo guarda en tu nombre a aquellos que me has dado, para que sean uno como nosotros. Cuando estaba con ellos yo los guardaba en tu nombre. He guardado a los que me diste y ninguno de ellos se ha perdido, excepto el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy a Ti y digo estas cosas en el mundo, para que tengan mi alegría completa en sí mismos. »Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, lo mismo que yo no soy del mundo. No pido que los saques del mundo, sino que los guardes del Maligno. No son del mundo lo mismo que yo no soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu palabra es la verdad. Lo mismo que Tú me enviaste al mundo, así los he enviado yo al mundo. Por ellos yo me santifico, para que también ellos sean santificados en la verdad.

Señor, Tú también orabas. Esta vez, levantando los ojos al cielo, dijiste: “guarda en tu nombre a los que me has dado, que sean uno como nosotros”. Esta era la ambición de tus discípulos, saberse junto a Ti y estar unidos entre sí. Y, a buen seguro, que Tú, Cristo mío, les hablaste de estos dos temas varias veces: “os protegeré”; “permaneced en la unidad”. Y San Juan en este hermoso capítulo lo elabora.

Era como un recuerdo: cuando Tú estabas con ellos, los guardabas, los custodiabas, los protegías. Y ninguno se perdió, solamente el hijo de la perdición, para que se cumpliera la Escritura.

Sabías que ibas al Padre, y querías dejar a “los tuyos” las cosas claras; deseabas que estuvieran alegres y felices. San Juan insiste una y otra vez en que Tú estabas empeñado en cumplir la voluntad del Padre y que les amabas con locura. Lo necesitaban tus discípulos y también nosotros.

Hablaste del mundo, y que ellos no eran del mundo, y que Tú tampoco lo eras; pediste a tu Padre que no los retirara del mundo, sino que los guardases del mal; y otra vez: que no eran del mundo, y que tú tampoco lo eras. Y rogaste para que tu Padre los santificara en la verdad, en tu palabra.

El Padre te envió al mundo —a la tierra—, y Tú los enviaste a la tierra —al mundo—. Y otra vez les dijiste: por ellos me entrego, por ellos doy la vida. Para que ellos también se entreguen y den la vida.