jueves, 27 de mayo de 2010

OCTAVA SEMANA DEL T. O.
VIERNES
SAN MARCOS 11, 11-26

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Y entró en Jerusalén en el Templo; y después de observar todo atentamente, como ya era hora tardía, salió para Betania con los doce.
Al día siguiente, cuando salían de Betania, sintió hambre. Viendo de lejos una higuera que tenía hojas, se acercó por si encontraba algo en ella, pero cuando llegó no encontró más que hojas, pues no era tiempo de higos. Y la increpó:
—Que nunca jamás coma nadie fruto de ti.
Y sus discípulos lo estaban escuchando.
Llegaron a Jerusalén. Y, entrando en el Templo, comenzó a expulsar a los que vendían y a los que compraban en el Templo, y volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían palomas. Y no permitía que nadie transportase cosas por el Templo. Y les enseñaba diciendo:
—¿No está escrito que mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? Vosotros, en cambio, la habéis convertido en una cueva de ladrones.
Lo oyeron los príncipes de los sacerdotes y los escribas, y buscaban el modo de acabar con él; pues le temían, ya que toda la muchedumbre estaba admirada de su enseñanza.
Y al atardecer salieron de la ciudad.
Por la mañana, al pasar, vieron que la higuera se había secado de raíz. Y acordándose Pedro, le dijo:
—Rabbí, mira, la higuera que maldijiste se ha secado.
Jesús les contestó:
—Tened fe en Dios. En verdad os digo que cualquiera que diga a este monte: Arráncate y échate al mar, sin dudar en su corazón, sino creyendo que se hará lo que dice, le será concedido. Por tanto os digo: todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo recibisteis y se os concederá. Y cuando os pongáis de pie para orar, perdonad si tenéis algo contra alguno, a fin de que también vuestro Padre que está en los cielos os perdone vuestros pecados..

Ibas, Señor, camino de Betania. Te acompañaban los doce. ¡Trece hombres avanzando por caminos de tierra y de polvo! Hablaríais de mil cosas. Cuándo con uno; cuándo, con otro. A éste, le ayudarías a cambiar su carácter; a otro, a ensanchar su corazón. A ratos, todos juntos cantaríais algún salmo. Otras veces caminaríais en silencio. En esto, casi de noche, llegasteis a Betania.

Aquella noche pasó sin novedad. Nada recogen los evangelistas. Estaríais fatigados y os retiraríais a descansar temprano, hasta el amanecer. Ni los ladridos de los perros ni el cantar de los pájaros rompieron vuestro sueño. Fue una noche tranquila, serena.

Al día siguiente, de madrugada, salíais de Betania. Poco después, Tú, Señor, sentiste hambre. De lejos viste una higuera llena de hojas; os acercasteis, pero al llegar no encontrasteis en ella más que hojas. Y aunque no era tiempo de higos, pronunciaste Tú, Señor, sobre la higuera, aquellas duras palabras: “nunca jamás coma nadie fruto de ti”. Y tus discípulos lo estaban escuchando.

Señor, si Tú sabías que la higuera no tenía higos, que no era tiempo de higos. ¿Por qué fuiste a buscarlos? ¿Por qué te disgustaste al no encontralos? ¿Qué querías enseñarnos? “Los Santos Padres, cuyo sentir recoge San Beda en su comentario al pasaje, nos enseñan que el milagro de Jesús tiene una intención alegórica: Jesús había venido a los suyos, al pueblo judío, con hambres de encontrar frutos de santidad y buenas obras, pero no encontró sino las prácticas exteriores, que al no tener su correspondiente fruto, se quedaban reducidas a mera hojarasca” .

Jesús les dice a los doce —así alegóricamente— si vosotros no queréis ser condenados, debéis ser árboles que den frutos de verdad. Se ve que los doce lo entendieron a la primera.

Somos pobres, Señor, pero no dejes de apreciar nuestros deseos, ilusiones, sueños, para que cuando vengas a recoger frutos, los encuentres.