jueves, 10 de junio de 2010

DÉCIMA SEMANA DEL T. O.

VIERNES
SAN MATEO 5, 27-32

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»Habéis oído que se dijo: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio en su corazón. Si tu ojo derecho te escandaliza, arráncatelo y tíralo; porque más te vale que se pierda uno de tus miembros que no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno. Y si tu mano derecha te escandaliza, córtala y arrójala de ti; porque más te vale que se pierda uno de tus miem-bros que no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno.
»Se dijo también: Cualquiera que repudie a su mujer, dele libelo de repudio. Pero yo os digo que todo el que repudie a su mujer —excepto en el caso de fornicación— la expone a cometer adulterio, y el que se casa con la repudiada comete adulterio.

Tú, Señor, conocías bien a los que habían llegado de distintos lugares a escucharte. Sabías datos de su nacimiento y de su formación religiosa, de sus costumbres y de sus comportamientos habituales. Sabías la influencia que tenía para ellos la fuerza de la Ley de Moisés, que desde pequeños habían aprendido y habían tratado de vivirla.

Tú mismo, Señor, cuando querías enseñar una cosa apelabas a la Ley. “Habéis oído que se dijo”: “pero yo os digo”. Y a continuación, proponías tu doctrina con plenitud. No habías venido “a abolir la Ley o los Profetas”, sino a darles plenitud.

En este caso les recordaste un mandato del Decálogo: “No cometerás adulterio”. Mandamiento que seguía en vigor y que Tú, Señor, en otras ocasiones habías comentado y aclarado a los que, para tentarte, te habían tendido una trampa con aquella pregunta: “¿le es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier cosa?”.

Ahora, proponías más. Te fijabas en el hecho y en el deseo. No bastaba con parecer que se cumplía la Ley, sino que había que cumplirla en su integridad. Por eso aclaraste hasta dónde pedías se cumpliese la Ley que proponías.

Y hablaste del ojo derecho y de la mano derecha como valores secundarios ante el cumplimiento de la Ley. Y hablaste de sacrificio, de entrega, de amor. En alguna ocasión dirías que había que dar hasta la vida por ser fieles.

Y recordando la antigua ley: “cualquiera que repudie a su mujer, que le dé libelo de repudio”, Tú exigías más, exigías cumplir la Ley Nueva que tú proponías: la Ley que ayuda a llegar a la perfección y a la santidad de Dios.