lunes, 11 de octubre de 2010

VIGÉSIMA OCTAVA SEMANA DEL T. O.
MARTES
SAN LUCAS 11, 37-41

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK
http://www.youtube.com/watch?v=49YMDD8tXfU&feature=related

Cuando terminó de hablar, cierto fariseo le rogó que comiera en su casa. Entró y se puso a la mesa. El fariseo se quedó extrañado al ver que Jesús no se había lavado antes de la comida. Pero el Señor le dijo:
—Así que vosotros, los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, pero vuestro interior está lleno de carroña y maldad. ¡Insensatos!, ¿Acaso quien hizo lo de fuera no ha hecho también lo de dentro? Dad, más bien, limosna de lo que guardáis dentro y así todo quedará purificado para vosotros.

Cada vez eran más los que te seguían. Acudían a escucharte gentes de todas las clases y condiciones. Además de las gentes sencillas, llegaban a oírte escribas y fariseos. Allí, a tu alrededor, se colocaban unos y otros y Tú enseñabas la Buena Nueva. Esta vez, cuando terminaste de hablar, “cierto fariseo te rogó que comieras en su casa”. ¿Era una manera de agradecer tus palabras o un modo de cogerte en alguna contradicción? No lo sabemos.

Tú, Señor, aceptaste la invitación. Poco después, llegaste a la vivienda de aquel fariseo, entraste en su interior y te pusiste a la mesa. Parece que otros convidados habían llegado antes y, como era costumbre, se habían lavado las manos antes de sentarse a comer. Tú, Señor, en cambio no te lavaste. Y aquel fariseo “se quedó extrañado”, pero no te dijo nada.

Tú, Señor, sí hablaste. Y hablaste con severidad. Algunos dicen que este pasaje es “uno de los más severos del Evangelio”. En efecto, en él “desenmascaraste de modo vehemente el vicio por el que el judaísmo oficial se opuso con más fuerza a la aceptación de tu doctrina: la hipocresía revestida de legalismo.

Hay gentes que, so capa de bien, cumpliendo la mera letra de los preceptos, no cumplen su espíritu; no se abren al amor de Dios y del prójimo, y, bajo la apariencia de honorabilidad, apartan a los hombres del verdadero fervor, haciendo intolerable la virtud” .

Y hablaste claro. Hablaste de la limpieza exterior y de la limpieza interior; del origen de ambas realidades que no es otro que el amor creador de Dios; de la necesidad de ser generosos; de vivir la coherencia, de seguir la ley de Dios en su unidad.

Hazme, Señor, buen escuchador de tu Palabra, y, sobre todo, fiel cumplidor de ella. Que no me limite a escuchar tu mensaje sino que trate de vivirlo. Que cuide de la limpieza exterior pero que esa limpieza esté fundamentada en la limpieza interna. Que lave mis manos y que lave mi alma.