miércoles, 2 de junio de 2010

NOVENA SEMANA DEL T. O.

JUEVES
SAN MARCOS 12, 28B-34

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK: http://www.santuariosanantonio.com/

Se acercó uno de los escribas, que había oído la discusión y, al ver lo bien que les había respondido, le preguntó:
—¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?
Jesús respondió:
—El primero es: Escucha, Israel, el Señor Dios nuestro es el único Señor; y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos.
Y le dijo el escriba:
—¡Bien Maestro!, con verdad has dicho que Dios es uno solo y no hay otro fuera de Él; y amarle con todo el corazón y con toda la inteligencia y con toda la fuerza, y amar al prójimo a como a sí mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios.
Viendo Jesús que le había respondido con sensatez, le dijo:
—No estás lejos del Reino de Dios.
Y ninguno se atrevía ya a hacerle preguntas.

El interlocutor en esta ocasión, Señor, fue un escriba. Había oído la discusión anterior, había comprobado que habías respondido bien y se acercó para preguntarte. Se ve que lo había meditado despacio y seriamente, porque la pregunta que te hizo, fue muy oportuna. Te preguntó: ¿cuál es el primero de todos los mandamientos?, es decir, ¿cuál es lo esencial para el hombre?

Tal vez, Señor, el escriba aquel era un buen cumplidor de la Ley; acaso hasta la enseñaba a cumplir a otros minuciosamente, y es posible que estuviera por encima de tantos preceptos, de tantas derivaciones, de tanta norma secundaria, con peligro de olvidar o minusvalorar lo principal. Quizás por eso, te preguntó: ¿cuál es el primero, o sea, lo que realmente merece la pena tener en cuenta?

Y Tú, Señor, le respondiste: El primero es: escucha Israel, el Señor Dios nuestro es el único Señor; y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Un único Dios y un amor total a este Dios. Y el segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, es decir, Dios único Dios y los demás imagen de Dios.

El escriba quedó satisfecho. Estaba de acuerdo. Aquello era lo que había aprendido de la Ley de Moisés, de sus mayores. Ahí estaba encerrado el decálogo entero. El escriba estaba contento.

Y Tú, Señor, le dijiste una cosa muy bonita: no estás lejos del Reino de Dios, es decir, estás cerca, acaso muy cerca, y quizás pronto llegaría a poseerlo para toda la eternidad. Y ya nadie se atrevió a preguntarte más cosas. La lección de hoy había sido entendida y acogida.