miércoles, 19 de enero de 2011

SEGUNDA SEMANA DEL T. O.

JUEVES
SAN MARCOS 3, 7-12

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.vatican.va/

Jesús se alejó con sus discípulos hacia el mar. Y le siguió una gran muchedumbre de Galilea y de Judea. También de Jerusalén, de Idumea, de más allá del Jordán, y de los alrededores de Tiro y de Sidón, vino hacia él una gran multitud al oír las cosas que hacía. Y les dijo a sus discípulos que le tuviesen dispuesta una pequeña barca, por causa de la muchedumbre, para que no le aplastasen; porque sanaba a tantos, que todos los que tenían enfermedades se le echaban encima para tocarle. Y los espíritus impuros, cuando lo veían, se arrojaban a sus pies y gritaban diciendo:
—Tú eres el Hijo de Dios.
Y les ordenaba con mucha fuerza que no le descubriesen.

Señor, una vez más, te dirigiste con tus discípulos hacia el mar. Detrás te seguía mucha gente de Galilea, de Judea, de Jerusalén, de Idumea, de Tiro y de Sidón. Todos estaban deseosos de escucharte y de ver las acciones grandiosas que realizabas.

Ante tal gentío, tomaste algunas precauciones: mandaste preparar una pequeña barca; recordaste a “los tuyos” que estuvieran preparados para remar cuando hiciera falta. Tú por tu parte, te cuidaste de no ser estrujado por la multitud.

¡Habías curado a tantos, habías atendido a tantos, escuchado a tantos, amado a tantos, que todos querían llegar hasta Ti y recibir algún beneficio. O, al menos, tocar la orla de tu manto! Hasta los espíritus impuros se arrojaban a tus pies, mientras gritaban: Tu eres el Hijo de Dios.

“Estas gentes agolpadas ante Ti, Señor, no son otra cosa que una imagen de lo que se repite en todos los cristianos de todas las épocas; porque tu Humanidad Santísima es el único camino para nuestra salvación y el medio insustituible para unirnos con Dios” .

Y, sin embargo, Tú, Señor, en aquella ocasión prohibiste severamente a aquellos espíritus que Te diesen a conocer. Quizás Tú querías que te conociésemos más por las voces de tus obras que por los gritos de aquellos espíritus, más por el clamor de tu doctrina que el griterío mundano; más por la voz de las cosas ordinarias que por el espectáculo llamativo.