lunes, 1 de marzo de 2010


Segunda Semana de Cuaresma
MARTES
San Mateo 23, 1-12

Entonces Jesús habló a las multitudes y a sus discípulos diciendo:
—En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos. Haced y cumplid todo cuanto os digan; pero no obréis como ellos, pues dicen pero no hacen. Atan cargas pesadas e insoportables y las echan sobre los hombros de los demás, pero ellos ni con uno de sus dedos quieren moverlas. Hacen todas sus obras para que les vean los hombres. Ensanchan sus filacterias y alargan sus franjas. Anhelan los primeros puestos en los banquetes, los primeros asientos en las Sinagogas y que les saluden en las plazas, y que la gente les llame rabbí. Vosotros, al contrario, no os hagáis llamar rabbí, porque sólo uno es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos. No llaméis padre vuestro a nadie sobre la tierra, porque sólo uno es vuestro Padre, el celestial. Tampoco os dejéis llamar doctores, porque vuestro doctor es uno sólo: Cristo. Que el mayor entre vosotros sea vuestro servidor. El que se ensalce será humillado, y el que se humille será ensalzado.

Señor, siempre te hallabas rodeado de gentes: de discípulos, de seguidores. A todos enseñabas el camino del Reino, deshacías engaños y abrías nuevas rutas. A lo largo de las páginas evangélicas se perciben, se descubren mil detalles que vistos en conjunto forman un armazón armónico.

Hoy, Señor, nos descubres dos importantes cartas: el decir y el hacer, el predicar y el practicar. Haced lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen. Te referías a los letrados y a los fariseos.
Tú sí hacías lo que enseñabas y enseñabas lo que hacías. Fue siempre tu enseñanza un espléndido resumen de tu vida. Y tu vida un fiel espejo de tu enseñanza. En una palabra: Unidad de vida: coherencia, verdad.

Nos ofreciste otras dos contracartas: cargar sobre otros responsabilidades y no mover un dedo para ayudar a cumplirlas. ¡Qué fácil cargar obligaciones, leyes, mandamientos sobre los demás, pero cuánto cuesta ayudar a llevarlas y, sobre todo, cargarlas sobre uno mismo!

Tú sí cargaste con nuestros pecados, con nuestras cruces, con nuestras miserias; y, después, nos dijiste que, si queríamos ser tus discípulos, deberíamos también cargar con nuestra cruz y seguirte. Tú, Señor, siempre caminaste por delante.

Dos más: el aplauso de la gente y el premio de Dios. Nos advertiste que algunos buscan la gloria humana y no les importa la gloria de Dios. Tú, Señor, actuabas al revés; buscabas cumplir la voluntad del Padre, sabías y así nos lo enseñaste que lo demás se dará por añadidura.

Otras dos cartas: padre y maestro. Sólo Dios es Padre y Maestro. No debemos usurpar este nombre. Si lo usamos es por referencia al Padre Dios y al Maestro que eres Tú.

Y para terminar, dos más: la humildad y la autosuficiencia. Quien se humilla será enaltecido; quien se enaltece será humillado. Los hombres no somos, por naturaleza, ejemplo de humildad. Tú sí, Señor. Tú te hiciste obediente y humilde, hasta hacerte esclavo por nosotros. Por eso, Dios, tu Padre, te ensalzó sobre todos por nosotros, y todos te adoran y doblan la rodilla en los cielos y en la tierra y en los abismos.

Gracias, Señor, por las cartas que hoy nos has mostrado.