Benedicto XVI: No evangelizamos para ganar
  fieles, sino para transmitir la alegría que nos han dado 
 | 
 
| 
 
Un poco largo, pero merece la pena recogerlo y propagarlo. 
Por primera vez después de su renuncia a la Sede de Pedro, el Papa
  emérito Benedicto XVI ha hecho público un mensaje. Lo ha enviado a la
  Pontificia Universidad Urbaniana, que este miércoles inauguró su recién
  restaurada aula magna, a la que se le ha puesto el nombre del Papa alemán.  
El mensaje del Santo Padre emérito fue leído por monseñor Georg Gänswein,
  prefecto de la Casa Pontificia, presente en la inauguración.  
El mensaje de Benedicto XVI recuerda que «no anunciamos a Jesucristo para
  que nuestra comunidad tenga el máximo de miembros posibles, ni mucho
  menos por el poder. Hablamos de Él porque sentimos el deber de transmitir
  la alegría que nos ha sido donada».  
  
La definición de la Iglesia como católica nos recuerda que la Iglesia de
  Jesucristo ya no comprende un solo pueblo o una sola cultura, «sino que desde
  el inicio estaba destinada a la humanidad». Desde entonces, la Iglesia ha
  crecido en todos los continentes, como mostraban los rostros de los
  estudiantes reunidos en el aula.  
  
Sin embargo, hoy surge la pregunta de si «de verdad la misión sigue siendo
  algo de actualidad. ¿No sería más apropiado encontrarse en el diálogo entre
  las religiones y servir junto las causa de la paz en el mundo?» Este modo de
  pensar presupone, la mayoría de las veces, que «las distintas religiones sean
  una variante de una única y misma realidad». Esta renuncia a la verdad
  «parece real y útil para la paz entre las religiones del mundo. Y aún así
  sigue siendo letal para la fe».  
  
Sin embargo, los cristianos «estamos convencidos que, en el silencio», las
  demás religiones «esperan el encuentro con Jesucristo, la luz que viene de
  Él, que sola puede conducirles completamente a su verdad. Y Cristo les
  espera. El encuentro con Él no es la irrupción de un extraño que destruye su
  propia cultura o su historia». El cristianismo, «por un lado mira con gran
  respeto a la profunda espera y la profunda riqueza de las religiones, pero,
  por otro lado, ve en modo crítico también lo que es negativo. Sin decir que
  la fe cristiana debe siempre desarrollar de nuevo esta fuerza crítica
  respecto a su propia historia religiosa». 
  
Otro argumento «más simple» del Papa emérito a favor de la labor misionera de
  la Iglesia es que «la alegría exige ser comunicada. El amor exige ser comunicado.
  La verdad exige ser comunicada. Quien ha recibido una gran alegría, no puede
  guardársela solo para sí mismo, debe transmitirla. Lo mismo vale para el don
  del amor, para el don del reconocimiento de la verdad que se manifiesta». 
  
Mensaje íntegro de Benedicto XVI 
Quisiera en primer lugar expresar mi cordial agradecimiento al Rector
  Magnífico y a las autoridades académicas de la Pontificia Universidad
  Urbaniana, a los oficiales mayores, y a los representantes de los estudiantes
  por su propuesta de titular en mi nombre el Aula Magna reestructurada.
  Quisiera agradecer de modo particular al Gran Canciller de la Universidad, el
  Cardenal Fernando Filoni, por haber acogido esta iniciativa. Es motivo de
  gran alegría para mí poder estar siempre así presente en el trabajo de la
  Pontificia Universidad Urbaniana. 
En el curso de las diversas visitas que he podido hacer como Prefecto de la
  Congregación para la Doctrina de la Fe, siempre me ha impresionado la
  atmosfera de la universalidad que se respira en esta universidad, en la cual
  jóvenes provenientes prácticamente de todos los países de la tierra se
  preparan para el servicio al Evangelio en el mundo de hoy. También hoy veo
  interiormente ante mí, en este aula, una comunidad formada por muchos jóvenes
  que nos hacen percibir de modo vivo la estupenda realidad de la Iglesia
  Católica. 
  
Católica: Esta definición de la Iglesia, que pertenece a la profesión de fe
  desde los tiempos antiguos, lleva consigo algo del Pentecostés. Nos recuerda
  que la Iglesia de Jesucristo no miró a un solo pueblo o a una sola cultura,
  sino que estaba destinada a la entera humanidad. Las ultimas palabras que
  Jesús dice a sus discípulos fueron: Id y haced discípulos a todos los
  pueblos. Y en el momento del Pentecostés los apóstoles hablaron en todas las
  lenguas, manifestando por la fuerza del Espíritu Santo, toda la amplitud de
  su fe. 
  
Desde entonces la Iglesia ha crecido realmente en todos los continentes.
  Vuestra presencia, queridos estudiantes, refleja el rostro universal de la
  Iglesia. El profeta Zacarías anunció un reino mesiánico que habría ido de mar
  a mar y sería un reino de paz. Y en efecto, allá donde es celebrada la
  Eucaristía y los hombres, a partir del Señor, se convierten entre ellos un
  solo cuerpo, se hace presente algo de aquella paz que Jesucristo había
  prometido dar a sus discípulos. Vosotros, queridos amigos, sed cooperadores
  de esta paz que, en un mundo rasgado y violento, hace cada vez más urgente
  edificar y custodiar. Por eso es tan importante el trabajo de vuestra
  universidad, en la cual queréis aprender a conocer más de cerca de Jesucristo
  para poder convertiros en sus testigos. 
  
El Señor Resucitado encargó a sus discípulos, y a través de ellos a los
  discípulos de todos los tiempos, que llevaran su palabra hasta los confines
  de la tierra y que hicieran a los hombres sus discípulos. El Concilio
  Vaticano II, retomando en el decreto Ad Gentes una tradición constante, sacó
  a la luz las profundas razones de esta tarea misionera y la confió con fuerza
  renovada a la Iglesia de hoy. 
  
¿Pero todavía sirve? Se preguntan muchos hoy dentro y fuera de la Iglesia ¿de
  verdad la misión sigue siendo algo de actualidad? ¿No sería más apropiado
  encontrarse en el diálogo entre las religiones y servir junto las causa de la
  paz en el mundo? La contra-pregunta es: ¿El diálogo puede sustituir a la
  misión? Hoy muchos, en efecto, son de la idea de que las religiones deberían
  respetarse y, en el diálogo entre ellos, hacerse una fuerza común de paz. En
  este modo de pensar, la mayoría de las veces se presupone que las distintas
  religiones sean una variante de una única y misma realidad, que religión sea
  un género común que asume formas diferentes según las diferentes culturas,
  pero que expresa una misma realidad. La cuestión de la verdad, esa que en un
  principio movió a los cristianos más que a nadie, viene puesta entre
  paréntesis. Se presupone que la auténtica verdad de Dios, en un último
  análisis es alcanzable y que en su mayoría se pueda hacer presente lo que no
  se puede explicar con las palabras y la variedad de los símbolos. Esta
  renuncia a la verdad parece real y útil para la paz entre las religiones del
  mundo. Y aún así sigue siendo letal para la fe. 
  
En efecto, la fe pierde su carácter vinculante y su seriedad si todo se
  reduce a símbolos en el fondo intercambiables, capaces de posponer solo de
  lejos al inaccesible misterio divino. 
  
Queridos amigos, veis que la cuestión de la misión nos pone no solamente
  frente a las preguntas fundamentales de la fe, sino también frente a la
  pregunta de qué es el hombre. En el ámbito de un breve saludo, evidentemente
  no puedo intentar analizar de modo exhaustivo esta problemática que hoy se
  refiere a todos nosotros. Quisiera al menos hacer mención a la dirección que
  debería invocar nuestro pensamiento. Lo hago desde dos puntos de partida. 
  
PRIMER PUNTO DE PARTIDA 
  
1. La opinión común es que las religiones estén por así decirlo, una junto a
  otra, como los continentes y los países en el mapa geográfico. Todavía esto
  no es exacto. Las religiones están en movimiento a nivel histórico, así como
  están en movimiento los pueblos y las culturas. Existen religiones que
  esperan. Las religiones tribales son de este tipo: tienen su momento
  histórico y todavía están esperando un encuentro mayor que les lleve a la
  plenitud. 
  
Nosotros como cristianos, estamos convencidos que, en el silencio, estas
  esperan el encuentro con Jesucristo, la luz que viene de Él, que sola puede
  conducirles completamente a su verdad. Y Cristo les espera. El encuentro con
  Él no es la irrupción de un extraño que destruye su propia cultura o su
  historia. Es, en cambio, el ingreso en algo más grande, hacia el que están en
  camino. Por eso, este encuentro es siempre, al mismo tiempo, purificación y
  maduración. Por otro lado, el encuentro es siempre recíproco. Cristo espera su
  historia, su sabiduría, su visión de las cosas. 
  
Hoy vemos cada vez más nítido otro aspecto: mientras en los países de su gran
  historia, el cristianismo se convirtió en algo cansado y algunas ramas del
  gran árbol nacido del grano de mostaza del Evangelio se secan y caen a la
  tierra, del encuentro con Cristo de las religiones en espera brota nueva
  vida. Donde antes solo había cansancio, se manifiestan y llevan alegría las
  nuevas dimensiones de la fe. 
  
2. La religiones en sí mismas no son un fenómeno unitario. En ellas siempre
  van distintas dimensiones. Por un lado está la grandeza del sobresalir, más
  allá del mundo, hacia Dios eterno. Pero por otro lado, en esta se encuentran
  elementos surgidos de la historia de los hombres y de la práctica de las
  religiones. Donde pueden volver sin lugar a dudas cosas hermosas y nobles,
  pero también bajas y destructivas, allí donde el egoísmo del hombre se ha
  apoderado de la religión y, en lugar de estar en apertura, la ha transformado
  en un encerrarse en el propio espacio. 
  
Por eso, la religión nunca es un simple fenómeno solo positivo o solo
  negativo: en ella los dos aspectos se mezclan. En sus inicios, la misión
  cristina percibió de modo muy fuerte sobretodo los elementos negativos de las
  religiones paganas que encontró. Por esta razón, el anuncio cristiano fue en
  un primer momento estrechamente critico con las religiones. Solo superando
  sus tradiciones que en parte consideraba también demoníacas, la fe pudo
  desarrollar su fuerza renovadora. En base a elementos de este tipo, el
  teólogo evangélico Karl Barth puso en contraposición religión y fe, juzgando
  la primera en modo absolutamente negativo como comportamiento arbitrario del
  hombre que trata, a partir de sí mismo, de apoderarse de Dios. Dietrich
  Bonhoeffer retomó esta impostación pronunciándose a favor de un cristianismo
  sin religión. Se trata sin duda de una visión unilateral que no puede
  aceptarse. Y todavía es correcto afirmar que cada religión, para permanecer
  en el sitio debido, al mismo tiempo debe también ser siempre crítica de la
  religión. Claramente esto vale, desde sus orígenes y en base a su naturaleza,
  para la fe cristiana, que, por un lado mira con gran respeto a la profunda
  espera y la profunda riqueza de las religiones, pero, por otro lado, ve en
  modo crítico también lo que es negativo. Sin decir que la fe cristiana debe
  siempre desarrollar de nuevo esta fuerza crítica respecto a su propia
  historia religiosa. 
  
Para nosotros los cristianos, Jesucristo es el Logos de Dios, la luz que nos
  ayuda a distinguir entre la naturaleza de las religiones y su distorsión. 
  
3. En nuestro tiempo se hace cada vez más fuerte la voz de los que quieren
  convencernos de que la religión como tal está superada. Solo la razón crítica
  debería orientar el actuar del hombre. Detrás de símiles concepciones está la
  convicción de que con el pensamiento positivista la razón en toda su pureza
  se ha apoderado del dominio. En realidad, también este modo de pensar y de
  vivir está históricamente condicionado y ligado a determinadas culturas históricas.
  Considerarlo como el único válido disminuiría al hombre, sustrayéndole
  dimensiones esenciales de su existencia. El hombre se hace más pequeño, no
  más grande, cuando no hay espacio para un ethos que, en base a su naturaleza
  auténtica retorna más allá del pragmatismo, cuando no hay espacio para la
  mirada dirigida a Dios. El lugar de la razón positivista está en los grandes
  campos de acción de la técnica y de la economía, y todavía esta no llega a
  todo lo humano. Así, nos toca a nosotros que creamos abrir de nuevo las
  puertas que, más allá de la mera técnica y el puro pragmatismo, conducen a
  toda la grandeza de nuestra existencia, al encuentro con Dios vivo. 
  
SEGUNDO PUNTO DE PARTIDA 
  
1. Estas reflexiones, quizá un poco difíciles, deberían mostrar que hoy, en
  un modo profundamente mutuo, sigue siendo razonable el deber de comunicar a
  los otros el Evangelio de Jesucristo. 
  
Todavía hay un segundo modo, más simple, para justificar hoy esta tarea. La
  alegría exige ser comunicada. El amor exige ser comunicado. La verdad exige
  ser comunicada. Quien ha recibido una gran alegría, no puede guardársela solo
  para sí mismo, debe transmitirla. Lo mismo vale para el don del amor, para el
  don del reconocimiento de la verdad que se manifiesta. 
  
Cuando Andrés encontró a Cristo, no pudo hacer otra cosa que decirle a su
  hermano: «Hemos encontrado al Mesías». Y Felipe, al cual se le donó el mismo
  encuentro, no pudo hacer otra cosa que decir a Bartolomé que había encontrado
  a aquél sobre el cual habían escrito Moisés y los profetas. No anunciamos a
  Jesucristo para que nuestra comunidad tenga el máximo de miembros posibles, y
  mucho menos por el poder. Hablamos de Él porque sentimos el deber de
  transmitir la alegría que nos ha sido donada. 
  
Seremos anunciadores creíbles de Jesucristo cuando lo encontremos realmente
  en lo profundo de nuestra existencia, cuando, a través del encuentro con Él,
  nos sea donada la gran experiencia de la verdad, del amor y de la alegría. 
  
2. Forma parte de la naturaleza de la religión la profunda tensión entre la
  ofrenda mística de Dios, en la que se nos entrega totalmente a Él, y la
  responsabilidad para el prójimo y para el mundo por Él creado. Marta y María
  son siempre inseparables, también si, de vez en cuando, el acento puede
  recaer sobre la una o la otra. El punto de encuentro entre los dos polos es
  el amor con el cual tocamos al mismo tiempo a Dios y a sus Criaturas. ‘Hemos
  conocido y creído al amor’: esta frase expresa la auténtica naturaleza del
  cristianismo. El amor, que se realiza y se refleja de muchas maneras en los
  santos de todos los tiempos, es la auténtica prueba de la verdad del
  cristianismo. 
  
Traducción realizada por Aci 
PARA VER Y LEER  
 | 
 
“ALSERDELAPALABRA” presenta a sus seguidores, breves reflexiones nacidas de la experiencia de la vida ordinaria. Las escribiré con la frescura de lo sencillo y con la esperanza de lo sublime. Espero que mi pluma sea dócil y vuestra aceptación generosa.
viernes, 24 de octubre de 2014
SENCILLAS VIVENCIAS
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)
