lunes, 27 de septiembre de 2010

VIGÉSIMA SEXTA SEMANA DEL T. O.

MARTES
SAN LUCAS 9, 51-56

CON UN SOLO GOLPE DE CLIK http://www.vatican.va/

Y cuando estaba para cumplirse el tiempo de su partida, Jesús decidió firmemente marchar hacia Jerusalén. Y envió por delante unos mensajeros, que entraron en una aldea de samaritanos para prepararle hospedaje; pero no le acogieron porque llevaba la intención de ir a Jerusalén. Al ver esto, sus discípulos Santiago y Juan le dijeron:
—Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma?
pero él se volvió hacia ellos y les reprendió. Y se fueron a otra aldea.

Una y otra vez, habías informado a “los tuyos” de la decisión de marchar hacia Jerusalén. Y, una y otra vez, tus discípulos te habían aconsejado lo contrario. Tus discípulos no querían que llegara a ser realidad lo que sabían iba a ocurrir, o, al menos, deseaban se retrasara lo más posible.

Pero Tú, Señor, lo tenías claro. Por eso, decidiste subir a Jerusalén. Para ello, enviaste a dos mensajeros para que fueran buscando hospedaje. Lo buscaron en una aldea de samaritanos que por cierto no quisieron darles cobijo, porque se enteraron que Tú, Señor, tenías intención de llegar a Jerusalén.

¡Así son las cosas, Señor! Además del dolor de pensar lo que se avecinaba; el dolor del desprecio, o al menos de la falta de aprecio. ¿Te acordarías, Señor del desprecio que sufrió tu padre adoptivo, José, cuando reiteradamente llamaba a las puertas de Belén, pidiendo posada para que Tú nacieras, y nadie le abría?

Entonces, tus discípulos Santiago y Juan, nerviosos e inquietos como estaban, quisieron dar a aquellos samaritanos un buen escarmiento. Y no se anduvieron con chiquitas: pidieron que el fuego los consumiera.

Pero Tú, Señor, volviéndote hacia ellos, es decir abajándote una vez más —quizás recordando el comportamiento de José años atrás— les reprendiste con cariño, les comprendiste, pero no aceptaste aquel comportamiento. No era tu estilo y no querías que fuera la forma de comportarse “los tuyos”, ante las seguras contrariedades que les llegarían.

Olvidando desprecios y llenos de compasión, os fuisteis a otra aldea. Donde una puerta se cierra, otra se abre.

¡Así debemos actuar siempre nosotros!