domingo, 11 de julio de 2010

DÉCIMA QUINTA SEMANA DEL T. O.

LUNES
SAN MATEO 10, 34 - 11,1

CON UNSOLO GOLPE DE CLIK http://www.torreciudad.org/

»No penséis que he venido a traer la paz a la tierra. No he venido a traer la paz sino la espada. Porque he venido a enfrentar al hombre contra su padre, a la hija contra su madre y a la nuera contra su suegra. los enemigos del hombre serán los de su misma casa. »Quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y quien ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. Quien no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí. Quien encuentre su vida, la perderá; pero quien pierda por mí su vida, la encontrará. »Quien a vosotros recibe, a mí me recibe, y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado. Quien recibe a un profeta por ser profeta obtendrá recompensa de profeta, y quien recibe a un justo por ser justo obtendrá recompensa de justo. Y cualquiera que dé de beber tan sólo un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños por el hecho de ser discípulo, en verdad os digo que no quedará sin recompensa. Cuando terminó Jesús de dar instrucciones a sus doce discípulos, se fue de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.

Tú, Señor, siempre amaste la paz. Te llamaron Príncipe de la paz. Cuando naciste, los ángeles cantaron: gloria a Dios en el cielo y en la tierra al hombre paz. Y, ahora, dices que no has venido a traer paz a la tierra, sino espada. Más aún, dices que has venido a enfrentar a los componentes de la misma familia; que nuestros enemigos serán los que viven en nuestra propia casa; que el hijo estará contra su padre, la hija contra su madre, la nuera contra su suegra, en fin que habrá pelea, guerra, discordia.

Y señalaste, además, que quien ama a su padre o a su madre más que a Ti no es digno de Ti, y el que ama a su hijo o hija, más que a Ti, tampoco; y que si no tomamos tu cruz y te seguimos no somos dignos de Ti; que si no nos empeñamos en encontrar la vida la perderemos; pero que si la perdemos la encontraremos.

Dijiste más: recibir a tus enviados, es recibirte a Ti, y recibirte a Ti es recibir al que te ha enviado. Luego, hablaste de la recompensa del profeta, de la recompensa del justo; de la recompensa de un vaso de agua fresca, de la felicidad.

Cuando terminaste de ofrecer estas enseñanzas, te fuiste de allí. Tenías que enseñar y predicar en otras ciudades. Y llegaste hasta la ciudad de mi alma. Quédate un rato —mejor, siempre— en mi ciudad y explícame estas instrucciones: lo de la paz, lo del enfrentamiento familiar, lo de amar más o menos; lo de la recompensa, lo de recibir a tus enviados..., explícame una y otra vez esto. Explícame todo, Señor. Tú tienes palabras de vida eterna.